La discusión sobre el ritmo del ajuste fiscal que deberá adoptar la política pública en el marco de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional pone nuevamente en jaque la capacidad del país para ejercer políticas autónomas que ayuden a bajar la pobreza, que es del orden del 40 por ciento, y a apuntalar el crecimiento más allá del rebote de una pospandemia que vuelve a estar amenazada.

En una economía cuya principal característica es su gran heterogeneidad, conviven diferentes capas de la población que dependen en mayor o menor medida del Estado. Algunos sectores reclaman medidas urgentes para su reinserción laboral o recomposición de sus ingresos. La refinanciación de la deuda no debiera postergar estas demandas. Este artículo analiza la dinámica reciente del empleo en Argentina y las características estructurales del mercado laboral, con el objetivo de dimensionar la importancia de ciertas políticas públicas de cara al 2022.

Empleo

El desempleo se ubicó en el tercer trimestre de 2021 en el 8,2 por ciento de la población en edad de trabajar. Es la tasa más baja para igual período desde el 2016. Esa notable recomposición del mercado laboral se contrapone con otras dos tendencias: el constante deterioro de la calidad del empleo, ya que se vuelven predominantes las modalidades de trabajo por cuentapropia, poco estables y de baja retribución, y el rezago en los ingresos, agravado en los sectores informales y/o que dependen de los subsidios del Estado.

Según los datos del Indec, unas 19,7 millones de personas tienen trabajo en Argentina. A su vez, la información que procesa el Ministerio de Trabajo en base al sistema de seguridad social de AFIP indica que existen 12,2 millones puestos de trabajo registrados al mes de septiembre de 2021. De estos últimos, la mitad son asalariados que se desempeñan en el sector privado y la otra mitad empleados del sector público y trabajadores por cuenta propia, como monotributistas y autónomos.

En paralelo al desenvolvimiento de una nueva fisonomía en el mercado laboral, caracterizada por la caída del empleo industrial y el incremento en el sector servicios (sobre todo financieros, empresariales y de comunicación) con condiciones de contratación más inestables, tuvo lugar con las crisis de 2018 y 2019 una destrucción de puestos de trabajo entre asalariados registrados en el sector privado: se perdieron 280 mil puestos de trabajo, a razón de 400 por día.

Con la pandemia, se extinguieron otras 195 mil fuentes de empleo pero acertadamente la política pública atendió a este sector y la crisis social fue menos grave.

Inversamente, se observó en aquel período una recomposición de los puestos de trabajo “independientes”. Puntualmente, los monotributistas baten récord en la serie histórica y ya a fines de 2020 recuperaban los niveles prepandemia. En el caso del monotributo social, la recomposición se dio a partir del segundo semestre de 2021, y ese rezago explicó las críticas al Gobierno por la suspensión de medidas trascendentes como el IFE. En tanto, la serie de los trabajadores autónomos está en sus mínimos históricos, reflejando, al igual que en el caso de los asalariados privados, que esos puestos mutaron hacia el monotributo, básicamente.

Ingresos

Al analizar la evolución del ingreso promedio en el sector privado registrado entre 2016 y 2019 se registra una pérdida de veinte puntos en términos reales, por el efecto de la inflación y los despidos masivos. En 2020, dicha tendencia comenzó a sanearse, para concluir el tercer trimestre de 2021 con una mejora modesta pero valiosa en términos reales, de tres puntos para el sector. 

Por su parte, los ingresos en el sector informal cayeron 24 puntos en términos reales durante el macrismo y 12 puntos en los primeros nueve meses de 2021. La recuperación está lejos de alcanzarse para ese sector, lo cual evidencia una marcada heterogeneidad entre las y los trabajadores del país.

Las negociaciones paritarias, que no predominan en los sectores de mayor productividad en Argentina, encaradas en 2021 tuvieron dos rasgos llamativos: en primer lugar su reapertura en junio y nuevas revisiones a fin de año que consolidaron el esquema de reajustes progresivos iniciado en el macrismo. Por otro lado, el primer aumento del salario mínimo vital y móvil (SMVM) se dio en febrero, mientras que habitualmente se daba en la segunda mitad del año. Sin embargo, esa medida no sirvió para marcar una recuperación en los ingresos del sector informal.

En abril se cerraron las primeras paritarias en torno al 29-33 por ciento, alineado con la inflación presupuestada. Pero a mediados de año, la aceleración de los precios impulsó una reapertura en la que el sindicato de Camioneros se despachó con un aumento del 45 por ciento, que se convertiría en la nueva pauta. 

Le siguieron renegociaciones paritarias en empleados públicos, Sanidad y La Bancaria. Los últimos acuerdos cerrados en diciembre, de empleados públicos bonaerenses, entre otros, marcaron una suba del 50,2 por ciento. La recomposición de los ingresos del sector privado registrado cerrará el 2021 en torno a los 3 puntos.

Por otro lado, y pese a los sucesivos aumentos del SMVM, la situación de las y los trabajadores del sector informal sigue siendo acuciante. Habitualmente se denomina a este un “tercer sector”, ya que no logra integrarse al empleo formal asalariado o por cuentapropia. Se estima que podría abarcar a unas 6 millones de personas. Son trabajadores que se refugian en el autoempleo (individual, familiar o asociativo) para resolver su economía cotidiana, fluctúan entre la informalidad, la percepción de programas sociales y el desempleo estructural y reclaman medidas urgentes su inserción laboral.

Heterogeneidad

La estructura económica argentina es esencialmente heterogénea. Existen sectores muy dinámicos de inserción global y altos niveles de productividad representados por empresas multinacionales que hace años basaron su modelo organizacional en la inversión de capital más que en la fuerza de trabajo. Son empresas con gran capacidad de innovación e inversión en tecnología, altamente automatizadas, cuyo modelo productivo está vinculado a la fragmentación y deslocalización productiva. Allí son predominantes las petroleras, empresas automotrices y autopartistas, las grandes productoras de alimentos y las proveedoras de servicios.

Por otro lado, hay sectores intensivos en mano de obra con poca capacidad de reconversión tecnológica y niveles medios a bajos de productividad, con altas tasas de no registro. En ese grupo se encuentra la industria textil, de cuero y calzado, el comercio, la construcción y el servicio doméstico. La baja integración entre ambos sectores no es un fenómeno nuevo pero se ha ampliado en las últimas décadas. A ese rasgo debe sumarse la heterogeneidad registrada entre los establecimientos de una misma rama de actividad. Y el fenómeno del “tercer sector” de la economía popular mencionado arriba.

En septiembre pasado, el Centro de Estudios para la Producción (CEP XXI) del Ministerio de Desarrollo Productivo publicó un minucioso trabajo que permite caracterizar a la estructura productiva sectorial de nuestro país y sus efectos sobre el volumen de empleo con información actualizada. Se mencionan a continuación algunos de sus principales hallazgos.

En primer lugar, el trabajo muestra que los sectores económicos que más empleo generan en Argentina, medidos por su participación en el empleo total, son de baja productividad. Se trata del comercio, la enseñanza, el servicio doméstico, la construcción y servicios comunitarios, que en suma explican el 50 por ciento del empleo total. Son sectores con bajas tasas de asalarización en los que predominan modalidades de contratación precarias. Aquí son excepciones los servicios inmobiliarios y empresariales, por ejemplo el software, y la administración pública, en tanto relevantes para la creación de empleo pero con alta productividad.

Por otro lado, los requerimientos indirectos de empleo son mayores en los sectores capital intensivos de alta productividad, ya que se encuentran más fuertemente integrados al conjunto del entramado productivo local: el caso destacado es el de la extracción y refinación de petróleo, en donde un puesto de trabajo impulsa la creación de otros cinco en la cadena de proveedores. 

En esa línea también están las empresas productoras de alimentos y bebidas y la industria automotriz. Las ramas mineras y agrarias extractivas son de alta productividad pero relativamente baja multiplicación de empleo. Y en la otra punta del ranking se encuentran los sectores más intensivos en mano de obra que multiplican menos empleo, con el caso emblemático del servicio doméstico.

Esta combinación resulta poco favorable: las ramas de actividad que más empleo generan lo hacen de mala calidad mientras que aquellas con empleos de alta calificación e integración más profunda en la trama local son intensivas en capital y poco representativas de la calidad de vida del conjunto de la población. De hecho, el grueso de la mano de obra argentina se emplea en puestos de trabajo semicalificados.

 

Así se advierte una necesidad de más y no menos política pública. Para los sectores que más demandan empleo se deben tomar medidas que incentiven la registración laboral. En ese sentido, el Gobierno anunció el año pasado la voluntad de que absorban mano de obra proveniente de la economía popular. Quienes perciban asignaciones sociales no las perderán: algunos ensayos se dieron en el rubro de peones rurales y la construcción, y se deseaba avanzar en el sector textil y gastronómico (la propuesta de política se denominó “un puente hacia el empleo”).

En el caso de los sectores más dinámicos, la recuperación deberá ser sostenida de modo que puedan multiplicarse los puestos de trabajo, entonces será fundamental que el acuerdo con el Fondo no trabe la reactivación productiva. 

*Investigadora del Centro Cultural de la Cooperación

**Sociólogo e investigador, miembro de la Usina de Pensamiento y Desarrollo Estratégico