Durante seis días el país estuvo en alerta: había desaparecido una joven mujer y no había rastro de ella.

Los dueños del lugar donde trabajaba confirmaron que se había retirado en su horario habitual y de manera normal. No mostraban inquietud.

El rastreo de sus horas de viaje eran los correctos y finalmente se la localizó en Constitución donde le había comentado a su novio que concurriría. De allí tomaría un colectivo para viajar a su casa. Los horarios siguientes la localizaron en el colectivo, del cual descendió en el lugar esperado. Pero nada más. Desde ese punto no se supo más de ella.

Su novio no tenía cómo explicarse esa ausencia, ni tampoco sus amistades..

La búsqueda de paradero no aportaba dato alguno y las consultas con la familia tampoco.

Se conversaba con todas las amigas por si alguna tenía algún dato desconocido por el radar familiar más cercano, inútil. Nadie sabia algo especial de Nancy.

Transcurrían las horas en la culminación del estupor y la desesperación.

Se habían puesto en marcha las diversas policías y algunas instituciones especializadas en búsqueda de personas. Inútilmente los perros buscadores se clavaban frente a la casa donde vivía Nancy ¿podía desaparecer desde el interior de un colectivo?,¿desde el suelo de la última parada...? Por fin alguien habló desde el 911 y todos se dieron cuentan de que estaban buscándola a cuatro cuadras de donde ella estaba.

Quien habló, en anonimato, aportó la dirección y hacia allí se dirigieron presurosos y los perros buscadores dieron muestras de nerviosismo y ansias por buscar. Soltados que fueron revelaron el domicilio donde estaría Nancy. Pero había que pedir permiso para entrar, hablar con jueces y fiscales, si bien la policía ya estaba delante de la casa.

El dueño amablemente abrió la puerta,

¿Quien era ese dueño? Un setenton conocido en el barrio como el paraguayo, un degenerado que piropeaba de manera obscena a las mujeres que pasaban por la calle, que era prestamista de poca monta y que alquilaba las piezas de la casa, pretendiendo intercambiar alquiler por sexo a las mujeres que recurrían a él

El sujeto dijo que Nancy allí no estaba. No obstante los perros se abalanzaron hacia el interior de la vivienda y comenzaron a hurgar. En un entresuelo recientemente construido encontraron el cadáver de Nancy, semidesnudo.

Estaban a cuatro cuadras de donde terminaba la búsqueda por las calle de Budge, donde las policías habían caminado durante horas,

Hubo entonces quien la vio, alrededor de las 18.30, sentada en la puerta de la casa más tarde denunciada. La reconoció por las fotos difundidas pero no dijo nada porque después a una la molestan, ”¿vio?”. El barrio no hablaba, pero también a veces hablan y es para peor.

¿Qué hacía Nancy en esa casa, con ese sujeto a quien nadie conocía? Ni su novio, ni sus amigas, ni su familia. Comenzaron las hipótesis, absurdas todas. Tal vez se trataba de conseguir dinero, pero todas las amistades y el novio juraban que ella no lo precisaba, pero quién sabe, tal vez... De otro modo no se puede explicar esa presencia en esa casa. No obstante era lo único que cuadraba, pero así y todo, recurrir a un prestamista de esa catadura, pudiendo solicitar dinero a sus patrones, a la familia, con quien además trabjaba los domingos, no resultaba satisfactorio. Otra hipótesis no era admisible y ésa, según sus cercanos, era absurda. Pero era la única capaz de sostenerse. Nadie quedaba conforme. Era claro que Nancyt tenía un secreto, algo que no narró ni a su novio ni a sus familiares ni a sus amigas

Nancy callaba. Era su derecho a callar.

Este es un derecho del que no se habla cuando se los enuncia en totalidad. El patriarcado en ejercicio de su poder, una de las presiones silenciosas que ejerce es obligar a las mujeres a contar qué hacen, qué están haciendo, con quién salieron, cuánta plata ahorran y cuánto gastan, con quién hablan, con qué partido político simpatizan, contar todo, no guardarse nada porque guardarse es prueba de desconfianza hacia otro, otros. Y con ese argumento se espera que no haya secretos, cuando el derecho a callar no necesariamente conduce a la historia de Nancy sino que es un derecho frente a la curiosidad de los demás.

La curiosidad, una emoción primaria, temprana, propia de los niños, acucia al sujeto convencido de su derecho a saber. Por cierto, es válida en oportunidades, pero aquí estoy hablando de otra cosa y es del derecho de Nancy que el barrio no tolera, reunido para desnudar la intimidad de una una víctima, tal como lo hacía mientras se la buscaba: No para contar algo, un detalle que sirviese para la búsqueda, sino para comentar. Era imposible que fuese de otro modo, desesperados todos por la aparente absurda desaparición.

Mientras, ella llevaba consigo su certerza, su secreto que quizás más tarde descifraría pero que en ese momento no quería contar porque su derecho era callar algo que no precisaba compartir.