La cumbre de los dioses                     7 puntos

Le sommet des dieux; Francia/Luxemburgo, 2021.

Dirección: Patrick Imbert.

Guion: Patrick Imbert y Magali Pouzol, basado en el manga de Baku Yumemakura y Jirô Taniguchi.

Duración: 95 minutos.

Voces: Lazare Herson-Macarel, Eric Herson-Macarel, Damien Boisseau, Elisabeth Ventura.

Estreno en Netflix.

Para el espectador no nipón, un animé nunca es un animé si no proviene de tierras japonesas. Pero la opera prima de Patrick Imbert, que tuvo su estreno mundial este año en el Festival de Cannes, podría describirse, forzando la etimología, como un “animé francés”. No tanto por el hecho de estar basado en un manga (que ya tuvo en Japón una adaptación con actores de carne y hueso hace cinco años) sino, sobre todo, porque La cumbre de los dioses imita desde el diseño visual, la cualidad de los movimientos y otros detalles formales el estilo inconfundible de las técnicas de animación del país asiático. Largometraje para adultos, pero abierto a la presencia de espectadores jóvenes, la historia retrata la obsesión de un montañista y fotógrafo por la vida de un colega en los ascensos montañosos, un hombre misterioso desaparecido años atrás y transformado en una leyenda entre sus pares. El film alterna presente y pasado durante una porción importante del metraje, concentrándose en una nueva aventura en las alturas durante el tercio final.

Antes de enviar una serie de fotografías al editor de la revista en la que presta servicios, Fukamachi se topa con una cámara fotográfica que, tal vez, fue propiedad del mítico George Mallory, el alpinista británico desaparecido en 1924 que pudo o no ser el primer hombre en llegar a las cimas del Everest. Pero lo que más atrae al protagonista es la posible presencia en el Tíbet de Habu, ese colega montañés envuelto por el misterio y del cual no hubo más noticias desde mediados de los 80 (el presente de Le sommet des dieux transcurre en algún momento de la década siguiente). Si bien el punto de vista es en gran medida el de Fukamachi, el relato se abre a la omnisciencia en un extenso flashback que describe la juventud de Habu, sus primeros desafíos –más alto, más rápido, la cara difícil de la montaña, el ascenso sin ayuda de oxígeno envasado– y la tirante relación con sus colegas de “profesión”.

Una terrible experiencia dibuja la silueta del trauma, que Habu parece encerrar en su mirada, crecientemente dura e infranqueable. En el presente, el fotógrafo sigue el camino de las elusivas pistas, hasta que la pesquisa da en el clavo y se produce finalmente el encuentro de los dos hombres, a los pies de la montaña más alta del mundo. Con sus escenas de drama humano y aquellas otras dedicadas a la peligrosa ascensión hasta los 9000 metros de altura, no resulta difícil imaginar una versión paralela de La cumbre de los dioses con actores y locaciones reales, pero la mixtura de fondos hiperralistas con trazos tradicionales para los personajes y objetos conjura en pantalla una suerte de naturalismo estilizado que le aporta a la historia un tono particular e inimitable.

En el fondo, la película de Imbert (y el manga en el cual está basado) se imponen como una reflexión sobre la necesidad imperiosa de ciertos hombres y mujeres por llevar al límite sus habilidades físicas, empeñando en cada escalada la posibilidad cierta de una muerte trágica, ya sea por caída, inanición o congelamiento. Hay varias escenas potentes, muchas de ellas ligadas al riesgo de los ascensos (hay peligro y hay suspenso), pero también otras relacionadas con la soledad del alpinista, la relación con la inmensidad de la naturaleza, el carácter particular de su vínculo con otros seres humanos. Y la muerte: el descubrimiento de un cuerpo congelado a gran altura, inmóvil desde hace décadas, la piel perfectamente conservada gracias a las bajas temperaturas, provoca escalofríos y, al mismo tiempo y sin que medie paradoja alguna, transmite una serena belleza.