Después de la noticia de la muerte del activista, artista y curador (en ese orden) Jorge Gumier Maier el viernes 10 de diciembre, a los 68 años, hubo un consenso unánime en proclamarlo como factótum de la renovación del arte durante la década de 1990 (al menos en la ciudad de Buenos Aires) en su rol de artífice de la Galería del Rojas desde que el periodista Daniel Molina lo propuso para ese cargo, en 1989. En una columna escrita por Molina, y que se puede leer completa en https://rayovirtual.medium.com/gumier-in-memoriam-80e37b7ea5a3, cuenta que tuvo que decidirse entre Gumier Maier y la artista Liliana Maresca. También responde una pregunta que muchos se hicieron al conocer la noticia de la muerte de Gumier Maier. ¿Quién era antes de dirigir la Galería del Rojas?

“Nos presentábamos a los amigos valiosos para que el otro también los conociera: esta es María Moreno, decía yo, y él me presentaba a Pablo Suárez –escribe Molina-. Íbamos a tomar un whisky con Germán García y él me invitaba luego a conocer a [Roberto] Jacoby. Me presentó a Fernando Noy y Batato [Barea], y ellos me presentaron a [Alejandro] Urdapilleta. Tejíamos telarañas de afectos. Yo escribía y él diagramaba. Yo editaba y él dibujaba. Yo invitaba a César Aira a publicar Cecil Taylor en la revista que yo editaba y él ilustraba ese relato genial”.

A Gumier Maier lo conocí por sus notas “trotsko-gays” en las revistas El Porteño y Cerdos & Peces, y luego por anécdotas de amigos y del antropólogo Jorge Alessandria, que habían compartido con él los grupos de estudio en la casa del psicólogo Oscar Gómez, que ahora reside en España, en los años 1980. En esas anécdotas aparecía como “la Gumier Maier”, un personaje de loca altiva, divertida y punzante que, y en esto coincidía con la imagen de Molina, tenía amigos “valiosos” (aunque habría que acotar que no hay amigos sin valor). Mis amigos y Jorge mencionaban a Néstor Perlongher que, para el Gumier Maier de vida retirada en el delta de Tigre de años recientes, había pasado a ser “una mostra del marketing” y “la mujer más mala del mundo”. Participaban de los grupos de estudio y lecturas los artistas Marcelo Pombo y Francisco Belmonte, el escritor Miguel Ángel Lens, el pedagogo Arturo Diéguez y el lingüista Carlos Luis, entre otros. Los que provenían del Grupo de Acción Gay (GAG) todavía conservaban sus apodos; el suyo era Brunilda.

“A mediados de los años 1980 se había disuelto el GAG y había quedado un grupo de estudio, en el que leíamos a Guy Hocquenghem, un discípulo de Gilles Deleuze y Felix Guattari, autor de El deseo homosexual y La deriva homosexual –dice el performer Carlos Cassini-. Gumier Maier estaba más interesado en el feminismo en esa época, leíamos libros de Luce Irigaray y Hélène Cixous; éramos muy intelectuales. Él repartía una revista de esa época, Mujeres en Movimiento, y también íbamos a Lugar de Mujer a hacer intercambios entre grupos de estudios entre gays y feministas. Y venían invitados a hablar de la situación de los derechos de los gays en otros países. Perlongher para esa época ya estaba en Brasil pero viajaba seguido a Buenos Aires”. Y, como pasaba en los años 1980, se hacían fiestas continuamente.

Minorías, homosexualidad y represión

“Gumier Maier fue parte de la Coordinadora de Grupos Gays y una de las figuras más activas del GAG, grupo minúsculo que dejó una marca en la cartografía de las disidencias sexuales de los primeros años de la democracia –dice el historiador del arte Francisco Lemus-. Eso se evidencia en sus enunciados radicales, en el diseño de su gráfica, en la forma de construir de manera espontánea las bases de lo que hoy pensaríamos como queer. Basta con leer su panfleto ‘A más de media humanidad’ distribuido para celebrar el Día de Liberación Gay en el Parque Lezama en 1984”. En paralelo a su presencia en el GAG y sus textos firmados con seudónimo en el órgano de difusión del grupo, la revista Sodoma (con dibujos de Marcelo Pombo), escribía sobre minorías, homosexualidad y derechos humanos en El Porteño. “En este entramado se constituyó como un intelectual de los márgenes que denunciaba los remanentes represivos de la dictadura y el discurso masculinizante (y heterosexual) de la izquierda –agrega Lemus-. Esa huella disidente, contestataria a la norma y a la postura conciliadora de los grupos gays de mayor alcance luego mutó en un discurso estético disruptivo para el campo de las artes visuales en Buenos Aires”.

El escritor Alejandro Modarelli conoció a Gumier Maier cuando, con el investigador Flavio Rapisardi, recopilaban testimonios para el libro Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura. “En ese momento yo no tenía las herramientas conceptuales necesarias para reunir en una misma figura rupturista al Gumier que había militado en el maoísmo hasta la dictadura, y después en el GAG, con ese genio de la vanguardia artística de los años noventa, toda esa movida en el Centro Cultural Rojas –dice Modarelli-. Creo que puede pensarse un continuo entre aquel extrosko castigado por la izquierda masculinista a la que perteneció, por insoportablemente creativo, por loca que, al revés de la mujer araña, se dejó atrapar en la alcoba por un chongo monto revirado de la facultad que lo buscó y después lo crucificó frente a toda una asamblea, y que, liberado del manual de comportamiento revolucionario heterosexual, entabló un diálogo con Perlongher y se impregnó de Michael Foucault”. “A la viuda de Mao, Jiang Qing, la fusilaron sus enemigos, a mí por poco no me expulsan mis camaradas”, les dijo Gumier Maier a Modarelli y Rapisardi. Tanto Cassini como Modarelli recuerdan un hito organizado por Gumier Maier en 1987: la marcha de repudio o “misa negra” contra la visita de Juan Pablo II a la Argentina.

Para Modarelli, Gumier Maier entendió demasiado pronto que revolución del proletariado y revolución sexual no iban por el mismo camino. “Que, en aquel entonces, intentar una política común no tenía sentido –remarca-. En los años ochenta, en sus columnas en Cerdos & Peces levantó una trinchera contra la idea de la identidad homosexual, porque la consideraba una construcción del enemigo para fijarnos en ella como en una jaula, depositada en un lugar tranquilizador para la sociedad. Repudió la estrategia de visibilidad de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) de entonces por creerla ñoña y asimilacionista”.

No obstante, en la disputa entre el modelo trosko-gay y el reformista de la CHA, ya se sabe cuál triunfó (y no sin razones válidas, porque ningún joven o adulto quería ser detenido en razias a toda hora ni padecer el oprobio en comisarías, tribunales y familias solo por desear a un hombre). En sus últimos años, Gumier Maier se convirtió en un militante kirchnerista que reivindicaba las conquistas de derechos de la comunidad LGBTIQ+.

“Gumier se armó en base a una estética de sí –concluye, foucaultianamente, Modarelli-. Todo él era arte y las formas organizativas del activismo político gay debieron de parecerle un corsé tan nefasto como la figura del matrimonio. Entre el genio artístico y las urgencias de los homosexuales por legalizarse y dejar atrás, por tanto, la persecución de los edictos policiales, había una grieta insalvable. Y, para avanzar en lo social y lo jurídico la vanguardia gumiermaierista no era una buena estrategia”.

Años atrás, le había propuesto a Gumier Maier visitarlo en su casa en el delta de Tigre para entrevistarlo. Hablaríamos de su militancia gay, de su trabajo artístico y de su papel clave en la renovación del arte local. “Me retiré de todo justamente para diluirme y soltar mi pasado y vos me proponés una suerte de Volver a vivir con Paloma Efron –me respondió, con el humor intacto-. Hace años que no aparezco como ser parlante, te juro que no sé qué opinar sobre casi nada a esta altura y he venido declinando todas las propuestas habidas con excepción de los chicos que me consultan para sus tesis”. El estilo jamás se diluye.