SING 2. ¡VEN Y CANTA DE NUEVO!      4 PUNTOS

EE.UU., 2021

Dirección y guion: Garth Jennings

Música: Joby Talbot

Duración: 110 minutos

En Cinemark Palermo, Cinepolis Recoleta, Showcase Belgrano y simultáneos.

A Sing 2 habría que hacerle juicio por traición. Por traición a la original. Escrita y dirigida por el británico Garth Jennings, autor de una joyita llamada El hijo de Ranbow (2007), la primera Sing (2016) era una épica de perdedores, en la cual lo que importaba no era la épica sino los perdedores. No por su condición sino por aquello que los llevó a ella: a todos les sobraba o les faltaba algo para encajar dentro de la “normalidad”. Al empresario Buster Moon, un koala dueño de un teatro piojoso, le sobraba entusiasmo y le faltaba un elenco. Los miembros del elenco que lograba rejuntar adolecían de una inexperiencia casi absoluta en el terreno del musical, aunque todos tenían algún talento oculto. Entre ellos Johnny, gorila de baja autoestima, y Rosita, una cerdita con veinticinco hijos y sueños de cantante. Había dos cosas fundamentales: ninguno de ellxs tenía sueños de estrella sino apenas de darle algo de vuelo a su vida, y todos eran encantadores, porque estaba claro que Jennings los quería como a amigos.

Por lo visto Jennings, que vuelve a escribir y dirigir la segunda parte, le vendió el alma a Hollywood. En Sing 2 nada de aquello pervive. Todo es anónimo, todo es industrial, todo es producción en serie. Aunque parezcan los mismos, los personajes ya no lo son. Ahora no son nada. La elefanta adolescente Meena, acomplejada por su físico excesivo, es una elefanta cualquiera; la lagartija Karen, secretaria de Buster, que con su torpeza y sus ojos que le salían despedidos de las órbitas proveía muchos de los momentos más graciosos de la primera parte, podría ser ahora una comadreja o un pterodáctilo. Daría lo mismo. Y Johnny, que provenía de una familia de ladrones de clase baja, acá no tiene familia ni clase. En cuanto al guionista o director, puede llamarse Jennings, Jannings o Johnny, total es otro tornillo más para ajustar una máquina lanzada hacia la boletería. En ese sentido no le fue nada mal. En su semana de estreno en Estados Unidos “metió” más gente (en términos financieros así es como se habla) que la desdicha de Matrix 4, o 40, o lo que sea. Habrá entonces Sing 3, 4 y así sucesivamente, y cada una será peor que la anterior.

Invirtiendo matemáticamente el espíritu de la original, Buster y su elenco aspiran, ahora sí, a ser estrellas del show business, por lo cual marchan a “la capital del espectáculo” (una horrorosa Las Vegas diurna, llena de esos colores que sólo el plástico puede reproducir), para seducir al productor más poderoso del negocio, uno que tiene helicóptero y una torre que lleva su nombre. No, no se trata de la Trump Tower, pero sus interiores son iguales de grasas, con esas combinaciones de mueblería Luis XV, decorados color frambuesa y ventanales enormes, desde los cuales los dueños del mundo pueden extasiarse contemplando el tamaño de sus posesiones. Ése es el mundo al que el koala y los suyos aspiran. Un asco.