El Marginal logró algo que ninguna otra serie argentina: mantenerse vigente y atractiva a lo largo de varios años pese a los prolongados paréntesis que desarmonizaron su continuidad. Después del éxito a mediados de 2016 con la primera temporada por la TV Pública -incorporada rápidamente al catálogo de Netflix- tuvieron que pasar veinte meses hasta su sucedánea, aunque achicando los trece capítulos de la primera sesión a ocho (extensión que luego se estandarizaría).

En 2019 llegó la temporada 3, logrando por primera vez estrenar un año después de la anterior. Y, al término de esta, el anuncio de que no habría una, sino dos más. La intención era rodar lo necesario para poder estrenar en 2020 al menos la 4. Pero llegó la pandemia.

Al otro lado de las cuarentenas, El Marginal vuelve a la arena con un cambio que trasciende al covid: por primera vez no saldrá en Argentina a través de la TV Pública, concentrando su consumo únicamente en Netflix. Esto significa que ya no hará falta esperar una semana para ver el capítulo siguiente, sino que todo puede ser resuelto de un tirón.

Más allá o más acá de los negocios y de cierta mística (en su ausencia, El Marginal se volvió también un objeto de culto), esta otra forma de “mirar” la serie no hace otra cosa que adaptarse a los tiempos que corren. Deja atrás el formato de televisión abierta que obligaba a comprometerse con un día y horario frente a la pantalla -una antigüedad- para quedar en manos del consumo a demanda, más propio de las plataformas audiovisuales predominantes.

Es decir que, en un día de maratón sin pausa, se puede ver la temporada completa y volver a manijear a la espera de la siguiente. Que ya fue grabada, pero no tiene fecha de salida. ¿Habrá que aguardar otro año para volver a retomar las historias que esta serie va atando y desatando a ritmo frenético?

► Surrealismo local(ista)

Como en cada sesión desde la segunda, la recientemente estrenada no hace más que ajustar la línea argumental de la predecesora: donde antes había sangre, violencia y perversión… ahora hay mucho más. La crudeza se multiplica, demostrando que el techo sólo se lo ponen quienes escriben, quienes actúan y quienes editan. Ellos deciden hasta dónde llegarán. Así lo demostraron la actriz trans Nicole Valentina (Alelí) y Daniel Pacheco (James, el colombiano) en una pelea a cuero y faca de lo más brutal que jamás entregó la serie en sus cuatro temporadas.

El Marginal ya no es (si acaso alguna vez lo fue) una mirada “artística” sobre el sistema penitenciario y sus derivaciones como espejo social. La serie fue escalando en su propio surrealismo hasta construir un relato propio que va del gore al sarcasmo, pero con anclaje local. Nos unen el amor y el espanto porque nos interpelan tanto el horror como el humor.

Hay dos escenas en las que se producen auténticas crucifixiones, con tremendismos a la altura de La pasión de Cristo pero imposibles de imaginar verídicas. Quizás creerlo imposible es lo que habilita a tramitar ese horror con cierto cinismo aliviador.

Negociados, alianzas, promesas, amenazas. Violencia. De todas las formas de relacionarse, esa se muestra como la única resolutiva. Cada pacto de palabra termina pulverizado por un acto venal, instintivo. Aunque, en otro punto, influido también por otra trama más compleja. El péndulo se mece desde ese vértice móvil en el que lo real puede volverse confuso. Comienzan a jugar otras representaciones que quizás no estuvieron en la idea original, allá, por 2016, cuando la serie se insinuaba sanguinaria pero aún atenta a sintonizar con ciertas realidades.

En ese entorno más despojado de literalidades comienza a crecer otra construcción narrativa. La “cárcel” como dimensión (antes San Onofre, ahora Puente Viejo, más eventuales locaciones accesorias) es tan sólo el marco para que se desarrollen determinados personajes bajo un mismo eje: la vida misma frente a situaciones de difícil resolución. Desde planear una fuga hasta resolver una cuestión de parentesco. 

Todas las relaciones y transiciones son tensas, ásperas. Hay movimientos intimidantes, se suceden agresiones y vejaciones. No por nada, los pocos momentos de cierta calma están mayormente atravesados por el humor. Un humor espeso, negro, pero liberador, en cierto punto. Lo podría resumir una frase que Diosito descubre al pasar en la mitad de la temporada y luego repite como muletilla: “Si es un chiste, no lo entendí”.

► Extractos

A lo largo de sus experiencias, El Marginal empezó a sostenerse como hecho creativo con la aparición de ciertos personajes-fuerza capaces de empujar cualquier trama, incluso las más extremas o disparatadas. Una mezcla generacional que le permitió a Nicolás Furtado, de 33 años, crecer en su dupla con Claudio Rissi, de 65. Y a Juan Minujín reaparecer para tensar con Gerardo Romano en encuentros fugaces pero determinantes.

La Sub 21 sigue liderada por Abel Ayala, que también tiene 33, pero está rodeado por un elenco joven que rota a medida que mueren algunos y se incorporan otros. Como siempre, entre medio de todo el fuego, una figura joven, tierna y vulnerable, con cierto protagonismo. En esta temporada y la que sigue, ese papel es para Nacho Quesada, actor de 19 años que representa a Brian, pibe de clase media que no se sabe cómo está preso, pero que funciona para que, en él, se proyecte el piberío que puede llegar a ver la serie.

El piberío de clase media puede proyectar en el personaje de Nacho Quesada. Imagen: Netflix Latinoamérica.

Porque… ¿Cuál es el extracto social predominante que consume El Marginal? ¿El que protagoniza y padece al sistema carcelario en Argentina? ¿O los que están lejos de eso pero se asoman con curiosidad o morbo? La big data puede dar una respuesta clave para terminar de definir a la serie: lo que se ve es lo que construye quien la produce, pero lo que le sigue a eso (los memes, los grupos en redes sociales, la visibilidad que logran sus actores) depende más de quienes la consumen. Mientras tanto, se insiste en reforzar lazos con la nueva cultura urbana: antes Duki o Dtoke, ahora L-Gante y Bizarrap, más el trasbordador Pablo Lescano.

La temporada 4 arranca con mucha osadía y termina igual. Los personajes principales se aseguran una vuelta más, pero lo interesante es que se rompen muchas de las dinámicas que hasta ahora les daban sentido a ellos mismos. Además, aparecen nuevos personajes que abren otras historias y obligan a actualizar la mirada. Casi que a modo de polea generacional entre el piberío (Camila Garófalo o Emanuel García, Arnold) y la plana de experimentados (Luis Luque, Rodolfo Ranni), emergen de manera estratégica actores que son parte de un imaginario joven de las décadas recientes.

Desde los Okupas Ariel Staltari y Dante Mastropierro (cuyo personaje repite el mismo error fatal que el Negro Pablo) a Dalma Maradona y Facundo Espinoza, hasta Julieta Zylberberg, una de las representaciones más punzantes. Su personaje reaparece tras los cameos de la primera temporada y toma protagonismo en las escenas trasmuros, porque es la que ata parte de los conflictos que dan ritmo a El Marginal (y sobre todo, a cómo termina esta temporada de cara a la siguiente).

Si por un momento obturamos la escenografía y el entorno, todo parece indicarnos que no hay clases ni edades para determinados problemas. Una lectura que se puede hacer en función de las mentes que operan, más que de sus representaciones sociales. Pero la experiencia Netflix de consumir la serie es atronadora: son más de ocho horas a través de un universo difícil de digerir, con historias que se van retorciendo entre sí. Como las tripas que cuelgan tras cada achure.

El primer meme de El Marginal 4 lo generó la pija de Minujín. Son les que no pudieron contener el impulso de reaccionar tras el capítulo inicial. Pero en el tercero, donde comienzan a destrabarse algunas cosas, Miguel Palacios, Pastor, encuentra en la biblioteca del penal una vieja edición de La Divina Comedia con un manuscrito: “Yo también, en la mitad de mi vida, vine a caer en esta oscuridad. Todos los pecados están presentes en este lugar. Pero no están todos los pecadores. Nada más los pequeños. Sin poder, no hay libertad. Los grandes pecadores siempre zafan. Al menos en esta vida”.