Febrero 1945. París ha sido liberado y una joven trafica chocolate, cordero y 12 kilos de manteca que lleva anudados a su cintura debajo de su tapado. Es detenida. En prisión delata a los granjeros proveedores con el fin de quedar liberada. Mientras trafica escribe artículos para el diario Paris-Soir y para la revista Elle. Le encargan notas para ser leídas por mujeres cuyos maridos luchan en la guerra. Maurice Sachs, escritor homosexual y amigo en ese entonces, la motiva a escribir sobre lo que le pasa. Eso empieza a hacer y es lo que luego se convertirá en L’Asphixie (La asfixia), su primer libro. Nadie sabe aún de qué es capaz Violette Leduc.

En el escritorio de un funcionario, Leduc ve un libro titulado L’Invitée (La invitada) bajo el nombre de Simone de Beauvoir. Piensa en ese momento: una mujer escribe en lugar de millones de mujeres. A los días lee en los diarios de París que la escritora frecuenta el Café de Flore sobre el Boulevard Saint-Germain y se promete ir a verla antes del fin de la guerra. Con las uñas pintadas y su flequillo suelto en abanico entra al café y se sienta en la mesa de la izquierda, pide una copa de alcohol y le pregunta al mozo si aquella mujer es Simone de Beauvoir. Es ella, le responde. Leduc fuma sus Camel mientras observa el cabello de aquella mujer tirado hacia atrás. Cuando el mozo le lleva la segunda copa, le dice que más lejos y en la misma fila está Jean Paul Sartre. Ambos tienen la mirada puesta en lo que escriben.


No hay fotos de Simone de Beauvoir y Violette Leduc juntas pero la película de Martin Provost, Violette, pinta la relación de ambas escritoras.


La amistad salvadora: Simone de Beauvoir

El domingo siguiente, Leduc vuelve al mismo café, se sienta en la misma mesa y repite el mismo trago: un Pernod. Simone de Beauvoir también está sentada en la mesa de la vez pasada, escribe en el fondo de la sala y viste el mismo saquito de piel. Leduc vuelve domingo tras domingo. Meses después, consigue que alguien cercano, Bernadette, le acerque su carpeta anaranjada donde estaba su manuscrito. Diecinueve horas después, Bernadette la llama para avisarle que Simone de Beauvoir lo leyó y que quiere verla en el Café de Flore. Deben coordinar por teléfono. Apenas corta se comunica inmediatamente con ella. ¿Quiere que nos encontremos mañana a las cuatro en el primer piso del Café de Flore? Leduc responde que sí. Ya nada es igual. Tiembla.

Aunque no es de obedecer, Leduc se acomoda en el lugar indicado. Simone de Beauvoir la hace sentar a su derecha y sin preámbulos le dice que le va a dar el manuscrito a Albert Camus, quien dirige en ese momento la nueva colección de la Editorial Gallimard, pero a cambio debe modificar el final. Ese manuscrito es su primer libro. Se publicará en 1946 y dará inicio a su vasta obra literaria.

Una escritura desgarrada y autobiográfica

L’Asphixie comienza así: Mi madre no me ha dado nunca la mano. Su madre era empleada doméstica en la casa de los Debaralle, una familia burguesa. Queda embarazada de André, el hijo del señor Debaralle, que en ese entonces tenía tuberculosis. Ella prefiere no decir nada a nadie y abandona la casa en la que trabajaba para dar a luz, sola, en Arrás. Leduc pasa a ser la hija ilegítima a la que el padre nunca reconocerá. Heredará de su madre el odio hacia los varones y hacia ella misma. Cada vez que se enferma, su madre la culpa. También le hecha en cara su fealdad.

La escritura de Leduc es autobiográfica. Fue el medio que encontró para sobrevivir, dar testimonio y forjar su identidad. En el año 1955 escribe su libro Ravages (Estragos) en el que cuenta la relación lésbica que tuvo a sus 18 años con Isabelle, una compañera del internado del Collège de Douai, y el aborto clandestino que se hizo muchos años después cuando decide no tener hijos. Esas partes del comienzo fueron censuradas a pesar de que Simone de Beauvoir luchó con todas sus fuerzas para que las incluyeran en el libro, sin embargo, ningún otro editor aceptó publicar ese material. Hoy es impensada una censura de esa índole.

Capitán Swing reedita La bastarda, el clásico de Leduc de 1964

Identidades en tensión: lesbiana, pobre, hija ilégitima

A partir de ese momento, Leduc, entra en una gran depresión que la llevó a internarse. En cambio, dos años después del éxito de su libro La bastarda con el que gana el premio Goncourt en el año 1964, publica Thérèse et Isabelle en el que incluye las partes censuradas de Ravages, también editada por Gallimard. Ya no era el París de hace 20 años atrás, aunque Ravages nunca llegó a ser publicada entera. Posteriormente, en 1971, Leduc firma el Manifiesto de las 343, que se publica en la revista francesa Le Nouvel Observateur redactado por Simone de Beauvoir, en el que trescientas cuarenta y tres mujeres afirmaban haber tenido un aborto, exponiéndose a procedimientos penales que podían llegar hasta el ingreso a prisión. Recordemos que ella ya había sido censurada por escribir su experiencia años anteriores.

¿Leduc enrostra lo que no queremos ver? Es una amenaza en sí misma porque encarna lo otro, lo extranjero. En el año 1944, en su obra de teatro A puertas cerradas escribe El infierno son los otros, obra en la que da cuenta de que lx otrx nos devuelve lo que somos y eso que vemos puede llegar a ser un tormento al encontrarnos con nuestras propias miserias. Lesbiana, mujer, hija ilegítima, traficante, depresiva, pobre y encima no cumple con el paradigma de belleza de la época. La tinta que desparramaba su bolígrafo es liberadora y a la vez amenazante. Ella es una extranjera en su tierra. En el aire parisino se respiraban los finales de la II Guerra Mundial y el comienzo del fin de la dominación europea en Asia y África. El racismo, la desigualdad y la homosexualidad eran identificados como el enemigo, una amenaza que ponía en cuestión la identidad nacional de la que no escapó tampoco Jean Genet, su gran amigo.

Leduc vence silencios establecidos, no miente para ocultarse, rompe con el orden natural de las cosas y escribe con furia para liberarse del otrx amenazador, y a la vez, ella se convierte en una amenaza para los demás. Fue gracias a otra mujer, Simone de Beauvoir, quien no le soltó nunca la mano a partir de ese primer encuentro en el Café de Flore, que su voz logró trascender.

A punto de cumplirse los cincuenta años de su fallecimiento, el año pasado la Editorial Capitán Swing reeditó La bastarda. Leduc fue una avanzada al escribir sobre las relaciones sexo afectivas que mantenía con mujeres y varones en épocas en la que ni se pensaba en el matrimonio igualitario ni en el reconocimiento de la identidad de género. En este contexto global donde la derecha se consolida y la conquista de nuevos derechos parece ensombrecerse, la circulación de una autora como Leduc permite trazar el mapa de años de lucha.