“Podemos conocer el pasado pero el presente nos está vedado, el presente lo conocerán los historiadores o los novelistas o los novelistas que se llaman a sí mismos historiadores. Pero qué es lo que realmente está sucediendo hoy… bueno, eso es algo que forma parte del misterio general del universo”.

Jorge Luis Borges, citado en “Borges, el misterio esencial” de Willis Barnstone.


“El cazador que quiere acertarle al ciervo no dispara directamente sino que apunta un poquito más adelante. Lo mismo ocurre con la vida humana: tenemos que apuntar al momento siguiente para retratarla”.

Jonas Mekas, citado por Juan Forn en “Yo recordaré por ustedes”.


El verano de 1997 arrancó perezoso, envuelto en el transitorio sopor de la Convertibilidad. El 25 de enero, asesinaron al fotógrafo José Luis Cabezas. El crimen puso en vilo a la sociedad civil, provocó una reacción conjunta inédita de medios y periodistas (jamás repetida en años ulteriores). Repasado en perspectiva el crimen anticipó un año bisagra, crucial. Se radicalizó la interna entre el presidente Carlos Menem y el gobernador bonaerense Eduardo Duhalde. La Alianza (inexistente en enero) vencería en las elecciones de medio término. Correría más sangre, la del suicidio de Alfredo Yabrán.

En enero de 1997 “nadie” conocía el devenir que releído ahora tiene lógica. No como único posible pero sí como factible, consecuencia de la economía neoconservadora, la política, la interna del peronismo, los límites del poder de Menem. Ni los protagonistas comprendían, corrían detrás de los sucedidos. Comprendían, claro, la gravedad del homicidio, lo que develaba, las acechanzas para Menem. El riojano movió cielo, tierra (y sus mejores ministros) para condicionar a un ignoto juez de Dolores a quien “le cayó” un expediente muy superior a sus fuerzas y experticia. Duhalde captó una oportunidad aunque erró varios vizcachazos de entrada. Por un rato pensó que el asesinato era tout court, un mensaje mafioso para él: “Cabezas”, el apellido de la víctima para amenazar al gobernador “Cabezón”… No hay sarcasmo ni ninguneo en el relato. El presente es escurridizo como una anguila. O enceguecedor, de tan deslumbrante. A menudo nos encandilan minucias, charlas de quincho, payadas tuiteras, o simples huevadas. Los jardines que se bifurcan suman cantidades, imposible saber cuáles serán clave para descifrar el presente.

Claro, lectores, que queremos hablar del verano 2022, de las incertezas que aquejan a los argentinos, de las tres o cuatro variables que cifrarán este año, que serán evidentes en diciembre, que se recordarán dentro de un bienio o de un lustro… De la deuda externa, de la pandemia, de la economía real en la que sobreviven a los tumbos millones de argentinos, de la sostenibilidad del sistema político.

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El vecindario, la pandemia, este verano: El presidente electo de Chile, Gabriel Boric, anuncia su gabinete que hace lindo juego con su campaña y su triunfazo electoral. Gratifica a sus votantes y a quienes, como este cronista, lo observan con ilusión a través de la cordillera. Las transiciones post victoria histórica saben ser trances dichosas, promisorias, el horizonte parece luminoso.

El expresidente brasileño Lula da Silva construye con destreza las condiciones para su regreso al poder, una hazaña reivindicatoria que luce accesible aunque ningún partido está ganado antes de la pitada final. La ofensiva de Lula, su fuerza, su coherencia, promueven una atmósfera gratificante, aire fresco, esperanzas.

Boric atraviesa un trance iniciático, Lula ensaya Luna Cautiva: “de nuevo estoy de vuelta”. El presidente argentino Alberto Fernández transita la áspera segunda parte de su mandato. Para revalidarse en 2023 necesitará cambiar, romper inercias, conducir a su coalición y al país. “Momento bisagra”, “relanzamiento” se exigen en su torno.

La pandemia cambió al mundo, acentuó desigualdades preexistentes. Las restricciones a libertades, incluso las imprescindibles, resienten la vida cotidiana de la gente común, agobian. La incertidumbre y el miedo se palpan cotidianamente.

El Gobierno venció en la polémica con los antivacunas a los que Juntos por el Cambio (JpC) acompañó o lideró un largo trecho. Fueron logros la distribución de las vacunas, el encastre con los sistemas provinciales de Salud. Los cambiemitas y la prensa dominante le siguen restando méritos al oficialismo nacional. Carecen de sensatez y de argumentos.

La temporada de vacaciones es exitosa. El revival se nota asimismo en pueblos y ciudades no turísticas de todo el país, en los centros comerciales de localidades conurbanas.

En simultáneo impresiona la cantidad de contagios, notables a ojo con mirada costumbrista. La gente no parece estar dispuesta a recluirse de nuevo. Sí a testearse, a aislarse por pocos días… un nuevo éxito de la concientización. Con buena labor, en la Rosada y en Salud, confían en que los contagios toquen techo y bajen. Ojalá que esto pronto suceda, cantaría Litto Nebbia.

En La Rosada, en Olivos, en Economía proyectan-diseñan o fantasean (con el tiempo se discernirá) una agenda de gestión intensa en este trimestre, con resultados tangibles. El optimismo de la voluntad espera que el acuerdo con el Fondo (alguno que contenga años sin pagos) se concrete antes de la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. Que cada vez son más ordinarias, en cualquier acepción de la palabra…

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Bueno dentro de lo posible: El encuentro entre Anthony Blinken y Santiago Cafiero fue, comentó el Canciller argentino a su presidente, todo lo positivo que podía ser. “Se destrabó la política. No hay animosidad. No nos quieren perjudicar”, sintetizó. En la Quinta presidencial, con Alberto vestido de sport, quizá usó una expresión más coloquial que “perjudicar”.

Saldo valioso dentro de lo real disponible: el Departamento de Estado no da órdenes a “la silla en el FMI”. Esa potestad habita extramuros, en el Departamento del Tesoro y en el establishment económico que con asiduidad son lo mismo.

El presidente Joe Biden lidera una coalición tan plural como el Frente de Todos (FdT) o quizá más: un ramillete de minorías, de posiciones ideológicas. Los republicanos constituyen un conjunto más homogéneo: supremacistas blancos en la base social; poder económico en los apoyos. Biden tuvo que “garpar” a sectores misceláneos, a menudo divergentes, su gabinete es también un mosaico. El Tesoro sigue, fiel a su esencia, como bastión de la derecha.

El día anterior al encuentro con Cafiero, Blinken se reunió con su par español. El día después viajó a Ginebra para negociar o descomprimir la hasta hoy hipotética segunda Guerra Fría. España es aliado estratégico, Rusia la potencia militar más amenazante para los yanquis. Es sencillo ranquear dichas prioridades comparadas con la Argentina. Conocer la propia imagen corporal, he ahí un sabio requisito para sentarse con el grandote del planeta.

El temario recorrió el “soft power” argentino que AF tabula como capital positivo. La presencia en la ONU en materia de derechos humanos, las posturas referidas al desarme y a la no proliferación nuclear.

Cuando llegaron “al hueso”, el FMI, Cafiero retomó la versión oficial argentina. “Ofrecemos el programa que podemos cumplir”. Desgranó los indicadores positivos de 2021 que comprueban que ese es el sendero. Solicitó help. “El acuerdo con Macri contó con el apoyo de Estados Unidos, fue una decisión política. La salida ahora debe serlo también”

“En 2018 nosotros no estábamos”, historió Blinken, comentan los negociadores argentinos.

“Nosotros tampoco estábamos”, redondeó de volea Cafiero.

“Apoyamos la negociación argentina con el FMI”, pronunció Blinken durante el palique, lo que fue recogido en el lacónico comunicado del Departamento de Estado. Esas piezas no son enciclopédicas, ni discursos: extreman la síntesis, cultivan baja o nula efusividad. Los portavoces de la derecha argentina lo leen como un revés, interpretan lo que les conviene para desacreditar al Gobierno, promover oleadas en la City, favorecer movidas especulativas. Minga de intérpretes intelectuales en estas lides: todos defienden intereses, ideologías, guita.

Cafiero regresó con todo lo que podía cosechar, no tanto. En encuentros “más políticos” añadió un argumento rotundo subestimado en la Argentina: si vacila la gobernabilidad acá, es factible el “contagio” en Brasil. Un frente que Biden casi no mira porque tiene demasiados desafíos en su primer año pero que podría sumarle un dolor de cabeza. Con más de 100.000 soldados rusos en la frontera con Ucrania, se hace peliagudo que lo obsesione un riesgo lejano en el espacio y virtual en el tiempo.

Promediando esa tenida con los contactos cotidianos entre el ministro de Economía Martín Guzmán y “la línea” del Fondo, en el oficialismo prevalecen los que piensan que el acuerdo está cerca, que se evitará el default, que no se suprimirán las sobretasas pero que habrá años sin pagos. Oxígeno imprescindible cuando avanza la cuenta regresiva a marzo, fecha de una cuota impagable.

Para ahorrar repeticiones, remitimos a la columna del domingo pasado que repasa escenarios imaginables con acuerdo, sinmigo, con retraso en el pago de la cuota… hasta eventualmente con default.

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Mejor que comentar es realizar: El cronista intercambia informalmente con varios integrantes del Gabinete. Concuerdan en lo esencial: el Presidente tiene que encarnar y encabezar una nueva agenda, que impacte en el bienestar de la gente común. Que, añade quien les habla, vive en el corto plazo, abrumada por necesidades insatisfechas, laburando demasiado por floja paga, castigada por la inflación.

Retomemos una frase del epígrafe: para embocarle al ciervo o para captar el presente debe observarse un paso adelante. Un caso de esta semana puede valer como ejemplo. El Ministerio de Educación lanza dos medidas imprescindibles, reparadoras, inteligentes. El Programa para que pibes y pibas recobren vínculos perdidos con la escuela, en particular la secundaria. Y el Conectar Igualdad, discontinuado irresponsablemente por el macrismo para bajar el gasto público. Las secuelas, pésimas en germen, se potenciaron con la pandemia y la educación a distancia.

Frente a esas dos realizaciones, la ministra de Educación porteña Soledad Acuña cambia el eje, intenta distraer: formula declaraciones que la autorretratan como facha, taimada, duranbarbista. Un tropel de cuadros oficialistas le replica… gambeteamos este domingo la tentación de discurrir sobre la comunicación oficial. Vamos a otro punto. En el verano próximo se podrá saber cuántos chiques se revincularon, cuántas netbooks llegaron a hogares humildes. Si son cientos de miles, las provocaciones de Acuña quedarán relegadas como malos recuerdos, gases en una canasta. Cientos de miles o millones de argentinos vivirán mejor, lo que haría bingo si se mantiene la reactivación, se modera el alza de precios, se controla la pandemia. Progresos materiales y espirituales para la sociedad, redistribución de recursos, tiros para el lado de la equidad. En ese cuadro, sería factible que mejorara la valoración colectiva del Gobierno que jamás se mide por cómo analiza a la oposición sino por cómo incide en la vida de los compatriotas.

Los desenlaces sobre las tratativas con el FMI, las peripecias de la economía real se irán aclarando en semanas o meses.

Numerosas variables dependen de poderes ajenos, distantes, no muy sensibles ni pro argentinos.

La peste depende de imponderables que se enfrentan con laburo, tenacidad y buena praxis.

Aunque avaro para hacer profecías, el cronista supone que en el verano se demarcarán los hitos del futuro subordinados en gran medida a la capacidad del gobierno de construir una bisagra en la historia. El retorno a las promesas de la campaña del 2019, la lucha contra la concentración de riquezas, poderes, prestigios y hasta expectativas. Una agenda superadora trasciende lo económico sin negarle primacía. Educación, queda dicho, obra pública atendiendo más a infraestructura para el desarrollo, algunos de los proyectos de ley ligados a la producción y el desarrollo económico que se enviaron a sesiones extraordinarias. Y, a la cabeza, mejor y mayor asignación del gasto social.

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