Si algún analista desprevenido rastrea como fue el 19 y 20 de diciembre en las calles de Salta, podrá decir que no se observaron hechos de gran relevancia. Aquello no fue comparable a lo sucedido en las cercanías del centro porteño, La Plata, Rosario u otras provincias que vivieron de manera acalorada aquellas jornadas.

Las pedradas, enfrentamientos con la policía, saqueos, muertos y heridos en las calles, no fueron la postal que mostró la capital salteña.

Sin embargo, esta afirmación, objetivamente cierta, oculta la lucha que desde mediados de los años '90 se dió en diferentes regiones de la provincia, donde las pedradas, los enfrentamientos con la policía y los muertos en las calles ya habían sido una postal que pocos supieron observar.

Las consecuencias sociales del modelo neoliberal en el suelo salteño se vivían de manera palpable desde años atrás. De aquello, pocos fueron los que pusieron el ojo y amplificaron la situación, aunque que más no fuera que para anticipar un final que se mostraba evidente a nivel nacional.

El contexto provincial

Tan solo un breve y rápido raconto de algunos hechos salientes ubica la situación salteña, en la que se arriba al 19 y 20 de diciembre, como un final anticipado.

Luego del ascenso a la presidencia de Carlos Menem comienza a darse un virulento desguace del Estado, que se inicia con cuestiones centrales que afectan directamente la región norte del país.

Para 1991 avanza el cierre de ramales ferroviarios, hecho que provoca un desmembramiento de conectividad entre pueblos, así como también la imposibilidad para desplazarse de forma económica con otras regiones de la provincia y el país. A esto se le suma la pérdida directa de empleo de los trabajadores ferroviarios destruyendo también la economía periférica que subsistía alrededor de los ramales.

La privatización de YPF comienza a acelerarse alrededor de 1992, un proceso que desmembró el entramado social de una provincia que en gran parte se movía gracias a la extracción petrolera.

El norte quedó arrasado, solo aparecieron algunas indemnizaciones que rápidamente se dilapidaron en remises o maxi kioscos debido a un nulo proyecto de reconversión laboral.

Para 1994 los docentes ya se encontraban en pie de lucha. Una situación que venía de años anteriores y que continuó siendo un motivo de disputa. Una cuestión que se verá clara años después a nivel nacional con la carpa blanca.

En 1995 el flamante gobernador Juan Carlos Romero acelerará las políticas aplicadas por Menem a nivel nacional. Una de sus primeras medidas será el despido de 4978 trabajadores de la administración pública que serán tipificados con el nombre de “excedentes”

Muchos tomarán, ante la desesperación y una paupérrima indemnización, la drástica decisión del suicidio, ya que, como escribía el psicólogo social Daniel Agüero, “el suicidio es un camino, porque los cesanteados viven, caminan por la calle como muertos, sus familias se van destruyendo y así los excedentes se quedan sin trabajo y sin familia”.

Frente a este proceso de desintegración social, las resistencias en la provincia de Salta estuvieron a la altura de las circunstancias.

Como primer gran mojón aparecerán las puebladas de Tartagal y Mosconi que aglutinaron a todo un pueblo devastado cortando la ruta bajo claras consignas de unidad. De allí saldrían fortalecidos y visibles los movimientos de trabajadores desocupados (MTD) puebladas-en-tartagal-y-mosconi">así como se amplificará la idea del piquete como medio de lucha. 

En el año 2000 las problemáticas sociales continuaban profundizándose, y el estallido social en la zona volvió a hacerse presente. El corte de la ruta 34 en reclamo de mejoras económicas y reincorporación de despedidos terminará con el asesinato a sangre fría de Anibal Verón.

Es por esto que cuando llega el 2001 la provincia se encontraba con 10 años de desmantelamiento social y económico, pero también con una historia de lucha y resistencia.

Una mirada desde las políticas sociales

Julián Matorras trabaja en el Ministerio de Desarrollo Social de Nación desde 1997. Vuelve sobre la memoria y trae recuerdos de aquellos convulsionados años: “En aquel momento trabajaba en un programa que se llamaba FOPAR (Fondo Participativo de Inversión Social) que daba soluciones de infraestructura comunitaria. Lo paradójico era que ese programa funcionaba con fondos del Banco Mundial, organismos internacionales que ponen plata para mitigar los desastres sociales que causaban las políticas aplicadas”.

Matorras comenta sus primeros pasos dentro del Ministerio: “Empecé a trabajar en Tartagal, Aguaray, en ese territorio me movía, sobre todo en comunidades indígenas. Porque justamente en esa época empezaron a surgir los barrios indígenas que eran expulsados del campo. La gente se fue a las ciudades mientras arrasaban el sistema ecológico del lugar donde vivían. En aquel momento se había comenzado con proyectos de algodón, algo que no funcionó, pero el daño y la migración ya estaba ”.

Al mismo tiempo grafica la realidad diaria en aquellas tierras. “La situación era como si hubiese pasado una guerra o una catástrofe. Pobreza, barrios humildes que no tenían nada, ni agua, ni calles. En ese contexto trabajábamos como se podía, intentábamos generar organización mas allá de los proyectos”.

El proyecto al cual hace referencia había nacido en 1996 y continuó su implementación en medio de la compleja situación social: “Pasó el tiempo y llegamos al año 2000 cuando se agotaba la primera etapa del programa. Comenzaba una segunda fase donde se empiezan a financiar nuevos proyectos. Parecía que marchaba bien hasta que llega el fin de año del 2001 y bueno, una catástrofe. Ese fin de año los proyectos que no se habían financiado se bloquearon, se cortó de cuajo lo que se venía haciendo sumado a que de la noche a la mañana 21 compañeros quedaron sin trabajo, y los que permanecimos, el sueldo nos bajó a la mitad en términos nominales. Quizás recién cuando esto sucedió nos dimos cuenta que no estábamos organizados como trabajadores, que no había comunicación, que cada uno hacia la suya por su lado. La lógica de la supervivencia individual también había sido instalada en la sociedad”.

Organización ante la crisis

José Ignacio Gil Lávaque tiene 32 años. Estudió sociología en Santiago del Estero y en 2013 regresó con la tesis de grado pendiente a su Salta natal.

En aquellos años vivía en la localidad de Vaqueros, distante poco más de 10 kilómetros de la capital salteña. En su búsqueda de estudio llegó a dar con la experiencia del “Trueque de Vaqueros”, que justamente cumplió 20 años por estos días.

“El trueque de Vaqueros fue un tema que surgió luego de explorar otras temáticas. Cuando me contaron la historia me deslumbré y ya no pude desconocerla. Es una experiencia que va naciendo por la situación de tremenda desocupación que había en ese momento. La mayor parte de los ‘troqueros’ no tenía trabajo, y quienes lo tenían, no le alcanzaba para nada. Inclusive había mucha gente que directamente estaba pasando hambre”.

“En ese momento Vaqueros tenía 3000 habitantes y vivía una situación tremenda. Sin embargo, dentro de ese contexto, hubo un par de personas que dijeron ‘vamos a hacer algo y hagámoslo entre vecinos’. Empezó entonces con un grupo pequeño de gente conocida que salieron a tocar puertas y a sumar adherentes. Primero fueron unos pocos y luego comenzó a crecer debido a la propia necesidad y al planteo adecuado. Buscaron la manera de explicar a la gente como hacerlo, ya que para muchos era inimaginable que venga alguien y le diga ‘vamos a cambiar las cosas, no vamos a comprar ni a vender’, relata el sociólogo salteño.

Como todo nuevo proyecto disruptivo, no fue fácil instalarlo y aparecieron resistencias. Así lo relata José Ignacio: “La recepción al principio fue difícil, sobre todo por algunas diferencias entre los nacidos y criados en el lugar y toda una camada de gente que empezó a instalarse en la década de los '80, quienes traían cierto acervo de cuestiones comunitarias".

"En un principio no se lograba incorporar al local hasta que se suma una de las vecinas que fue figura clave: Noemí Zumbay. Ella era del pueblo, enarbola la idea y toma la tarea de invitar a sus vecinos. Llevó un montón de gente del pueblo y la recepción fue impresionante. Participaban 300 familias en un pueblo de 3000 habitantes, era prácticamente todo el pueblo en el trueque. Había gente de fincas, profesionales, docentes, y otros que directamente no estaban en el sistema”.

Vecinos de distintas afinidades políticas y diferentes clases sociales fueron juntándose para un hacer común. Gil Lávaque comenta que “el trueque se venía haciendo en la finca de una ‘troquera’. Esto dio lugar a pensar en dejar aquel espacio y buscar un sitio público o comunal. Se vio que había un galpón abandonado construido con dinero del Banco Mundial y que estaba totalmente abandonado, pero que en cualquier momento iba a pasar a manos privadas. Entonces se decide pedir las llaves, y como no se las facilitaron, tomaron el galpón y empezó a funcionar el trueque allí". 

"Se organizaron colectivamente, hicieron ferias, rifas, de todo, compraron el terreno, se conformaron en Asociación Comunitaria e inmediatamente no estaba no solo el trueque sino que había talleres de formación y luego también en una biblioteca popular. Es por esto que no hay fecha exacta de fin del trueque, porque así como se diluyó, emergió la Asociación Comunitaria El Molino con un montón de actividades. Por este lugar pasaron generaciones. Es conmovedora la historia, es un espacio ganado para la comunidad”, recuerda Gil Lávaque.

Los relatos del 19 y 20 resultan difusos en relación a aquellos días concretos. Pareciera ser que Salta estuvo al margen de las acaloradas jornadas.

Gil Lávaque comenta al respecto: “En relación al trueque no hay testimonios específicos de algo puntual que haya sucedido el 19 y 20. Sí se puede rescatar la idea que surgió de pasar la Navidad juntos. Todos los troqueros se unieron, trajeron comida, armaron una gran sangría y compartieron esa Navidad estrechándose la mano como una forma de contención en ese momento dificilísimo”.

En tanto Julián Matorras, el trabajador del Ministerio de Desarrollo Social, agrega: “Acá en Salta esos días no pasó nada… El 19 y 20 fue un triste broche de oro de una catástrofe que se venía gestando durante 10 años”.

La situación vivida en la superficie de las grandes urbes el 19 y 20 de diciembre de 2001, parecía no tocar la provincia. Sin embargo, para los salteños, la herida se encontraba abierta y sangrante desde los albores de los años '90, y todo aquello que esta vez se miraba por televisión, ya se había experimentado en la propia carne varios años atrás.