Cuanto más grande es un gorila mejor. El impresionante sonido de los golpes en el pecho es una medida de tamaño y fuerza. Las hembras con este gesto evalúan su pareja.

Altos gorilas

Los altos gorilas huyen de los aromas a camisetas con humo, olor a mandarinas regadas sobre un piso de tierra, sonrisas y manos estrechadas. Prefieren la umbría soledad de las barracas protegidas con maderas nobles, el alcohol encerrado en botellones de cristal, un parque cerrado con altos pinares, la tarde que cae y algún sirviente que enciende las lámparas y no emite palabra. Esos son los gorilas de lo más alto de las ramas; los otros, los gorilas medios, aún tienen el palpitar de las casas bajas, el aroma a nafta de un auto nunca 0 kilómetro y un gran sillón con un gran televisor. Se han instalado por la mitad del Arbol Gorilense. Y por último están los gorilitas pechos levemente peludos que comen raíces, piñas caídas, sobras que caen de arriba y andan siempre armados con palos afilados, piedras, dientes serrados, tatuajes, puños dispuestos, mentirosos y con miedo. Estructuras óseas les permiten a los altos gorilas aguantar los vendavales con una sonrisa de soberanía, los del medio esperan que hacen los de arriba y los de abajo medran por fuentes agua impura, beben al costado limpiando apenas los charcos donde se acumulan la pútridas hojas que ya no sirven ni para abono de los muertos. El adoctrinamiento funciona regularmente así: los altos gorilas mean en las partes superiores y el líquido que fluye por dentro del árbol va dejando huellas y se impregna en las glándulas de los inferiores hasta llegar al piso degradadas y mal olientes que los constituye merced al poderoso efluvio, en gorilas sin cerebro debido a que los fluidos al descender a tierra sencillamente se pudren y emanan un gas venenoso que los atonta. Los bajos gorilas harán por imitación lo que los gorilas medios hagan y estos con los de arriba. Una cadena interminable y sin oxidar que funciona desde siglos. Cuando ocurren pestes o desgracias los Altos Gorilas orinan más fuerte y con ello ordenan lo que habrán de hacer y decir los gorilas subalternos. Y culparán a Dios, al comunismo, al peronismo, a los poetas, a las putas, a la pandemia y a las vacunas de los males que suceden. Así funciona el mundo hoy, en medio de la tragedia, siempre así, siempre igual, siempre como siempre fue. Y para rugir ni se quitan el tapabocas porque no los usan.

Gorilas medios

Un gorila standard medio nunca dirá nada desaconsejable para la vecindad. Su secreto mejor guardado es el silencio: solo actúan cuando la rabia los acomete y entonces se ciegan y ya nada les importa. Pisotearán las flores que dejaron como ofrenda a la Virgen, masacrarán los diarios que no leen, pisotearán las sombras de los desahuciados que les acomodan sus autos, golpearán cacerolas y saldrán con espuma en la boca a la calle. No para reclamar sino para hacer ruido, ensordecer con sus alaridos y ensuciar la cancha con sus cáscaras de banana ignorando el porqué de lo que hacen. Las órdenes no se discuten. El gorila medio no piensa, solo actúa, llevado por los hados misteriosos que le susurran al oido que ya es la hora de salir a llenar de guano todo, a maquillar con sus heces el mundo, a patear, llorar si es necesario, guardar silencio y aprobar o desaprobar con sus jetas torcidas lo que nadie les dijo pero resuena en su oídos y deben machacar esa tórrida verdad que en el fondo es un reseco pescado podrido. Y se sabe, los gorilas no comen peces pero intentan dar a comer a los otros, sus adversarios del bosque, sus enemigos, toda esa carne tumefacta.

Gorilas de abajo

Los gorilitas o gorilas a medio hacer tienen el resentimiento como bandera de lucha. Tienen los hombros duros de tanto cargar a los otros de más arriba. Son agiles de tanto capturar los restos del alimento que surge desde la altura. Caminan kilómetros para encontrar agua o cerveza, los acarrean en colectivos, con banderas pulcras amarillas y aúllan por verse cerca de los gorilas grandes que nunca ponen la cara. Los pequeños gorilas ni saben que son gorilas: cumplen a rajatabla la ley y el orden a cambio de un carrito, una muda de ropa, un abrazo en la foto. Son usados y no lo saben. Sirven para un lavado como para un estrujado. Han hecho cosas marginales y turbias y han perdido el pelo en estas hazañas estúpidas: quemar un sitio político adverso, apuñalar, balear las piernas de alguien, robar mendrugos, dejarse manosear sus hijas por un puestito permanente. Los abuelos de estos pequeños simios no han sido como los gorilas actuales, ni siquiera han sido gorilas: lloran por un líder que no volvió, salvo su cadáver, y comprender mientras le dejan rascar la olla de la manada que algo malo han hecho para tener tan oscura descendencia.

Gorilas hembras

Los gorilas hembras de la altura viven encadenadas con grilletes de oro: son machorras constitucionalistas, fervorosas católicas republicanas, mandamases de empleadas morochas, adoran lo exótico de Europa y desprecian a los que están debajo de sus ramas. Las otras gorilas del medio suelen ser feas en serio: caderas de hierro, ojos de macho cabríos y vestidos de donde suele colgar una gran cruz. No todas las gorilas creen en Dios, algunas lo odian, le temen o lo discuten. El Papa es comunista o peronista sin lugar a dudas. Las gorilas hembras de esta especie son por lo general horrendas pero hay algunas que zafan merced a toneladas de pintura, liftings que les abollan la cara hasta parecerse entre si, o bien con el rostro inmaculado como vírgenes proclaman una superioridad que no tienen: las gorilas del interior, por lo general con una tonadita exasperante, se visten de horror y usan unos perfumes caros imitación. Sueñan con Miami. Son machistas peor que los machos. Reciben órdenes de ellos o bien oyen voces del Mas Allá que dictan cosas. Son golpistas, sanguinarias, tías benevolentes, donadoras de juguetes a los huérfanos y compañeras de viaje incómodas en la campaña o bien mansas, regaladas al cabrón de turno. Sus maridos son putañeros y ellas lo saben pero hay que mantener el status quo: de vez en cuando caen de espaldas en algún colchón abrazadas a otro gorila fulero y barrigón y así restablecen el equilibro de sus cornamentas. Esas escenas de encuentros íntimos son repugnantes en serio. Lo juro. Me han contado que es algo feo de ver. Por último las gorilas hembras de abajo de todo hacen lo que pueden con sus pelajes y sus vidas de hambre. No creen en nada y esperan que todo se derrumbe sin saber si el techo se les vendrá encima producto de un viento político ensañado con todos y bien de un pampero helado que les hará volar sus casitas magras. Como sea, esta es mi visión zoológica de estos homínidos sin estirpe. Son todos y todas iguales, solo cambia el color del pelaje y el tamaño de sus odios de no poder haber sido ni siquiera humanos. Con los gorilitas bebés no me meto. No tienen la culpa.

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