A mediados de los años noventa me encontraba terminando mi carrera en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo. Para ese entonces, Miguel Gandolfo y yo ya estábamos juntos y comenzábamos a planear un futuro compartido.

Queríamos ser artistas, pero no teníamos ni idea de qué era eso. Sabíamos algo de Historia del Arte, unas pocas técnicas académicas aprendidas apenas y alguna cosa más. Además, ninguno de los dos provenía de familias de artistas, por lo que nuestro desconcierto era total.

Nos sentíamos un poco a la deriva. Habíamos decidido, sin pensarlo mucho, quedarnos en Mendoza. Queríamos tener una casa propia y un taller para trabajar. Miguel se había ganado un premio en el Salón Vendimia y, junto con otros ahorros, decidimos comprar un terreno. Para ese entonces, ya sonaba bastante el Proyecto para la Radicación de Artistas y Artesanos de El Bermejo, El Sauce y Colonia Segovia (ideado por Luis Quesada en 1987). En este contexto lo conocimos. Él, y Roberto Rosas, ya estaban instalados en la zona. Nos tentaba la idea de integrarnos a algo que ya existiera, de sumarnos. De manera intuitiva, pensábamos en un ámbito comunitario, que nos contuviera.

Entonces fuimos a verlo a don Luis a su casa para saber más del tema (mientras escribo estas líneas de despedida revivo la emoción que fue llegar allí por primera vez, y ser recibidos por él, su esposa y sus perros). Para esa época, él rondaba ya los setenta años. Vivía en una casa diseñada por su entrañable amigo Luis Casnatti, casa en la que murió el miércoles pasado, 19 de enero. Un portón, un camino sinuoso rodeado de espesas cañas y allí la morada/taller. Con una pared sustituida prácticamente por vidrio que hacía que el jardín fuera parte del espacio. Y la chimenea, de la que él se jactaba siempre. Un ambiente pródigo en obras de arte y delicadezas de todo tipo: libros, plantas, artesanías y muebles.

Como era de esperarse, nos convenció, y en 1994 compramos el terreno en El Bermejo, construimos nuestra casa y en enero de 1996 nos instalamos. Como don Luis había hecho tanto lobby en la Municipalidad de Guaymallén, el día que llegamos nos recibió el presidente del Consejo Deliberante y la Reina departamental de la Vendimia, con su atuendo y todo. Debo decir que además de a nosotros, convenció a un montón de gente que llegó a este lugar para convertirlo en el barrio de los artistas o “El sueño de Van Gogh” como lo nombró Rodolfo Braceli.

Ese fue el comienzo de una historia de amor y aprendizaje que marcó nuestras vidas de una manera que jamás hubiéramos imaginado. Comenzamos a frecuentar aquella casa, a conversar con don Luis y su esposa Acelí, a comer exquisiteces que ella preparaba y a aprender mucho.

Para la década de los noventa, don Luis había decidido dejar atrás sus primeros setenta años y junto con ellos la larga historia que tenía como protagonistas al grabado, la pintura, el muralismo y las artes aplicadas. También habían terminado sus años como docente universitario. Sin embargo, seguía muy activo en la escena, porque en esa época militaba una Ley de Cultura que asegurara fondos para el desarrollo de los artistas en todos los departamentos de la provincia. Lo acompañamos en esa cruzada, lo que sirvió para aprender a pensar la escena y las instituciones como algo dinámico sobre lo que puede accionarse de manera concreta. También estaba preocupado por el final del milenio, había inventado el bermejal (una moneda que debía servir para conseguir cosas) y creado Ediciones El Bermejo. Había convencido al municipio de erradicar los hornos de ladrillos para frenar el deterioro del suelo y también tenía en carpeta el Parque Costero, siguiendo el canal Cacique Guaymallén (ahora en construcción), y la Escuela de Artes y Oficios.

Paralelamente, iniciaba una línea de producción de joyas de plata y una serie de obras realizadas en madera y multilaminados policromados. Comenzaba allí el último tramo de su carrera, el que sería la inspiración de una generación de artistas aún más jóvenes que nosotros, que estaban entrando en la escena desde mediados de los años 2000. Aprovecho para recordar la tarea que llevó adelante ED Contemporáneo, al mando de Wustavo Quiroga, Mariana Mattar, Sebastián González y Federico Calle, de poner a don Luis a dialogar con nuevos escenarios.

Pero volviendo a nuestras vidas. Su decisión de empezar a trabajar la madera fue otro punto de encuentro entre don Luis y Miguel. Él salía a caminar y visitaba el taller de carpintería que empezaba a tomar forma al lado de nuestra casa. Hablaban de trabajo, de herramientas, de formas, de arte. Intercambiaban opiniones estéticas y reflexiones de todo tipo. Este asunto desembocó en una gran exposición que hicieron juntos en el Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza (MMAMM) en 2000 a la que llamaron, justamente “De madera”. Su influencia fue tan fuerte que, aún hoy, en casa o entre amigos artistas, un comentario recurrente cada vez que alguno de nosotros hace algo es decir “eso es muy Quesada”. Y es así, porque todos somos de alguna manera sus discípulos.

En 2011, el Fondo Nacional de las Artes le otorgó el Premio a la Trayectoria, lo que desembocaría en tres grandes exposiciones suyas en Mendoza, en San Juan y en Buenos Aires. Para organizar esto, me convocaron junto a Mariana Mattar y a Alejandra Crescentino. Hicimos entonces una investigación exhaustiva de la carrera de don Luis, prácticamente inabarcable.

Hoy me toca despedirlo. Se fue después de cumplir sus 98 años. El último tiempo ocupaba sus manos en el pulido de pequeñas piedras que acumulaba sin ningún propósito. Lo acompañó su lucidez y su sentido del humor hasta el final. En estos días hemos reflexionado mucho con Miguel sobre su legado. Fue un verdadero exponente del vínculo entre arte y vida. Le otorgó al trabajo un sentido en sí mismo, sin expectativas ni pretensiones. Emprendió montones de cosas sin pensar en el éxito o el fracaso. Pensó en lo colectivo desde una generosidad inmensa. Volvió a empezar mucha veces.

Una vez, mientras recordaba su época de estudiante, me dijo: “en la facultad no es tanto lo que se enseña, sino lo que se comparte. A los alumnos, nos tocaba la parte baja, donde estábamos un grupito más numeroso, trabajando como podíamos, dadas las condiciones de pobreza que compartíamos entre todos, pero que no sentíamos como una cosa, como podría decirlo, inconveniente para

pensar que estábamos en la escuela más importante del mundo, no obstante sabíamos que no era así, pero creíamos, y era importante la creencia de que nuestra escuela era la escuela más importante del mundo en materia de enseñanza de arte.”

Creo que eso es lo que él pensaba de Mendoza, y nos motivó a creer que es el lugar más importante del mundo.

* Artista, docente y curadora. Miguel Gandolfo es artista.