"El pasado setentista quedó sumergido bajo la sombra de la violencia política, como si no existiera nada para recuperar", destaca el doctor en Ciencias Sociales, Sergio Friedemann. En su libro, "La Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires: La reforma universitaria de la izquierda peronista", el investigador del Conicet analiza el proyecto de reforma universitaria integral impulsada en la Universidad de Buenos Aires que se gestó en el año 1973 bajo la presidencia de Héctor Cámpora por parte de un sector ligado a la izquierda peronista y que terminó siendo interrumpido en el gobierno de Isabel Martínez de Perón. En diálogo con Página/12, reconstruye los aportes y proyectos más importantes de esta reforma que también alcanzó a otras universidades nacionales y que implicó la sanción de una Ley de Universidades Nacionales aprobada en marzo de 1974, conocida como “Ley Taiana”. Además, el autor destaca que el proyecto de reforma al no haber logrado institucionalidad duradera quedó invisibilizado en la historia de la universidad pública.

-- ¿Cómo se inscribe este acontecimiento histórico que usted narra en el marco de los 200 años de la UBA?

-- Se trató de una reforma universitaria que comenzó a dar sus primeros pasos en 1973 bajo la presidencia de Cámpora, pero fue interrumpida durante el gobierno de Isabel Perón. A pesar de esa fugacidad, vale la pena rescatar del olvido todo intento de refundación, porque nos permite visualizar proyectos alternativos a los que se impusieron. Además, la historia de la UBA está ligada a la historia del país, por lo que a través del libro se accede a la conflictividad propia de los años 60 y 70, la radicalización política, las transformaciones del peronismo. Por ejemplo, trabajo con correspondencia inédita de Perón, que permite visualizar cuestiones que afectaron especialmente a la relación entre peronismo y sectores medios.

-- ¿A qué se debe que la reforma universitaria del 73 haya sido invisibilizada o poco conocida?

-- Primero, porque no logró una institucionalidad duradera, fue derrotada. Pero también fue derrotada en las disputas por la memoria. Con el retorno a la democracia existió una especie de borrón y cuenta nueva. El pasado setentista quedó sumergido bajo la sombra de la violencia política, como si no existiera nada para recuperar. A nivel universitario se expresa en que el gobierno de Alfonsín decidió volver a los estatutos previos al golpe del 66, en lugar de retomar aquellos aspectos más rescatables de la última ley universitaria democrática, la Ley Taiana, aprobada en marzo de 1974 con un rol activo del radicalismo.

-- ¿Cuáles eran los principales ideales de este modelo de universidad?

-- Había un diagnóstico muy crítico de la universidad previa, a la que se calificaba de elitista, porque era para unos pocos, pero también de cientificista, y al servicio del imperialismo. En contraposición, la nueva universidad se planteó en términos de “universidad del pueblo” y “al servicio de la liberación nacional”. Una universidad a la que pudieran acceder todas las clases sociales (recordemos que en ese momento no había ingreso irrestricto) y una universidad que resolviera problemas para salir de la dependencia. Entonces se rompieron convenios con fundaciones internacionales que financiaban investigaciones y la docencia pasó a ser incompatible con el desempeño en empresas multinacionales. Los contenidos y los métodos de enseñanza debían ser modificados, pero también los fines. Es difícil sintetizar en pocas palabras lo que se hizo en función de estos grandes postulados, pero resumiría que la universidad, para los reformadores, no era un fin en sí mismo. Estaba al servicio de una causa mayor: la liberación, la patria socialista.

-- ¿Cuáles eran los actores centrales de la “izquierda peronista”?

-- Montoneros, en primer lugar, que en el ámbito universitario se expresó con la creación de la Juventud Universitaria Peronista. Pero había otros espacios y sería simplificador hablar de “universidad montonera”. Las autoridades de las facultades fueron escogidas de diferentes grupos profesionales o disciplinares que venían postulando la idea de una nueva universidad desde una mirada que conjugaba la identidad peronista con la tradición de izquierdas. Llamo izquierda peronista a ese conjunto heterogéneo, que precede y excede a Montoneros, y que se desarrolló con fuerza desde los años 60, con el beneplácito de Perón.

-- ¿Por qué fue elegido Rodolfo Puiggrós y no otro como rector interventor de la Universidad de Buenos Aires?

-- Puiggrós fue un historiador marxista expulsado en 1946 del PC, porque no compartía la lectura del partido acerca del peronismo. Fue un referente teórico de la izquierda peronista, un pionero, y a la vez tenía un muy buen vínculo con Perón. Lo visitó en Madrid, intercambiaron cartas y Perón le escribió el prólogo a uno de sus libros. Sobre su nombramiento como rector encontré diferentes versiones: que fue solicitado por Perón, que fue una propuesta de Montoneros... De hecho, Montoneros lo propuso en una terna como posible ministro de Educación. Lo cierto es que, si la decisión era que la izquierda del peronismo accediera al gobierno de las universidades, Puiggrós era un muy buen candidato. Lo era para Perón y también para la JUP.

-- En el libro, usted destaca algunas “experiencias configuradoras” que antecedieron a la reforma del 73. ¿Cuáles fueron las más relevantes?

-- Las más conocidas son las Cátedras Nacionales, que surgen en la carrera de Sociología en el 67 y se quedan afuera en el 71. Y en el 73 vuelven, ocupan lugares relevantes en la Facultad de Filosofía y Letras. Pero también identifiqué otros espacios, como una red de abogados defensores de presos políticos que luego gobiernan la Facultad de Derecho. O un grupo de científicos nucleados alrededor de la figura de Rolando García, quien estaba al frente del Consejo Tecnológico peronista y que coloca varios decanos. Me detuve en esas tres, pero si uno va a mirar con lupa cada disciplina, cada profesión en los años 60, va a encontrar grupos, redes, experiencias disruptivas o propuestas alternativas que luego van a nutrir las políticas universitarias. Identifiqué algunas en arquitectura, en salud, entre otras, pero deben ser estudiadas con mayor detenimiento.

-- ¿Cómo se llega a la Ley Taiana? ¿Qué implicaba?

-- La ley universitaria contenía muchos elementos de esta reforma e indicaba los modos en que debían normalizarse las universidades, con el gobierno tripartito que incluía a los no docentes y excluía a los graduados. Pero en el Senado se incorporó el famoso artículo 5ºque no estaba en el proyecto original y que prohibía el “proselitismo político partidario”. A mi modo de ver, la ley puede ser entendida como una configuración de fuerzas más que como el resultado lineal de lo que quería tal o cual sector del oficialismo y sus aliados. De hecho, algunos se oponían a la ley porque era demasiado reaccionaria y otros porque era izquierdizante o marxista. Pero fue aprobada por unanimidad en la Cámara de Senadores y por amplia mayoría en Diputados.

-- Finalmente, en el gobierno de Isabel Martínez de Perón se anula la transformación. ¿En qué circunstancias sucedió eso?

-- El conflicto de la izquierda peronista con Perón era evidente, como se manifestó en la famosa plaza del 1º de mayo. Pero hay un quiebre después de su muerte. La triple A empieza a operar abiertamente y entra a los pasillos de las facultades. Isabel reemplaza al ministro Taiana por Oscar Ivanissevich, y durante un mes hay una escalada de conflicto entre autoridades de la UBA y el nuevo ministro. El entonces rector Raúl Laguzzi pierde a su bebé en un atentado de la triple A. Se interviene la universidad y asume Alberto Ottalagano, un fascista confeso. Se anulan las transformaciones previas, pero también comienza una escalada represiva. Se podría decir que es una contrarreforma, pero también una transición a la dictadura.