Un sector cultural pequeño y de estructuras lábiles puede tener dificultades para pegar saltos de producción grandes, pero al mismo tiempo se adapta mucho mejor a las dificultades. Esa es la principal conclusión del sector de la historieta argentina tras dos años de pandemia. Si en 2020 la clave para la sustentabilidad del circuito pasó por el modo en que las editoriales locales formaron sus propios mecanismos de distribución, este año fue clave la conformación de un circuito de pequeñas ferias que les permitió retomar el contacto directo con el público lector. La producción, según se desprende de los datos con que cuenta el sector, retomó los valores de 2019, aunque aún está lejos de los picos de publicación de 2017/2018.

Según el relevamiento anual que realiza Santiago Kahn, editor del sello Maten Al Mensajero, al cierre de esta edición se contabilizaban 145 títulos de autores nacionales, dos más que en 2019, pero sobre todo un 70 por ciento más que en el primer año de la pandemia. Y desde luego, aún quedan incorporar títulos a esa estadística, que se termina de redondear en los primeros meses del año siguiente. Como en otras industrias culturales, aún es prematuro hablar de recuperación, pero al menos las imprentas vuelven a tomar ritmo de trabajo.

Un análisis más fino revela que una minoría importante de esos lanzamientos son, en rigor, reediciones. Esto bien puede leerse como una consecuencia de la consolidación de la distribución a manos de las editoriales. Para el balance de 2020, los responsables de distintos sellos señalaban a Página/12 que ese cambio estructural les había permitido mover su fondo de catálogo, poco atendido por las distribuidoras comerciales. El resultado son libros (ahora sí) agotados y por fin reimpresos. Más allá de la tendencia a ir “a lo seguro” en un contexto de recuperación, también se imponen medidas de precaución. En este sentido, la mecánica de la preventa para juntar el dinero necesario para entrar a imprenta, y garantizar el interés lector sigue vigente y colabora en el proceso. Si un libro agotado genera suficiente interés como para cubrir los gastos con la preventa, tiene su estante asegurado en las comiquerías. Salvo los lanzamientos de los grandes conglomerados editoriales comerciales, como los que puede lanzar Penguin House Mondadori o el Grupo Planeta, casi todas las editoriales pequeñas y medianas recurren a la preventa.

Las comiquerías y otros espacios especializados, como Moebius o La Casa de Viñetas Sueltas, en tanto, recuperaron su importancia en el circuito. Ante la ausencia de eventos masivos, como Crack Bang Boom o Argentina ComicCon, proliferaron las ferias: algunas específicas del circuito, otras más generales que incorporaron la historieta como parte de su oferta. Aquí también recuperaron su espacio lugares emblemáticos, como la explanada de la Biblioteca Nacional o la terraza del Centro Cultural Recoleta, un espacio que no recibía con tanto cariño a la disciplina desde la ya mítica edición 2009 del festival internacional Viñetas Sueltas, y el cierre de su Espacio –verbigracia, pasillo- Historieta, algunos años después.

En lo artístico saltan a la vista varias cosas. En primer lugar, recuperó su lugar la publicación de material francobelga. Ayuda la aparición de Merci Editorial, que se especializa en ese material, pero también la persistencia de Libros del Zorzal con su biblioteca de Astérix, Lucky Luke e Iznogoud, y otros sellos que incursionan en el material de origen francófono. En parte esto explica la proliferación de historieta para niñes. La reactivación de Comiks Debris y los múltiples títulos de franquicias lanzados por las majors del sector editorial hacen del cómic infantojuvenil un circuito bien atendido.

Finalmente, y contra los augures de larga data que sugerían que la historieta autobiográfica o realista había pasado de moda, tres títulos lanzados este año ponen en discusión la sentencia. El golpe de la cucaracha, de Gato Fernández, y Llamarada, de Jorge González, abrevan en la autobiografía, y el realismo de Naftalina, de Sole Otero, dejan claro que los géneros bien anclados en la realidad tienen mucho para ofrecer.

Las expectativas para 2022 son cautas, pero optimistas. Por fuera de los eventos masivos, el sector parece haber encontrado combinación de herramientas para subsistir y recuperar el crecimiento que la crisis del medio término macrista había cortado. Que proliferen las preventas este fin de año asegurará, al menos, un verano lleno de buenas novedades. Si persiste la alianza entre editoriales y comiquerías (que se traduce no sólo en presentaciones de libros, sino en establecerlas como punto de entrega de las preventas), la consolidación podría asentarse. Desde luego, hay mucha esperanza puesta en el regreso de los grandes eventos, si la situación sanitaria lo permite. Por lo pronto, la convención internacional Crack Bang Boom, que se realiza en Rosario, anunció su regreso en 2022. Considerando que era el evento que realmente movía el amperímetro del circuito comiquero vernáculo, es una gran noticia. Como siempre, el cómic continuará.


Los recomendados de 2021

-Naftalina, Sole Otero (Salamandra Graphic)

-Banzai, Femimutancia (Feminismo Gráfico)

-Menos peor, Fran Fantino (Loco Rabia)

-Llamarada, Jorge González (Hotel de las Ideas)

-Hot L.A., Horacio Altuna (Fondo de Cultura Económica)

-Death orb, Ryan Ferrier y Alejandro Aragon (Multiversal)

-Evaristo, Carlos Sampayo y Francisco Solano López (Hotel de las Ideas)

-Colosos de la justicia, Luis Roldán (Pictus)

-El gato del rabino. Integral, Joann Sfar (Hotel de las Ideas)

-Inquilinos, Tiana (Loco Rabia)

-Astérix, la hija de Vercingetorix, Jean-Yves Ferri y Didier Conrad (Libros del Zorzal)

-La Caja vol.2, Esteban Podetti (Historieteca)