“Si no me las ingenio con lo que ya tengo, es como hacer trampa, el asunto pierde autenticidad”, se planta una virtuosa Lydia Ricci, artista con base operativa en Filadelfia, sobre la autoimpuesta regla que rige su obra: apañarse exclusivamente con las piezas de descarte que lleva décadas juntando, casi compulsivamente, a partir de trastear en cajones abarrotados de sus parientes, en armarios polvorientos, incluso -ocasionalmente- “en los tachos del vecindario”. “Llevo más de 25 años recolectando materiales que, para los demás, son desechos: formularios viejos, impuestos de los 70s, gomas de borrar secas, chiches rotos. Atesoro una factura de luz de 1986 de la misma manera que otros codician valiosas joyas familiares, y luego la transformo en, digamos, un pequeño sofá-cama. Mis esculturas son un poquito desprolijas, imperfectas, como lo son nuestros recuerdos”, reconoce quien, al final del día, crea “pequeños tributos a tiempos pasados”. En forma de: objetos cotidianos de otrora, a menudo pasados por alto, cuando no lisa y llanamente jubilados por modelos más actuales; ya sea un secador de pelo antiguo, una aspiradora vintage, una cámara de fotos analógica, un teléfono de línea, una máquina de escribir, un televisor de tubo bien panzón, un walkman…

Ricci no pretende que sean réplicas exactas sino que evoquen décadas pasadas (especialmente los años 70 y 80); también gusta que sus piezas sean lo suficientemente chiquitas para que entren en la palma de la mano. “Estas esculturas de cosas mundanas no son precisas ni preciosas, sino aproximaciones toscas, que de alguna manera se sienten más verdaderas que cualquier recreación perfecta”, dice quien las ha estado confeccionando desde hace unos 15 años, a partir de papeles en desuso, manuales de instrucciones, diccionarios, cajas, bolsas, cintas de embalaje, etcétera. “Soy un poco desastre trabajando. No es raro que pierda una ni bien está terminada, que se caiga de la mesa y desaparezca en el caos del cuarto”, admite la también diseñadora gráfica, aunque aclara que se esfuerza “por ordenar el escritorio y el piso, ‘asegurar la zona’ entre obra y obra, porque todas las sobras vuelven a guardarse, sirven para piezas próximas”.