Tres en la deriva del acto creativo               7 puntos

Argentina, 2020-2021

Dirección y guion: Fernando E.Solanas.

Fotografía y cámara: Nicolás Sulcic y Fernando E. Solanas.

Producción ejecutiva: Carolina Alvarez y Victoria Solanas.

Música original: Mauro Lázzaro.

Estreno: Malba Cine (domingos 12, 19 y 26 de diciembre a las 18 horas) y Gaumont (a partir del 23 de diciembre).

A un año de la muerte de Fernando Solanas, el estreno de Tres en la deriva del acto creativo, su película póstuma, viene a afirmar que Pino está vivo. Y está vivo porque su obra sigue aquí entre nosotros, robusta, vigente y abierta a interpretaciones y debates, como sucede ahora con esta suerte de diálogo socrático entre Solanas y dos de sus grandes amigos y compañeros generacionales: el pintor Luis Felipe “Yuyo” Noé y el actor, director y dramaturgo Eduardo “Tato” Pavlovsky.

Más de medio siglo después de La hora de los hornos, cuando cimentaron esa amistad en la forja de las vanguardias estéticas de los años ’60, los tres se reúnen a instancias de ese primer motor que siempre fue Pino para intentar descifrar el misterio que sigue siendo el acto creativo. “Nos une la amistad, el compromiso con el país y el lenguaje artístico”, ratifica Solanas, que emplea el método mayéutico, las preguntas que ayudan a dar a luz las ideas sobre aquello a lo que dedicaron todas sus vidas, la creación artística, cada uno en su campo de acción, pero siempre abiertos a los cruces de sentidos y lenguajes.

La cita inicial es en la casa de Noé en San Telmo, rodeados por sus afectos, sus compañeras y sus hijos, en un alegre barullo que recuerda a las escenas de reencuentros familiares de Tangos – El exilio de Gardel. Vino y picada de por medio, Pino, Yuyo y Tato no tardan en ocupar el centro de la escena para empezar una charla espontánea y distendida en la que poco a poco irán desgranando sus reflexiones sobre aquello que hace a su labor cotidiana. Porque lo más notable de Tres en la deriva del acto creativo es que no se trata de una película sobre el pasado -a pesar de que Pavlovsky y Solanas ya han muerto- sino de un film que conjuga su materia en tiempo presente. No hay lugar para la nostalgia en este diálogo donde el trío –incluso Pavlovsky, que estaba muy frágil al momento del rodaje- piensa siempre en el impulso del momento. “Lo que nos mantiene son los proyectos, son el remedio más eficaz y apasionante para no jubilarnos de la vida”, afirma Pino. “La vida, el deseo y el amor”, confirma Tato.

Los tres comparten también un concepto siempre dinámico del acto creativo, la poética del riesgo y el vértigo de asomarse con cada nueva obra a un nuevo abismo. “Para mí caos no es desorden”, se apasiona Noé frente a una de sus grandes telas, donde sus trazos parecen cobrar movimiento al ritmo con el que agita sus brazos. “Caos es la vida misma. Creo que la palabra caos no tiene opuesto, o si lo tuviera sería la muerte. La vida es la evolución permanente, el cambio de ritmos, y con mi obra yo quiero, de todo este quilombo que es la vida, agarrar un ritmo, un instante”.

A su manera, Pavlovsky piensa parecido. Dice que no hay que tenerle miedo al proceso creativo, “que nos sumerge en un caos”. Mientras la película recupera antiguos, precarios registros de sus obras (ningún arte es más efímero que el teatro), Pino le pregunta de dónde saca esos personajes, como el torturador de El señor Galíndez. “Me nacen como fantasmas, de alguna acción corporal”, reconoce Tato. “Son personajes ajenos a mi conciencia, pero que están en mí, tanto el torturado como el torturador”. Y admite estar siempre a la búsqueda de “este misterio terrible que es la vida”.

Para Pino, “lo más difícil del acto creativo es ponerse a trabajar en medio de tanto ruido y dispersiones”. Para él, que estudió música y composición, el cine es un arte total, “como una pirámide invertida, con un vértice donde todo confluye y la realidad se sintetiza en ese recuadro que es el plano”. Con Noé coincide en la búsqueda de “una cadencia, de un tempo”, a la vez que adhiere a la idea de que “la creación no es una línea recta sino un permanente zigzag”, concepto que ilustra con la escena de El exilio de Gardel en la que el personaje de Miguel Angel Solá saca de una valijita un manojo de papeles sueltos y arrugados e intenta explicarle a su cartesiano amigo francés que allí, en ese caos justamente, está su obra, su “Tanguedia”.

Los hijos y el exilio son parte de un capítulo importante de Tres en la deriva del acto creativo, porque Juan y Victoria Solanas, Gaspar y Paula Noé, y Martín Pavlovsky, que también dan sus testimonios en el film, sufrieron con sus padres la expulsión del país cuando todavía eran niños o adolescentes. Y abrazaron después también distintas disciplinas artísticas. “A mí el país me duele”, dice Solanas, que hace bascular su película entre Barracas y el Boulevard de Sébastopol en París, donde pasó gran parte de su exilio, y donde sus hijos se hicieron amigos de los hijos de Noé. En ellos también está la continuidad de una obra que, como dice Pavlovsky, “nunca está terminada”, está siempre en movimiento y en transformación permanente. Como Tres en la deriva del acto creativo, que está lejos de ser una película testamento porque no clausura ninguna puerta. Por el contrario, las deja todas abiertas, en un raro derroche de vitalidad. 

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