La economía ortodoxa expone habitualmente la “teoría del derrame tecnocrático”, que afirma que un aumento del ingreso de los más ricos permite incrementar su ahorro, que a su vez será utilizado para mejorar la inversión. Como ésta crea empleos, el efecto termina favoreciendo a los sectores de bajos ingresos. 

A esto se agrega habitualmente el pedido específico de una “reforma laboral” que disminuya los derechos económicos y jurídicos de los trabajadores, lo cual limitaría los riesgos de pérdidas financieras de los capitalistas y permitiría incrementar los beneficios de las empresas y por ende de sus dueños y de los especuladores. Se afirma además que es necesario una “reforma previsional” que reduzca las jubilaciones y que permita la vez bajar los gastos del Estado y el salario bruto pagado por las empresas, lo que aumentaría su competitividad.

La experiencia

Durante el período de gobierno de Mauricio Macri, cuando se puso en marcha una política económica en ese sentido, la parte del ingreso global de los 10 por ciento que más ganan se incrementó, al tiempo que la participación en el ingreso del 50 por ciento que gana menos, disminuyó. El consumo global bajó 6,7 por ciento y la pobreza se incrementó en 10 puntos porcentuales según la UCA, el PIB se contrajo 4 por ciento y la inversión disminuyó 12 por ciento, según el Indec. 

El aumento del ingreso de los más ricos no fue utilizado para impulsar la capacidad productiva sino que ese “ahorro” se atesoró, puesto que inversión disminuyó, siendo fugado a los paraísos fiscales, como lo muestran los Panamá Papers o los Pandora Papers, o bien sirvió para comprar departamentos en Punta del Este o Miami.

Los diarios financieros y los medios hegemónicos explican con mucho énfasis que la coexistencia de un aumento de los ingresos de los más ricos y la ausencia de inversión productiva, que pone en tela de juicio la doctrina de los economistas ortodoxos, se explica por una “anomalía argentina” que es necesario enmendar, ya que en el resto del mundo donde no impera el desafiante populismo peronista todo funciona de la manera descripta por la doctrina de la ortodoxia económica.

Los estudios económicos realizados a nivel internacional desmienten esto sin ambigüedad. Un documento basado en los trabajos del economista italiano Federico Cingano, realizado por los economistas del FMI en 2015 sobre 102 países, incluida la Argentina, muestra matemáticamente que no existe una correlación entre el empobrecimiento de la mayoría, el enriquecimiento de unos pocos y el crecimiento económico. 

De modo que cuando se incrementa en un 1 por ciento la participación en el ingreso total de un país de parte del 20 por ciento que más gana, se observa durante los cinco años siguientes una caída de la tasa de crecimiento del 0,1 por ciento. A la inversa, cuando la parte del ingreso de los 20 por ciento más pobres se incrementa un 1 por ciento, la tasa de crecimiento sube 0,4 por ciento en el mismo período. La misma relación se observa con los sectores de ingresos medios.

Si bien los cálculos matemáticos muestran una relación inversa entre el incremento de las desigualdades de ingreso y el crecimiento económico, es importante explicar económicamente estos resultados de manera plausible para comprender su significado.

La explicación

Keynes desarrolló el concepto de la "función consumo" en el Capítulo VIII en la Teoría General. Allí enuncia que la proporción del consumo en el ingreso decrece a medida que éste aumenta. O sea que cuanto mayor es el ingreso personal, menor es la parte del mismo que se utiliza en consumo. 

Cuando se trata de los agentes económicos más ricos, el 5 por ciento de la sociedad que más gana, un incremento de su ingreso no provoca ningún aumento del consumo. En cambio, en el 50 por ciento de los que ganan menos, todo incremento del ingreso se traduce en un aumento de valor idéntico del consumo. 

Sobre este punto conviene hacer una breve digresión. Muchas personas sensibles al efecto invernadero y a la necesidad de racionalizar la utilización de los recursos naturales o favorables a dar prioridad a la utilización de los recursos naturales renovables, asocian consumo con derroche.  El consumo como se entiende aquí es una variable económica. Cuando éste es muy bajo, conlleva a situaciones de pobreza por una falta de alimentación, de ropa y zapatos, de medicamentos, de útiles escolares, de esparcimiento y cultura. Los viajes al exterior no entran en el consumo interno en tanto variable económica sino que se cuentan como salidas de capital en la balanza de pagos.

A medida que se incrementa el ingreso personal, la parte gastada en consumo disminuye y la eventualidad de que sea invertida o no depende del nivel de la demanda global. Nick Hanauer, un empresario norteamericano que fue accionista de Amazon a comienzos del milenio, señalaba en una entrevista a la agencia Bloomberg en 2011 que “los ingresos de las personas como yo son centenares o miles de veces superiores a los de las capas medias, pero no podemos comprar centenares o miles de veces más cosas que ellas”. Lo importante es entonces saber que los sectores de ingresos medios y bajos gastan todo lo que reciben pero los ricos solo pueden gastar en consumo que parte muy pequeña de sus ingresos.

Según datos del Banco Mundial, en 2019 la porción del consumo global privado y público era en Argentina del 80,4 por ciento; en los Estados Unidos, de 81,8 y en Francia 78,2 por ciento. En el caso argentino, esto significa que un incremento del 1 por ciento del consumo global genera un aumento del PIB del 0,8 por ciento.

Existe una relación entre el incremento del ingreso de los más ricos y la caída de la tasa de crecimiento. A la inversa, cuando se incrementa la parte del ingreso que va al 20 por ciento que menos gana, sube la tasa de crecimiento. El paradigma keynesiano muestra lo que los economistas ortodoxos tratan de ocultar: que la eficacia económica requiere que exista la justicia social.

*Doctor en Ciencias Económicas de l’Université de Paris. Autor de “La economía oligárquica de Macri”, Ediciones CICCUS, Buenos Aires, 2019.