En una mañana calurosa de verano, a la vuelta de la estación del ferrocarril de la línea Roca y en pleno centro comercial de Lomas de Zamora, una pequeña puerta de chapa que apenas se distingue entre los numerosos comercios y el tumulto de gente hace de entrada al edificio de las ex galerías de compras Rocalom. En la parte más alta de este antiguo inmueble está “La terraza de Apu”: una huerta comunitaria y agroecológica creada por personas autoconvocadas que, a modo de techo verde, de oasis en el medio del cemento, funciona desde hace siete años en el último piso del Centro Cultural La Toma.

“El proyecto surge porque en Lomas casi no hay espacios verdes ni lugares en donde se puedan hacer huertas. Nuestro objetivo es experimentar y aprender sobre agroecología, plantas medicinales, intercambio de semillas, y empezar a reflexionar de forma crítica cómo nos alimentamos”, cuenta Melisa Letemendia, estudiante de Ambiente y Desarrollo sustentable de la Universidad de Quilmes y una de las integrantes de este colectivo.

En la naturaleza, todas las respuestas

La Terraza de Apu ocupa todo el techo del edificio, y el paisaje urbano contemplado desde esa altura ya no parece tan abrumador como desde abajo. Lo primero que desde allí gana protagonismo es el cielo amplio, y los distintos tamaños y formas de las nubes.

“En la naturaleza, todas las respuestas”, reza una pared pintada de violeta. Melisa y Adela Tejerina -docente de Educación Inicial y también integrante de la huerta- se acercan hasta allí para describir lo que hay abajo: “El contraste es muy fuerte: allá hay colectivos, gente circulando todo el día, ruido constante, pero cuando subís acá el aire cambia y la sensación de paz es muy grande”, dice Melisa.

Todos los materiales con los que producen en la huerta son reciclables

“Yo crecí conviviendo con 10 personas en dos ambientes”, recuerda Adela. “Ahora vivo con mi pareja y tengo vecinxs alrededor todo el día. Por eso venir acá y conectarme con las plantas es algo que disfruto mucho, y cuando veo crecer algo que planté desde la semilla, o junto alguna cosecha que estuve cuidando, me alegro porque sé que estoy haciendo algo bien”.

Melisa coincide: “Es importante que existan huertas comunitarias en los espacios urbanos para conocer nuestros alimentos, reconectarnos con la tierra, reverdecer las ciudades, dar refugio a polinizadores, compartir semillas, y encontrar una forma horizontal y autogestiva de relacionarnos en un proyecto comunitario”.

Sobre el suelo hay todo tipo de plantas en distintos recipientes que sirven de macetas: menta, aloe vera, tomates, rabanito, acelga, diente de león. Y también muchas flores: pasionaria, citronela, taco de reina, caléndula. Algunas crecen sobre cajones de verduras y otras se expanden salvajemente por el piso, como el boldo paraguayo, que atrae polinizadores con su floración y ahuyenta insectos invasores con su olor fuerte.

Pero la base que más utilizan en esta huerta son las ruedas de autos: “Todo el material que tenemos es reciclado. Al principio empezamos con cajones que íbamos recuperando de las verdulerías y le poníamos tierra de las construcciones cercanas, pero cuando vino ​​Carlos Briganti -el reciclador urbano- nos recomendó poner neumáticos porque, a diferencia de los cajones que se van desgastando con el tiempo, estos son mucho más resistentes”, explica Melisa.

pasionaria, citronela, taco de reina, caléndula son algunas de las flores que cultiva

 

El camino hacia la agroecología

Sobre una mesa, a unos metros del compost, Abril Torres, estudiante de la Escuela de Jardinería de Lomas, recorta minuciosamente una rama seca de rabanito con varias vainas de distintos tamaños. Mientras extrae las semillas, cuenta que la Terraza de Apu se sostiene gracias al trabajo en equipo de sus integrantes, y que una de las tareas es aprender a combinar diferentes tipos de plantas para no tener que echar ningún producto químico: “Sacamos lo que vamos a comer y las plantas que vemos más lindas las dejamos semillar para después tener nuestras propias semillas. Eso nos permite saber cómo y con qué están producidas”.

En la huerta, Abril comparte saberes, aprende sobre agroecología, y también le transmite esos conocimientos a lxs vecinxs del barrio donde vive, en Don Orione, para demostrarles que “construir un proyecto comunitario y ecológico es posible”. Además comparte su pasión por las plantas con su hija de 10 años: “Le explico que la naturaleza misma nos da todas las herramientas para combatir las plagas y poder alimentarnos sin veneno, porque eso en la escuela nadie se lo enseña, tal vez porque son cosas que no conviene que se sepan”.

¿Por qué suelen ser las mujeres quienes tienen más interés en la alimentación? “Principalmente por una cuestión cultural, pero también por un tema de desocupación: a nosotras siempre nos cuesta más conseguir trabajo”, señala Melisa. “Cuando empecé a participar en huertas comunitarias estaba muy bajoneada: trabajaba como empleada en el Aeropuerto de Ezeiza y no me quisieron renovar el contrato”. Y recuerda el hostigamiento al que fue sometida: “Me pedían que vaya vestida y maquillada como ellos querían y me criticaban todo, incluso mi voz”.

Su situación cambió cuando comenzó a participar en proyectos agroecológicos. “En las huertas podía embarrarme, ya no tenía que estar con las uñas perfectas; pude empezar a compartir mi entusiasmo por la agroecología con otras personas y cosechar lo que cultivo me da mucha satisfacción, así que la angustia se me fue pasando”.

La Terraza de Apu es un proyecto independiente y autoconvocado

 

El pueblo unido contra la megaminería

Al mediodía, el sol pega directo en la terraza y un pequeño invernadero sobre la entrada se vuelve un refugio para el calor. Allí la conversación vira hacia la situación que se está viviendo en Chubut con la megaminería, y la relación de esto con la agroecología.

Los gobernantes dicen que la megaminería va a solucionar la falta de empleo pero eso es mentira, porque la mayor parte de las riquezas se exportan. Andalgalá y Jachal son un ejemplo de eso: tienen grandes emprendimientos mineros y son una de las ciudades más pobres del país”, advierte Melisa. “En cambio la agroecología sí puede ser una alternativa sustentable, porque además de generar trabajo mejora el medio ambiente y produce alimentos sanos, seguros y de cercanía”.

Adela aporta: “Si hay megaminería no se puede hacer agroecología porque el agua se contamina y porque además se necesitan millones de litros de agua por día. Por eso decimos que el agua vale más que el oro, porque es un recurso no renovable; sin agua no hay vida”. “Hay que apoyar a los vecinxs que están en lucha, se lxs tiene que escuchar como ocurrió ahora. Si el pueblo está unido y organizado van a tener que parar con esta manera tan horrible de destruir al medio ambiente”, concluye Abril.

Para que la gran crisis ecológica que atraviesa el mundo pueda empezar a subsanarse, pareciera que hacen falta más acciones verdaderas que marquen un cambio de rumbo radical. Por eso, las tres integrantes de esta huerta del conurbano coinciden: “El camino hacia la agroecología no es solamente algo urgente, sino también una cuestión inevitable”.

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Para quienes quieran conocer la Terraza de Apu y realizar un voluntariado abierto y gratuito, pueden escribir a sus redes sociales: @huertalaterrazadeapu