El caso de los Forti es conocido desde 1985 porque fue relatado en primera persona por Arnoldo, el mayor de los hermanos, en el Juicio a las Juntas. Desde entonces, se los conoció a él que tenía 16 años, a Mario, Renato, Néstor y Guillermo, sus hermanos menores, y a su madre Nélida Sosa, como el de la “familia que fue secuestrada de un avión”. Durante la audiencia realizada ayer en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en las Brigadas de Investigaciones policiales de Banfield, Quilmes y Lanús, volvió a reconstruir aquellos días que pasaron encerrados en el Pozo de Quilmes, fueron abandonados en la calle, encapuchados, y desde entonces empezaron a buscar a su mamá, de quien no supieron más nada. En su testimonio también pidió que fueran investigados funcionarios diplomáticos que desoyeron sus denuncias sobre la desaparición de Nélida entre los que nombró al ex canciller durante el macrismo Jorge Faurie.

“Es muy permanente el vacío en nuestros pechos, que no vamos a poder vivir un momento de felicidad completo por esa presencia permanente de la ausencia de mi madre”, dijo Alfredo cuando, como siempre sucede al cierre de cada testimonio, les testigues son invitados a “cerrar” como prefieran sus testimonios. Y entonces, también, el mayor de los hijos de Nélida Sosa y Alfredo Forti, un matrimonio de militantes sociales, aseguró que “con su lucha”, ella, que fue vista por última vez en el centro clandestino que funcionó en la Jefatura de Policía de Tucumán, “nos dejó una fuerza muy grande que nos permite seguir adelante, perseguir justicia y no dejarnos derrotar por esta práctica criminal”.

Sus hermanos menores, Renato y Guillermo, que declararon después que él en la audiencia de hoy, coincidieron con la idea del vacío. “Un dolor y vacío que nos acompaña desde este momento y por el resto de nuestras vidas”, sostuvo Guillermo. Renato habló en nombre de todos, incluso de Néstor y Mario, que hicieron suyos los testimonios de sus hermanos: “Quisieramos que se haga justicia porque mi madre fue una persona extraordinaria, que nos enseñó buenos principios de solidaridad, de unión, y no se merecía que pasara esto con ella”.

El secuestro

Lo primero que hizo Alfredo cuando comenzó a hablar ante el Tribunal Oral Federal número 1 de La Plata, las querellas, las defensas, la Fiscalía, fue contextualizar políticamente los perfiles de sus padres. “Mis padres eran miembros de una generación de argentinos caracterizada por una alta sensibilidad de las situaciones y problemáticas sociales en nuestros país que los llevó a tener una participación militante y proactiva en favor de los desposeídos y en búsqueda de resolver los problemas de inequidad e injusticia”, resumió.

El matrimonio tuvo cinco hijos, pero “una hermanita falleció” de chica. “Éramos una familia grande, una familia joven”. Vivieron en Santiago del Estero, en Córdoba y en Tucumán. Allí estaban cuando en 1975, la provincia fue intervenida “y comienza esta campaña sistemática de persecución, detenciones, secuestros, torturas, desapariciones y de asesinatos precisamente a la clase de gente como mis padres”.

En los meses siguientes, la familia “decide salir del país”. El primero en exiliarse fue Alfredo padre, que había conseguido trabajo de cirujano en Venezuela, el 10 de enero de 1977. Nélida y sus hijos debieron esperar unos días más por documentos: pasaportes, visas.El 18 de febrero de ese año, con todos los papeles, se dirigieron al aeropuerto de Ezeiza. pasaron todos los controles, se tomaron el bus hasta el avión de vuelo 284 de Aerolíneas Argentinas hacia Caracas. Subieron las escaleras y estaban ubicados en sus asientos cuando por parlante oyeron que requerían a Alfredo Forti padre en la cabina.

“Estaban el comandante de la nave, un oficial uniformado de la Fuerza Aérea, varios civiles armados en la escalera del avión”, describió Alfredo, que fue quien se acercó ante la convocatoria. Tras pedir por su padre, el represor de la Fuerza Aérea les comunicó que no podrían viajar porque había un problema con los documentos. “Mi madre exige la presentación de una orden de autoridad competente, de un juez, para proceder a una detención en circunstancias inconcebibles. Y la amenazaron, este hombre de la fuerza, con que si no aceptaba procederían los civiles armados que estaban en la escalera y él no se responsablizaría por los hechos de violencia que pudieran ocurrir”, contó Alfredo. Bajaron. No hubo responsabilización, de todos modos. Sí violencia.

Seis días en el Pozo de Quilmes

La familia fue escoltada hacia el exterior del aeropuerto por un “cordón de policías aeronática y federal”. “Nos suben a dos autos particulares civiles, Peugeot y Falcon, y en un momento salimos de la ruta principal y tomamos un camino de tierra. Allí nos vendaron los ojos, nos ataron las manos”. Recién entonces, Alfredo aclaró en su testimonio las edades de la familia: “Mario tenía 13, Renato 11, Néstor 10 y Guillermo 8. Yo tenía 16, mi madre 41”.

Fueron llevados a un lugar por donde pasaron por “un garage”, subieron “unas escaleras”, pasaron por “una sala donde se escuchaban máquinas de escribir”. Hasta que llegaron, dijo: “Nos depositaron en un patio rodeado de cinco o seis calabozos y un baño, de aspecto de una comisaría o lugar de detención por las rejas. Estuvimos seis días, del 18 al 23 de febrero”. Años después, detectó que el sitio era el Pozo de Quilmes. “En ningún momento se nos informó de las razones por las que habíamos sido detenidos, se nos explicó de ninguna manera nada”, aclaró.

A su mamá la ubicaron en un calabozo, a ellos en otro. A Nélida la “llamaban para entrevistarse” con quienes regenteaban el centro clandestino, recordó Renato en su testimonio. El 23 de febrero del ‘77, en horas de la noche, fueron trasladados nuevamente.

“A nosotros nos subieron en un auto y a mi madre en otro”, recordó Alfredo. “Después de varias vueltas bruscas nos paran y nos hacen bajar del auto”, continuó. Sin sacarles las vendas ni las ataduras de las manos, los sentaron en una vereda, les tiraron unos bultos al costado, los taparon con una sábana: “Un coronel, el que estaba a cargo digamos, se acercó a mí y me dijo que estaban llevando a mi mamá a Tucumán, que en el bolsillo me dejaban documentos”. Los bultos eran dos sábanas blancas en donde habían envuelto unas ropas, que fue lo único que les devolvieron de todas las valijas que pensaban mudar a Ezeiza. Los documentos eran solo las cédulas de identidad. No había pasaportes, no había visas.

Pedidos para investigar complicidades

Lograron salir del país con la ayuda de un sacerdote que contactó su padre, desde Venezuela. Alfredo denunció en su testimonio a una jueza de menores, Ofelia Heck, quien para firmarles un permiso para salir del país los intentó obligar a firmar una declaración en la que debían decir que su madre los había abandonado y se había robado sus pasaportes. “Nos negamos, por supuesto”, dijo el hombre y solicitó que esa funcionaria fuera investigada por su “condenable rol que muchos miembros del poder judicial cumplieron en esos años”.

Hizo el mismo pedido respecto de personas que desempeñaron tareas diplomáticas cuando su padre y él insistieron con denuncias y reclamos en la Embajada argentina en Venezuela para saber el paradero de su esposa y madre, como es el caso de Jorge Faurie. “Era común enviarnos mensajes con un tercer secretario (diplomático) de apellido Faurie”, que les respondía que no había registro de detención de Nélida, y de Carlos Bartffeld, designado por la marina tras el secuestro de Héctor Hidalgo Solá. Alfredo recordó que antes de ser secuestrado y desaparecido, el entonces embajador argentino en Caracas, Héctor Hidalgo Solá, intentó promover un hábeas corpus sobre Nélida. “Estábamos saliendo de la embajada y un oficial nos citó nuevamente a la oficina de Hidalgo Solá, que estaba ahora al lado de un oficial de alto rango militar del Ejército que nos dijo ‘mire, se equivocó no vamos a trasladar el hábeas corpus. Eso lo debe hacer por su cuenta’. Esa fue la última vez que vimos a Hidalgo Sola”.