1. ¿Quién es el otro?

La pregunta por el otro no deja de ser una pregunta enigmática. El otro posee algo de uno mismo a la vez que es alguien ajeno, extranjero, incierto, desconocido, destinatario de amores y también de odios, aun sin conocerlo. “No los conocemos, ni siquiera son de nuestro barrio. No se por qué quisieron pelear”, enfatizó Paula, la hermana de Braian Cuitiño, la víctima, en los medios de circulación masiva. Ambos habían ido a bailar a la discoteca Napoleón. El desconocimiento del otro abre una variable intensa en relación con poder transformarlo en quien nuestras peores fantasías lo deseen. Estamos constituidos así, en términos de un otro que nos ha sostenido, que nos ha mirado, o también nos ha dejado caer, ha sospechado de nosotros y nos ha endilgado y atribuido cosas que no nos pertenecían, pero que sin embargo debimos abrazar para constituirnos en alguien.

Estamos viviendo un período histórico especialmente singular, en relación con la pandemia que nos está tocando atravesar como sujetos, en nuestra singularidad, y como especie. La evidente transformación política y del mundo a la que estamos asistiendo revela una vez más la inequidad y la profundidad de asimetrías entre los estados y sus pueblos. La emergencia angustiante empujó la aparición y refuerzo de repudios varios a quienes encarnaron de modo renovado al “extranjero”. “Lo otro” del otro volvió a cobrar una renovada presencia inquietante, bajo el significante “virus”: era “el virus del otro”, “el extranjero como virus”.

El otro, en este contexto, se ve aún más amenazado por las fantasías de ataque, estigmatizaciones sociales y de clase, repudios varios que van encarnando depositaciones en ese otro desconocido aspectos rechazados en sí mismo.

2. La subjetividad y lo extranjero

Nuevamente surgen, estimulados por las estigmatizaciones y la violencia inherente al ser humano, la desconfianza ante quien está del otro lado del “river”. Así se distinguía en algún tiempo medieval quién era “de los propios” y quién era un “rival”: aquel que se encontraba del otro lado del río, un simple vecino, cercano, pero “del otro lado”. (Catelli, 2016b, 2020f)

La experiencia con el semejante, siguiendo los lineamientos de pensamiento del psicoanálisis, puede ser comprendida como lo que se constituye con una acción inaugural en el encuentro con el otro que nos ha de sostener en nuestra indefensión y prematuración humanas, en el inicio mismo de la vida. El reconocimiento del otro, la identificación como trabajo psíquico y la comprensión del sujeto en ciernes, para dar lugar a su constitución, son la gran tarea psíquica del ser humano desde sus albores. (Cf. Catelli, 2014) El movimiento paradójico del infans en sus primeros momentos de alimentación involucra tanto la incorporación del alimento, como la identificación, en términos de trabajo psíquico (Winocur, Carrica y Buchner, 1989), en que el reencuentro con el otro que encarna al asistente es necesario que sea reconocido, encontrando puntos de cierta coincidencia con la representación del mismo.

El despliegue de la violencia incomprensible para la razón consciente encuentra en estas primeras líneas de abordaje una somera primera explicación para avanzar en la posibilidad de pensarla y desentrañar las más oscuras razones que habitan en la naturaleza humana.

3. De los bárbaros y la lengua del Otro: el extranjero como virus

Los bárbaros fueron originalmente aquellos que no hablaban la lengua de los habitantes de la Grecia Antigua: aquellos que “barboteaban” (βάρβαρος), balbuceaban palabras incomprensibles para aquel pueblo. Fueron los romanos quienes finalmente nominaron de modo taxativo a todo aquel que estuviese por fuera de las fronteras de su imperio. El Otro coloca al sujeto ante la diferencia intrínseca que lo habita, en una falta de un significante adecuado que suture esa falta irreductible entre lenguas, culturas y una traducción “completa”; y como no hay metalenguaje, la lengua presenta cierta indestructibilidad equiparable a la del deseo

El otro desconocido se nos puede parecer, repentinamente, y ese es un riesgo que una dimensión del yo rechaza: algo de ese núcleo real del prójimo, ese otro desconocido, repudiable, distinto y desconocido puede retornar de modo siniestro, en que lo más familiar del sujeto aparece como desconocido y ajeno. (Cf. supra ap. 2).

Me resulta interesante poder pensar al bárbaro en cada uno, al bárbaro en el sujeto, en términos de que la lengua es el Otro, y en esa dimensión es también una presencia que nos habita.

Cuando es lejana e inofensiva, la diferencia puede llegar a ser hasta apaciguante, en particular cuando esa lengua del Otro parece ser deseada e incluso imitada en aprendizajes que incluyen mimetismos e identificaciones de quien desea acercarse y, aun así, no alcanza para completar esa hiancia, que el mejor de los mosaicos identificatorios intenta la amalgama de los restos abandonados de objetos. El odio surge cuando una parte del yo registra el horror del causante de la peste en uno mismo, dentro de sí, el extranjero horrorizante. Es ahí en que irrumpe el malestar en la cultura en que se produce el horror, el asesinato, la violencia desencadenada y sin retorno.

4. Tiempo para abrir preguntas

La humanidad toda ha quedado al desnudo en su indefensión inicial y su vulnerabilidad renovada que, conmovida por un virus, ha logrado derribar la omnipotencia en que había quedado infatuado el ser humano, en sus vanos intentos de desmentir su finitud, su castración y su fragilidad. Aun así, sigue avanzando en su lucha por la supervivencia. La subjetividad vuelve a irrumpir en ese entramado de prácticas, discursos, ideales, deseos y prohibiciones, en el enclave sociohistórico, de época, en que se produce subjetividad. Este momento histórico ha puesto en una nueva encrucijada a los sujetos, y como tales, su modo de darse en este nuevo contexto.

Vuelve una y otra vez la pregunta acerca del sujeto y su extranjería, el odio ante el prójimo y la reaparición ominosa de lo más íntimo, familiar y repudiado, en lo más ajeno, que a la vez lo constituye: el Otro. Lo “éxtimo” define de este modo una suerte de falta de solución de continuidad, entre un afuera y un adentro, de esa materia de otredad constitutiva del sujeto.

Así como Alain Badiou aborda la cuestión del prójimo con los términos de "vecindario" y "apertura", me resulta interesante la metáfora de un lugar que guarda ambas dimensiones: tanto la diferencial respecto del otro, como la de una proximidad que incluye el conflicto. El vecindario traería la idea de una zona abierta en un mundo: un lugar o un elemento “donde no hay frontera, no hay diferencia entre el interior de la cosa y la cosa misma. De igual manera, un elemento puede pertenecer a un conjunto sin estar incluido en él; puede todavía haber algo que demarca una diferencia entre él y el conjunto mismo" (2003-4). La presencia de más de un elemento en el así llamado vecindario implica la construcción de “una zona abierta común”. La intersección del yo con el prójimo-semejante, que ubica una jouissance del otro que habita al sujeto como objeto a.

Sea tal vez esta, una reiterada oportunidad histórica de ir constituyendo la escritura de una nueva narrativa histórica, tal vez la posibilidad de colocar un hito posible, para un nuevo reconocimiento de la significatividad de la palabra plena, confrontando al sujeto con su propia indefensión y vulnerabilidad, tal vez para hacerlo un poco más dueño de su descentramiento, de su pequeñez e inermidad, más liberado de la ilusión aplastante y más cercano a un logos por cuyos intersticios sea factible la apuesta por alguna posible libertad.

Jorge E. Catelli es psicoanalista, profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires.