El gran arcón de las izquierdas latinoamericanas tiene nueva sede en el barrio de Congreso (Rodríguez Peña 356), una casa de tres plantas y 800 metros cuadrados. El Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (Cedinci), ONG que desde 1998 está recuperando y ofreciendo a la consulta pública la historia largamente enhebrada y costosamente documentada de la cultura de las clases subalternas, encara un desafío en el corto plazo: reunir 5 millones de pesos para equipar y acondicionar la nueva casa, que será inaugurada en marzo del 2022. Los montos para colaborar empiezan en 500 pesos. “Ser de izquierda hoy es volver a hablar de un futuro creíble, deseable, es explicar a la sociedad cómo sería posible un orden social capaz de combinar igualdad con libertad”, plantea el historiador Horacio Tarcus, fundador y director del Cedinci.

“¡Hay que disputarles a los neoliberales el término libertario, que hasta hace pocos años era patrimonio del anarquismo! Tenemos que decir con claridad: ni la eficiencia chilena, el crecimiento económico con una desigualdad aborrecible, ni tampoco el igualitarismo de Cuba, Venezuela o Nicaragua, al precio de la libertad. Ser de izquierda hoy significa pensar cómo sería posible aprovechar socialmente los beneficios potenciales de las nuevas tecnologías para producir con mayor eficiencia, de modo de trabajar todos y todas menos horas, aumentando así nuestros espacios de autonomía más allá de la tiranía del trabajo necesario, más allá del mercado”, agrega Tarcus y analiza el crecimiento electoral de la ultraderecha, de la mano de Javier Milei y José Luis Espert.

“Hace veinte años los que pateaban el tablero en los programas de televisión eran Jorge Altamira y Luis Zamora; imponían su voz a los gritos, expresaban de ese modo la indignación de los excluidos. Hoy la izquierda se ‘civilizó’ y sus exponentes hablan en los medios en forma pausada, llaman a los periodistas amablemente por su nombre de pila. El único que mantiene un tono enardecido con el ‘sistema’ es Milei y entusiasma a los jóvenes”, compara Tarcus. “El problema es que el sistema que quiere voltear Milei es lo poco que queda del sistema de seguridad social, de educación pública, de salud pública, de regulación estatal ante la voracidad del capital. Milei tiene una propuesta para salir del empantamiento argentino: la desregulación total, la apertura irrestricta, el capitalismo salvaje. El que no sobrevive, que se muera. Un Estado limitado a su función de gendarme de la propiedad privada. El guardaespaldas de Milei sacando un arma cuando alguien quiere ingresar al espacio de los ‘más capaces’ para sobrevivir en el mercado, es una metáfora perfecta del orden social que prefigura”, advierte el director del Cedinci.

La solución para tener una nueva sede llegó del lugar “más inesperado”, como recuerda Tarcus. “En enero de este año el Ministerio de Cooperación de Alemania lanzó un subsidio destinado a la compra de inmuebles para el funcionamiento de oenegés en América Latina. La sede argentina de la Fundación Friedrich Ebert (FES) nos apadrinó en la solicitud. A mediados de año el subsidio había sido aprobado por el Estado alemán y en octubre se compró el inmueble que nosotros propusimos, en Rodríguez Peña 356, a metros de Corrientes. Como dice la tapa de la revista Barcelona:  ‘Una solución europea a los problemas argentinos’”, ironiza el autor de El socialismo romántico en el Río de la Plata y Marx en la Argentina, entre otros títulos.

“En todas las bibliotecas y los archivos del mundo, la consulta presencial decrece a medida que crece la consulta en línea”, precisa Tarcus y cuenta que desde el portal del Cedinci fueron desarrollando el sitio AméricaLee que ofrece 250 colecciones de revistas latinoamericanas; el sitio Atom para los fondos de archivo, con muchas piezas de consulta en línea; la Imagoteca, que permite el acceso a fotos, tapas de diarios y revistas. En septiembre de 2020 el Cedinci lanzó otro proyecto en línea: el Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas, que ya cuenta con un millón de visitas. En septiembre de 2021 se inauguró Sexo y Revolución, el archivo digital del Programa de Memorias Políticas Feministas y Sexo-genéricas. “Cuando creamos el Cedinci, nos solicitaban las publicaciones de los 60 y 70; hoy hay una demanda equivalente de documentos producidos por el movimiento feminista, los grupos de resistencia gay o lesbiana. Ayer se buscaba un volante del ERP o de Montoneros, hoy un volante de la Comunidad Homosexual o de las marchas del orgullo gay. El Cedinci contiene toda esta renovación militante, aunque exceda el universo tradicional de la izquierda, o ponga en cuestión la estructura patriarcal de los propios partidos de izquierda”, aclara el director.

No hay política de Estado para la preservación del patrimonio documental. Tarcus traza un inventario de las pérdidas de materiales valiosos. Sobre la biblioteca de Ernesto Quesada se erigió el Instituto Iberoamericano de Berlín. La biblioteca de Agustín P. Justo fue adquirida por la Biblioteca Nacional de Lima. El fondo de archivo del filósofo Rodolfo Mondolfo, que sus descendientes donaron a la Asociación Dante Alighieri de Buenos Aires, partió sin embargo hace varios años rumbo a Italia. Liborio Justo donó gran parte de su cuantiosa biblioteca y hemeroteca al Arquivo Edgar Leuenrot de Campinas (otra parte está en el Cedinci). El archivo de Victoria Ocampo puede consultarse en la Universidad de Harvard, los de Álvaro Yunque y María Rosa Oliver en la Universidad de Princeton; el de Roberto Arlt en el Instituto Iberoamericano de Berlín; el de Diego Abad de Santillán está repartido entre el Instituto de Historia Social de Ámsterdam y la Biblioteca Arús de Barcelona. La colección de afiches del activista plástico Juan Carlos Romero se vendió al exterior, pero no se sabe dónde está. “No hay legislación clara y contundente para evitar el drenaje; no hay políticas de Estado para la compra de lo que va a remate; y las instituciones de la sociedad civil que nos dedicamos al ‘salvataje’ del patrimonio documental somos pocas, los apoyos oficiales son mínimos y lentos, y no podemos competir con el poder que tienen las grandes bibliotecas de Estados Unidos o los grandes centros de documentación de Europa”, concluye el director del Cedinci.