A manera de corolario y también de metáfora de su 2021, Fito Paéz presentó el miércoles un show memorable en el Movistar Arena. Ni él mismo se podía creer semejante experiencia, al punto de que reconoció en el remate del recital que se había quedado sin palabras. Si no le cuelga la chapa de histórico fue porque le rindió homenaje en noviembre a Charly García en el Teatro Colón, a propósito de los 70 años de uno de sus mentores, revisitando su repertorio con orquesta incluida. Ese concierto -algo que sucede la vida- no fue el único hito le dejó este año, lo que es toda una hazaña si se considera la suerte distopía del presente: luego de ganar su primer Grammy en marzo, en julio recibió el Gardel de Oro y en noviembre otro Grammy (esta vez latino y no por un disco sino por la “Excelencia musical”).

Pero no fue lo único. Además de salir de gira por América latina y hasta de sumarse a un festival de noveles artistas como acto sorpresa, en Saldías Polo Cultural, el músico rosarino lanzó en el ocaso de noviembre su flamante álbum de estudio, el primero de una trilogía: Los años salvajes. De ahí tocó “Vamos a lograrlo”, tras abrir el show con nada menos que “Polaroid de locura ordinaria”. Ese gesto advertía que no se trataba de un recital convencional. Sin embargo, no sería la única vez en la noche en la que Páez, en complicidad con su banda, se salió del guión. Si bien en las pantallas se podía ver de tanto en tanto esa suerte de señal inflamable que compone la tapa de su vigésimo quinto disco, no era una presentación formal de éste. Tampoco del anterior, el laureado La conquista del espacio.

Ni siquiera era la celebración de los 30 años de Tercer mundo, aunque rescató varios temas de ahí. Fue una síntesis de todo eso, sin duda, a lo que le añadió algunos condimentos más. Pero, por sobre todo, fue el reencuentro del artista con su gente en Buenos Aires, luego de hacerlo la semana anterior en su Rosario natal. Y es que la única vez que Fito se subió al escenario del Movistar Arena lo hizo sin público, por lo que esta vez parecía un león dispuesto a todo. Eso lo dejó por sentado en la tercera canción de su repertorio: “Es una cuestión de actitud”. Venía de un funk para meterse en otro, y luego apareció “Tumbas de la gloria”. Entonces se paró del piano para cantar “Insoportable”, a la que le secundó otra de Naturaleza sangre: la que le da nombre a ese álbum. Y a continuación, “La conquista del espacio”.

Después de sendos títulos de discos, Fito arremetió contra el coronavirus, los smartphones, esta época y también contra el que dijo que los laberintos se ven desde arriba. Preludio de un tema que, así como pasó con “Ciudad de pobres corazones”, aseguró que no le hubiera gustado componer: “La canción de las bestias”. De ese folk regresó al rock, de la mano de “Nadie es de nadie” y le agradeció al público por acompañarlo a lo largo de estos años. “Es una tarea emocional”, afirmó el cantautor, lo que ese estadio repleto sentenció con un “Olé, olé”. A partir de ahí, Fito le fue tomando gusto al show. O más bien a la charla con su audiencia. Hasta llegó a bromear en la intro de “11 y 6”: “Se parece, pero no es”. Y es que tenía sabor a “Llueve sobre mojado”. Apenas terminó, la conectó con su secuela: “El chico de la tapa”.

En medio de esa transición del tiempos del alfonsinismo a los del menemismo, el músico invitó a “crear nuevos mitos”. Si esa secuencia ya sentaba bien, lo mejor de la noche estaba por venir. “Voy a tocar un poquito a ver qué pasa”, advirtió. Para el que llegó a creer que ese pasaje formaba parte del show, este rosarino ilustre realmente empezó a improvisar en el piano en ese momento. El freestyle arrancó con “Carabelas nada”, siguió con “Dos días en la vida” y tomó vuelo en “Cable a tierra”. El público se enganchó en la dialéctica provocando una retroalimentación que alcanzó su clímax en “Y dale alegría a mi corazón” . Hermoso. El quinteto que acompañó a Fito, de impecable performance, aprovechó la inspiración y se colgó a ella en “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, aunque inmediatamente volvieron al presente en “Lo mejor de nuestras vidas”.

Ese fue otro de los manifiestos que legó el recital. Pese a que en su letra versa “Este es mi tiempo”, Paez rescató algo más de su glorioso pasado. “Circo beat” (donde hizo un guiño al tema “Tercer mundo”) dio pie a “Brillante sobre el mic”, con un estadio literalmente encendido a punta smartphones (el músico no tuvo más remedio que ceder ante la tecnología en esa postal). Por más que esa sensación de bienestar fue atravesada por “Ciudad de pobres corazones”, “A rodar mi vida”, en el que hubo un pedido expreso de “ver mucho trapo” dando vueltas, recobró la armonía. Tras salir de escena en traje turquesa, Fito regresó vestido de negro para dejar el resto en esas dos horas de actuación. Además lo hizo con una tríada de clásicos (“El amor después del amor”, “Dar es dar” y “Mariposa tecknicolor”), y con una alegría indescriptible.