El horror aparece, sí, porque el horror no se esconde: la desaparición, el miedo, la muerte y el silencio; la perversión de tanto silencio, que solo fue posible por tanto odio. Pero también aparece matizado, o mejor dicho lateralizado, escrito y descrito a través de la mirada infantil: en cómo una niña que no entiende todo, pero que siente y percibe mucho, cuenta que en esa casa en la que se criaban conejos había ritmos, horarios, señas y contraseñas. Y había también mucho amor.

La trilogía de La casa de los conejos de Laura Alcoba, ahora reunida, es la sumatoria de miradas sobre una época y un dolor que no acaban de cicatrizar: la última dictadura cívico militar argentina dejó miles de historias similares o posiblemente idénticas a las que la autora, a través de la voz de una niña primero, una pre adolescente y una adolescente después, nos arroja una visión luminosa y distinta a lo que estábamos acostumbrados a leer sobre ese tema.

La trilogía incluye La casa de los conejos (2007), El azul de las abejas (2013) y La danza de la araña (2017), todos igualmente sólidos, piadosos, emotivos, pero no sensibleros. Y vienen cargados de la potencia narrativa de una adolescente en llamas por aprender e insertarse en una nueva identidad sin abandonar la suya: del contacto con su pasado-padre, preso en Buenos Aires, a través de cartas.

Edhasa reedita la trilogía en español, aunque originalmente fueron escritos en francés porque Alcoba -que cuenta aquí su propia historia, aunque tamizada por la ficción- nació en La Plata en 1968, pero creció en Francia porque su madre, militante montonera, debió exiliarse tras una redada en la casa de los conejos, ese sitio en el que estaban escondidos. Ellas se fueron poco antes, alentadas porque su madre tenía pedido de captura y ninguna opción o acción por delante.

A esa casa de La Plata con la placa del economista Daniel Mariani entraron, a puro tiro, Camps, Etchecolatz, Suarez Mason y otros, donde asesinaron a Diana Teruggi, pareja de Mariani y compañía cariñosa de Laura durante su estancia allí, y que llegó a esconder a su beba de pocos meses, Clara Anahí, en una bañera. Desde entonces Clara Anahí Mariani Teruggi permanece desaparecida. Su padre fue asesinado poco después. Nadie sobrevivió en la casa de los conejos.

► Primera infancia en primera persona

Con la voz de una niña de pocos años, una Ana Frank argentina va contando, en sus ojos y lenguaje infantil pero maduro, que rodea la cosa sin comprenderla del todo, pero describiéndola maravillosamente. Y muestra la trama urdida entre las torturas, los miedos, los silencios, los nombres inventados, los compañeros que se protegían, los que desaparecían, los que morían y los que se salvaban. Laura, entonces, lega en este primer libro de la trilogía un modo de decir la Historia desde otro costado: desde la infancia y desde cómo lo vivió entonces.

Luego vendrían El azul de las abejas, con su adolescencia en un suburbio de París y las cartas con su padre preso político en Argentina aun antes de que ella pasara por la experiencia de los conejos y la migración. Él le inculcó el amor por los libros, y tras seis años preso finalmente emigró a Europa y terminó siendo escritor. Y más tarde La danza de la araña y el modo en que adoptó una nueva lengua e identidad francesa con el devenir de su vida.

¿Pero por qué evocar la historia más contada y a la vez cada vez más lejana? Si ella estaba alejada del mundo local y de las organizaciones de DDHH y de todo el relato que se producía y resignificaba en Argentina en los 2000 y 2010. Más allá de la originalidad de su voz, de su prosa cristalina y certera -como dice Daniel Pennac en el prólogo-, Laura lo explica con una carta extensa a Diana. Ahí dice que lo hizo porque en un momento, en su viaje a Argentina en 2003, se dio cuenta de que lo que hasta entonces había creído -que solo podría contar eso cuando estuviesen todos muertos o demasiado gastados para reprocharla- no tenía sentido.

Y también que evocaba como un ejercicio de memoria y de literatura. Así como cantó Gabo Ferro (eso de que "siempre se lucha por recordar, pero qué buen regalo es olvidar"), también Laura Alcoba escribió para recordar, pero con un matiz nada desdeñable: escribía evocando para, al fin, poder olvidar un poco.

La trilogía entra al tema de la dictadura sin relatos ni narraciones prestablecidos. Desde los ojos de la experiencia de vida trastocada, con la mirada cándida pero no indulgente de una niña que va creciendo y entendiendo, lentamente, lo que va ocurriendo. Es interesante reconstruir el horror desde el costado menos contado: cómo mutó la vida de los sobrevivientes y exiliados permanentes, cómo se corrió de eje y se reacomodó la existencia y experiencia de vida de sus allegados. Cómo, en suma, el aleteo de la dictadura dejó ciclones aquí y allá, en todo el mundo y en tantos y tantas historias anónimas y jamás narradas.

► La adaptación al cine

Con guión adaptado del libro de Alcoba, Valeria Selinger encaró la dirección de La casa de los conejos, que se estrenó hace pocos meses en Buenos Aires. Premiada como mejor largometraje en FICCSUR (Chile), Queens World Film Festival (New York) y FECIP (Ecuador), y seleccionada en competencia oficial en una veintena de festivales en todo el mundo, la historia de Laura cobra vida con notable sensibilidad al posar el eje de la trama en la niña para respetar el espíritu original de la historia.

Con una remarcable actuación de Darío Grandinetti y la participación de Miguel Angel Solá como el abuelo de Laura, con un registro sonoro asfixiante y cargado de tensión, se observa el día a día en la casa de La Plata, el vínculo entre los deseos de una niña y sus posibilidades adaptadas a la coyuntura y una rápida y cruenta resolución que, lejos de la literatura, se apodera de la escena y deja un nudo en la garganta.

El horror, sobre el final, también se posa sobre los sobrevivientes, aunque ya no en Laura, su madre y su padre, sino en Clara Anahí: la beba que aún es buscada junto a más de 400 bebes apropiados durante la última dictadura militar.