El adjetivo calificativo “artúrico” dice mucho. Los mitos alrededor del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda forman parte de un denso y multicolor entretejido cultural transmitido de generación en generación a través de los siglos. De raíces medievales anónimas, como la leyenda de Robin Hood, las hazañas de los señores britano-romanos llegan hasta nuestros días en múltiples versiones, tamizadas por relecturas literarias, teatrales y cinematográficas, esencia del ADN aventurero de centenares de relatos equiparables, sino en tiempo y geografía, al menos en forma. En la gran pantalla, Excalibur (1981) de John Boorman, y Lancelot du Lac (1974), de Robert Bresson, marcan dos picos del cine artúrico; el primero, un acercamiento de gran presupuesto diseñado para el público masivo, pero no por ello menos inteligente y estimulante; el segundo, una aproximación minimalista y sanguinolenta de enorme poder evocativo, fiel a las texturas de los romances del Medioevo. En el medio, las bromas afiladas de los Monty Python en Los caballeros de la mesa cuadrada (1975), dirigida en estado de gracia por Terry Gilliam y Terry Jones, y el fallido pero interesante doblete del realizador británico Stephen Weeks, Gawain and the Green Knight (1973) y Espada del valiente (1983), cuyos protagonistas son, en ambos casos, Sir Gawain, uno de los doce grandes caballeros, y su némesis, el Caballero Verde, además de varias decenas de largometrajes más o menos inspirados en los cantos originales. A la lista viene a sumarse ahora la última película del realizador David Lowery, quien de manera subrepticia viene construyendo una sólida y muy personal filmografía con títulos como Un ladrón con estilo, A Ghost Story y la producción de Disney Mi amigo el dragón. El caballero verde, que tendrá finalmente un lanzamiento local en la plataforma Amazon Prime Video dentro de algunas semanas, ya forma parte del selecto equipo de grandes adaptaciones al cine de las historias de los knights más famosos de la historia. Los insignes miembros de la orden de caballería registrada por primera vez en tinta sobre papel por el misterioso Thomas Malory –compilador de genealogías, aptitudes y heroicidades– en algún momento del siglo XV. Bienvenidos a un universo de desafíos, tensas esperas y travesías que poco y nada le deben a las normas del blockbuster moderno, con un magnífico Dev Patel (el ex adolescente de Slumdog millionaire - ¿Quién quiere ser millonario?) en el rol central del hidalgo que está de viaje en busca de su honor.

A diferencia del francés Bresson, con sus actores amateurs en poses rigurosamente vigiladas, el estadounidense David Lowery no parece abandonar las tradiciones del mal llamado “naturalismo”, pero de ninguna manera se entrega a los peores vicios del cine contemporáneo con ínfulas masivas y universales. De hecho, la estructura narrativa de El caballero verde –filmada en locaciones reales de Irlanda– desmonta el clásico periplo del héroe y lo presenta de manera diáfana, directa, destacando cada paso/prueba con títulos en pantalla. Pero antes de eso, las presentaciones de rigor: Gawain, hijo de la hechicera Morgause, sobrino del Rey Arturo, primo de Mordred, pasa sus días bebiendo en exceso y retozando con su enamorada Essel (Alicia Vikander, en el primero de sus dos papeles). Durante la Nochebuena, en una cena especial en el recinto del rey y la reina, todos los señores sentados alrededor de la célebre mesa, un extraño caballero arbóreo ingresa sin pedir permiso, montado en un caballo. El reto forma parte de la leyenda más famosa ligada a Gawain, aunque el guion de Lowery se toma varias libertades respecto de las versiones “oficiales”. La esencia, sin embargo, es la misma: Gawain corta la cabeza del Caballero Verde pero no logra matarlo y, según las reglas previamente estipuladas, el caballero de la mesa redonda deberá encontrarse nuevamente con el contrincante un año más tarde, permitiendo que este practique exactamente el mismo movimiento veloz y mortal sobre su propio cuello, dejando como recordatorio una enorme hacha. En otras palabras, una muerte anunciada. El caballero verde realiza una elipsis de casi 365 días (“Un año que pasa demasiado rápido”, afirma el intertítulo) y el héroe parte en busca de su destino, ansioso y expectante, protegido por su arma reglamentaria y un talismán secreto pergeñado por su madre (Sarita Choudhury, de origen británico y raíces indias como Dev Patel). El extenso plano general en movimiento que registra el inicio de la travesía, con un grupo de niños vitoreando al viajero, deseándole suerte en la aventura, confirma el interés de Lowery en hacer el mejor uso de la pantalla ancha, en una película de enorme belleza visual, llena de maravillas y asombros.

EL SANTO DE LA ESPADA

Como ocurrió con tantos otros títulos cuyos estrenos estaban planeados para 2020, el lanzamiento de El caballero verde se pospuso ante la llegada de la primera oleada de covid-19. Entrevistado por el medio especializado IndieWire, Lowery destaca que ese escollo fue transformado en virtud, al permitirle seguir trabajando en la película en la sala de montaje durante varios meses más. Último escalón de una obsesión con los personajes que tuvo su origen durante los años de estudio universitario, aunque el realizador también afirma que “la idea concreta de transformar eso en una película no ocurrió hasta once meses antes de comenzar a filmar. Siempre quise hacer una película de fantasía. Siempre me ha gustado el género, ya se trate de El señor de los anillos o de Willow. En ese momento particular de mi vida, quise hacer una película sobre alguien en un viaje de búsqueda. Volví a leer los versos y pensé que podía ser un buen molde para un film, aunque no sabía si adaptaría la historia de Sir Gawain y el Caballero Verde o bien utilizaría elementos del texto para una historia diferente, completamente original. Al releer el texto la obsesión prendió con todo: me enamoré de él y quise trasladarlo a la pantalla de la manera más cuidadosa y amorosa posible”. Desde luego, ese cuidado y ese amor no implican respetar a rajatabla el molde original: las variaciones respecto de otras versiones de la historia son muchas y de diversa índole. Y, a diferencia de la mayoría de las adaptaciones cinematográficas previas, pensadas para un público juvenil o familiar, la violencia y el sexo tienen aquí una preponderancia radical. En uno de los momentos más sorpresivos del film, que a esa altura ha acumulado bastante sangre, otro líquido espeso y viscoso toma por asalto la pantalla, cuando el héroe no logra resistir los avances de la dueña del castillo que le da cobijo (nuevamente, Vikander). No es la primera vez que el sexo, en su más pura genitalidad, pasa al frente en El caballero verde, haciendo de la virilidad fallida un triste remedo de la dureza y resistencia de la espada.

“Toda la violencia, la sensualidad, la lujuria, proviene del texto, y era algo que me entusiasmaba profundizar”, destacó el realizador afincado en Texas en la entrevista mencionada. “Ninguna de mis películas previas me había exigido abordar esos temas. Deseaba honrar el poema, que es increíblemente obsceno para un texto del siglo XV, e involucrarme con la sensualidad, que es un aspecto natural de la historia. Sabía que escapar de eso no sólo perjudicaría la película, sino que me quitaría una nueva dimensión a explorar como contador de historias. El relato requería una especie de lujuria encendida que reflejara a Sir Gawain y el viaje que emprende”. El sexo y la sangre. Y la tierra. Hay cualidades visuales y sonoras en El caballero verde que logran encender el olfato, como si el espectador pudiera oler los aromas del bosque o la desolación de un reciente campo de batalla transformado en necrópolis ideal para el saqueo. Gawain atraviesa el camposanto improvisado y se topa con un joven pordiosero que se revelará como otra cosa. “La Capilla Verde espera más allá del río”, le indica al caballero todavía impoluto de lodo, verdines y sangre, comienzo de la verdadera aventura, con capítulos ciertamente desventurados. Superado el primer trance, al protagonista le llegará el momento de templar aún más los nervios y enfrentarse a un espíritu de la noche, una joven mancillada que repite ritmos y rutinas en busca de la ansiada paz, además de una manada de gigantes en plan migratorio. Y hacia final del camino, la visita al castillo de un matrimonio noble, cuyas paredes esconden caprichos, ansiedades, excentricidades y un par de verdades que Gawain nunca había imaginado. A esa altura de la película, el espectador reconoce que ese supuesto “naturalismo” no es otra cosa que una alucinación aletargada, una realidad que tiene tanto de concreto como de sueño (o de pesadilla). El último acto replica y homenajea la estructura de La última tentación de Cristo, un relato del futuro que se separa del presente para imaginar otras posibilidades, antes de regresar al camino marcado por los textos seminales. O no tanto, como podrán reconocer los especialistas en lo artúrico.

EL FIN DE LA AVENTURA

Y al final, ¿Gawain gana su ansiado honor? Aunque, ¿qué es el honor, al fin y al cabo? ¿Qué logra finalmente el protagonista con ese viaje, además de una coda a las representaciones con títeres que lo han convertido en una figura popular en Camelot y alrededores? El caballero verde también pone en tensión esas cuestiones, no desde una relectura contemporánea y políticamente bienintencionada sino desde una guarida filosófica, trascendental, sin dejar de lado los aspectos más terrenales de la aventura como tránsito, y viceversa. Sea cual fuere el final del relato y el resultado del juego navideño propuesto por el caballero desafiante, Gawain será irremediablemente otro, transmutado. Para Lowery, que el próximo año tendrá otro coqueteo con el cine familiar de gran presupuesto con Peter Pan y Wendy, nuevamente bajo los designios de la compañía del ratón, “lo importante es que el espectador considere el peso de la integridad y el del legado, cuál es el valor de esos dos conceptos y qué significan para cada individuo. Más allá de eso, invitaría a la gente a que lea el poema original, que es un verdadero tesoro de contenido temático que, además, es muy aplicable al mundo actual. Hay una razón por la que cual ha estado presente durante más de 600 años, perdurando durante tanto tiempo, manteniéndose bajo un escrutinio académico intenso y sujeto a tantas interpretaciones. Hay muchas cosas allí dentro. El mayor cumplido que podría recibir como cineasta es saber que alguien ha utilizado la película como punto de partida para descubrir una gran obra de la literatura inglesa”.