Con Enrique hablamos sobre cualquier tema, menos de dinero, razón más que suficiente para sentirlo amigo. Su locura no me asusta, más bien, nos iguala. Camina y habla, habla y camina, deambula con la certeza de los que van a ninguna parte, parece no encontrar una alegría en dónde detenerse, un puerto de palos en donde amarrar su angustia. Al llegar la noche elige los umbrales, como especialista en puertas cerradas, sabe que no llevan llaves los portones del olvido. Por las mañanas, las amas de casa barren de los mármoles, pedazos de sus sueños. A los gritos discute, susurrando dialoga, son muchas las voces que lo habitan, imposible responderles a todas. 

El día que le prendieron fuego a su colchón lo liberaron definitivamente, sin tener objeto alguno que cuidar, se dedicó a hacer la plancha sobre un río de tiempo. Cuando me cuenta que tiene siete mil años, le creo, tal vez esté declarando la edad de su pena, no la de su cuerpo. 

La historia personal que no quiere o no puede contar, es guionada por la gente. Dicen que estuvo casado, que en una época fue normal y que siempre vivió por la zona. Tal vez no entiendan que para vivir en otro plano no hace falta mudarse de barrio. Lo único cierto es que el marginado es más rosarino que el monumento a la bandera. De no comerse las eses como lo hace, no podría narrar maravillosamente la historia sobre la embarcación que lo trajo hasta aquí. 

Recuerda que fue una tarde con cielo amenazante, cargado de nubes, antesala de una inminente lluvia en donde nadie podía imaginar que el creador estaba dispuesto a regar tanto. Siguiendo una señal divina, se acercó con desconfianza a un desconocido con una pregunta entre los labios, “¿é o no é?”. Al llegar junto al anciano, confirmó la sospecha, era Noé, nomás. 

Aunque nunca se ríe, sus ojos achinados delatan lo que disfruta cada vez que me tiende una broma. A modo de disculpa, me dijo: "Perdóname, hermano, pero vos sabes que tengo un equinofrenia galopante", como buen partener, tuve la mala idea de corregirle el nombre de la enfermedad mencionada, acto seguido, con la seguridad de que su presa había mordido el anzuelo, tiró del sedal con la habilidad propia de Santiago, el pescador cubano del cuento de Hemingway, "no, no, lo mío es equinofrenia, me la diagnosticaron en el último estudio de la cabeza que me hicieron, en lugar de cerebro, tengo un caballo galopando". 

Debo reconocer también, que, en alguna oportunidad, su impronta me rescató de remansos de charlas no deseadas. Ante una densa exposición por parte de un predicador callejero, la voz cavernosa del alienado lo supo interrumpir con una sola pregunta intimidatoria, “Disculpe muchacho, ¿usted es amigo de dios? Porque para nombrarlo tantas veces como lo hace, al menos tienen que ser amigos". 

La indiferencia de la gente no lo mata, lo alimenta. Experimentó un corto período en el cual los vecinos supieron detenerse para hablar con él, para preguntarle por el estado de salud, vacunación, aseo y comida disponible para su perra Chicha, mestiza callejera con quien alguna vez compartieron soledades. 

Diferentes denuncias alertaron sobre el mal estado de salud del inocente irracional cuadrúpedo, terminando con la adopción inmediata de dicho can en manos de una señora en condiciones de brindarle mejor vida, el bípedo, racional y culpable siguió en la calle a la buena de su dios amigo. El verano pasado tuvo de mascota un pichón de cotorra caído de una palmera, lo crió con amor. 

El indigente posaba para la foto con el loro sobre sus hombros como un hecho pintoresco que regalaba el paisaje. Completamente manso para terceros, el vagabundo genera indiferencia entre conocidos mientras que para extraños representa un componente más del cardumen de fantasmas que los atormenta. 

No pide en los semáforos porque literalmente nada necesita, se dedica a hacer mandados en forma eficiente y responsable para algunos comerciantes atados a sus negocios hasta llegar al equivalente exacto en propinas para el vino fino y cigarros que consume diariamente. 

Para comer utiliza el mismo método que los descendientes de los lobos usan hace más de 20.000 años. Sentado en el piso, en horas del mediodía y a la hora de la cena, merodea lugares de venta de comida, observando en silencio, mirando fijamente desde abajo a quienes comen con entusiasmo. Es una demostración práctica de la vigencia y aplicación de la teoría del derrame. 

Sin hablar de la guerra ni imitar al cañón, Quique encarna la canción de amor de Víctor Heredia cada vez que pone en sus ojos un niño y acuna en sus brazos su bolso marrón. Niñas y niños cicatrizan su alma, suavizan su rostro curtido de dolor, humedecen su mirada. 

Es el único momento en el que parece abandonar el tedio, la magia de una criatura lo devuelve a la vida, entonces, emocionado, profetiza, "no hay nada que hacer, se acerca su regreso. Si no es hoy, será mañana, el hombre se ahoga en su mentira, se olvidó que sólo somos hijitos, nada más que hijitos, lo recuerda solamente cuando muere su madre, pero lo olvida rápidamente y vuelve, enceguecido, a seguir destruyéndolo todo".

A veces lo acompaño en su delirio místico no institucionalizado. Algunas mañanas, el sol nos sorprende sentados sobre el tercer escalón del puente peatonal que cruza boulevard Rondeau, esperando a Godot tan absurdamente como Estragón y Vladimir, rodeados de un ejército de Luckys con sus respectivos Pozzos incorporados. 

Muchas veces me cuestione mi asistencia, empujada por la costumbre, a reuniones vacías en donde los participantes jugamos a que seguimos siendo los mismos. Si alguna vez nos entendimos con Tito con sólo mirarnos en aquella delantera campeona, hace rato que jugamos para equipos diferentes. 

El paso del tiempo le dio la razón a Luca Prodan, nos fuimos poniendo tecnos y en cada conversación se impone siempre un pedazo de Internet. En el último encuentro, el ex goleador, escaso de creatividad, perdido en la cancha, adicto a la sagrada imagen de la pantalla, se extendió en un tedioso informe sobre Instagram, links, memes y demás yerbas. Creí oportuno intervenir en la jugada para romper el juego, "Disculpá Tito, pero  ¿vos sos amigo de Google? Porque para nombrarlo tantas veces como lo hacés, al menos tienen que ser amigos".

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