Los oídos, cuando escuchan, saben que todas las cosas hablan. Gustavo Roldán (1935-2012), escritor, carpintero, mago, docente, tenía una oreja fuera de serie, entrenada en el monte chaqueño, en Fortín Lavalle, por los relatos que oía en boca de los peones, domadores y arrieros. “Sabía tantas cosas que estuve a punto de arreglar el mundo –dice el piojo-. Pero no me rindo. Porque este mundo está lleno de injusticias y hay que seguir peleando para mejorarlo un poco”. El protagonista del cuento, junto a la pulga, la lechuza, el mono y el ñandú, entre otros bichos y animales, intenta “encontrar la vuelta para que las cosas sean más parejas”. Cuento con piojo y picaflor, un inédito que Roldán escribió en 2011, se publica por primera vez en Bambalí ediciones, una pequeña y hermosa editorial mendocina que también edita por primera vez Cola de flor, de Laura Devetach. Los dos libros --ilustrados por O’Kif y Eugenia Nobati-- se presentarán este sábado a las 17 en la Biblioteca del Congreso (Hipólito Yrigoyen 1750), con lectura y narración a cargo de Ana Padovani y Laura Roldán y la coordinación de Natalia Blanc.

Laura Roldán (Córdoba, 1961), escritora como sus padres, autora de La leyenda del tucán, La isla del disparo y Muchobicho, entre otros, cuenta que al publicar por primera vez los libros de Devetach y Roldán su intención fue “escapar de Buenos Aires”, una cuidad a la que considera “muy complicada”. “Me gustó abrir una ventana a una editorial de Mendoza, creada en 2016 por dos mujeres que están empezando, Fabiola Prulletti y Mariela Slosse, y tienen un lindo catálogo, con ediciones de muy buena calidad estética y literaria. Buenos Aires es el pulpo de la Argentina y yo quería salir de acá”, admite Roldán a Página/12. Su padre había conversado con otra editorial para publicar Cuento con piojo y picaflor un poco antes de su muerte, el 3 de abril de 2012. “Yo lo guardé en una carpeta y nos dedicamos a editar otras cosas de mi padre. En 2016 organicé el material y lo ofrecí a varias editoriales, pero la situación económica estaba muy complicada y no hubo muchas posibilidades”, recuerda Roldán y agrega que cuando este año surgió la posibilidad de Bambalí ediciones, que tiene como directora literaria a Cecilia Repetti, no dudó en entregar el inédito de Roldán y Cola de flor, cuento incluido en la antología de Susana Izcovich Cuentos para leer y contar (1972).

Devetach, “la gringa” como le decía Roldán a su compañera, hija de un inmigrante de origen eslavo que llegó al país en la década del 30, preserva la calidez de la tonada de Reconquista, la ciudad santafesina donde nació hace 85 años. Cola de flor tiene primera edición en Argentina, pero antes salió en Cuba. En 1975 le dieron el Premio Casa de las Américas por Monigote en la arena y la escritora viajó por primera vez a la isla. Después fue jurado del premio en otras ediciones y le pidieron textos para editar en Mundo Nuevo, editorial estatal cubana que tiraba un mínimo de 50.000 ejemplares. Finalmente, la historia del perro Saverio, a quien quieren sacarle la margarita que tiene como cola, se publicó en La Habana, en 1984.

“Soy un perro muy qué-sé-yo. Me pasan cosas que a veces no entiendo. ¿No me querés quitar la margarita como todos los demás”, preguntó asombradísimo Saverio ante una niña, llamada Laurita, que le parece muy lindo “tener margaritas en la cola, sobre todo en invierno”. Como otros cuentos de los años 70, Cola de flor fue escrito para la hija de Devetach. “Tiene que ver con el derecho a ser diferente o singular. Y también cómo siente el diferente o singular al mundo que lo rodea, sobre todo si su singularidad es bella y frágil”, explica Devetach. “No sé analizar racionalmente mis cuentos, me salen, y Saverio podría ser, por ejemplo, cualquier artista con propuestas nuevas que tiene que ganarse un lugar en este mundo mercantilista y arrebatador”.

¿Roldán “dice”, a través del piojo, que él, de joven, quería cambiar el mundo? “Tanto Gustavo como yo fuimos muchachada en los años 60 y 70. El Piojo contesta algunas cosas por agrandado, como eran todos los bichos chiquitos de Gustavo. Y también porque era vocero de su sensibilidad social. Cualquier cuento que hable del sufrimiento social tiene muy antigua vigencia en Latinoamérica”, plantea la autora de La torre de cubos, libro que fue prohibido por la última dictadura cívico militar, y precisa que tanto ella como Roldán siempre estuvieron cerca de la naturaleza. “Si uno supo crear vínculos con los animales, si los observó, si los sintió como parte de su familia, sabe que pueden entender y transmitir cosas. Saben de la solidaridad, la ternura, la organización. Y desde el punto de vista creativo dan muchísimo permiso para decir cosas, crear tramas, tener más desparpajo para ver la realidad y comunicarla”.

De la importancia de los bichos y animales en la obra de Devetach y Roldán en libros como El ratón que quería comerse la luna, Picaflores de cola roja, Los sueños del yacaré, Prohibido el elefante y Las pulgas no andan por las ramas, entre otros, surge el recuerdo de un programa de televisión que hicieron en Córdoba a fines de los 60 y comienzo de los 70 con títeres-animales. “Éramos un grupo de ocho personas que emitíamos un programa semanal de una hora en vivo en el canal Universitario de Córdoba. Teníamos un oso, un perrito, un yacaré, un chanchito, el mejor alumno, y se llamaba Lunes por haber nacido el primer día hábil de la semana –repasa Devetach-. Cuando veo los libretos hoy, no puedo creer lo fácil que era decir cosas con los bichos. El sapo de Gustavo es fascinante porque es gracioso, permisivo para expresar lo difícil y sumamente libre”.