Madres paralelas, de Pedro Almodóvar, se estrenó brevemente en los cines argentinos para anticipar su desembarco en Netflix. A partir del 18 de febrero, podremos mirarla en la plataforma de streaming. La historia protagonizada por Penélope Cruz -nominada al Oscar por este papel- reúne a dos madres primerizas que comparten la habitación del sanatorio y terminan con sus bebés intercambiadas. A esto se entrelaza una segunda trama que nos remonta a la guerra civil española. La película fue tachada de incoherente y fragmentaria por algunos sectores de la crítica argentina e internacional. Desde una óptica cuir, sin embargo, brilla como una de las mejores de Almodóvar.
Almodóvar y el melodrama
“Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”, dice La Agrado en Todo sobre mi madre y las locas aplaudimos. No importa cuántos años hayan pasado de ese hit que le valió el Oscar a Almodóvar, el aplauso sigue generándose porque todas encontramos en esta frase una verdad en la que podemos creer. Se trata de dar por cierta la posibilidad de convertirnos en otra, más precisamente en la heroína de las pelis que nos hacemos cuando nos sentimos incómodas en este universo heterosexista. Casi una cuestión de fe, te diré.
Lo cierto es que Almodóvar saca un film y lo miramos. Suponemos de antemano que habrá algo que hable de nosotras. Un personaje, un diálogo, una canción, una sola toma: algo. Y lo que sea, seguro, va a ponernos en una órbita menos cercana a la del hollywood gay que a la de los melodramas que alimentaron nuestras infancias secretas. Una órbita, digamos, más auténtica.
Madres paralelas nos devuelve a esa órbita de un mazazo. El logro no tiene que ver con la tensión sexual entre Janis y Ana, las protagonistas de la cinta. De nuevo, tiene que ver con la posibilidad de construir una identidad, ese vértigo. No es casual que el drama esté enraizado, otra vez, en la maternidad. Para Almodóvar -¿para todas nosotras?- la genealogía familiar siempre es importante como disfunción. Es aquello con lo que se rompe. Y nadie puede, por definición, romper con lo que desconoce.
Los crímenes del franquismo
La película se inicia con una búsqueda. Janis, el personaje de Penélope Cruz, es bisnieta de un maestro republicano asesinado durante la Guerra Civil (1936-1939). Sobre este episodio aciago, Janis conoce apenas el eco del relato familiar: a su bisabuelo se lo llevaron una tarde y lo hicieron cavar su propia tumba. Nadie sabe bien dónde la cavó, pero ella tiene una pista y está determinada a dar con los restos perdidos para llenar el vacío en su genealogía. “En España hay todavía cien mil desaparecidos”, nos recuerda. Toda la filmografía de Almodóvar puede ser vista como un recordatorio semejante. ¿Hay alguna peli suya alejada del oficio de ocultar un pasado que siempre termina desvelado? Cuando se desata el drama de las bebés intercambiadas, ya somos plenamente conscientes de que estamos en un universo agrietado: de un lado, el tapiz kitsch rojo y verde sobre el que pueden materializarse nuestras fantasías; del otro, un país que olvida sus años más terribles.
Ana tiene el rol de encarnar esa amnesia. Es una mujer que no ha llegado a los veinte y, como muches de sus congéneres, desconoce qué pasó durante el régimen de Francisco Franco. Su ignorancia no llama la atención; en el inicio del film, los personajes recuerdan que el ex presidente Rajoy se jactaba de destinar un 0% del presupuesto nacional a la reconstrucción de la memoria histórica. Básicamente, Ana creció en un país donde nadie decía nada sobre los horrores de la dictadura -en esto estriba, para mí, la diferencia fundamental entre nuestras idiosincrasias-. Como si la historia contemporánea de España se iniciara en el destape post-franquista y su devenir actual no estuviera condicionado por todo lo ocurrido antes de 1975. “¡Es hora de que te enteres en qué país estás viviendo!”, le reclama Janis a su joven compañera. Al hacerlo, la misma Janis se entera de cómo desea actuar a continuación con el asunto de las bebés. El momento en el que le cae la ficha es precioso: Penélope lo da todo con su interpretación.
Madres paralelas, un mismo drama
Para buena parte de la crítica paki, Almodóvar la pifió. Dicen que la búsqueda de Janis desentona con el asunto de las madres paralelas. Llegué a leer, incluso, que Almodóvar quiso hacer un collage con dos proyectos diferentes y le salió pésimo. Ni idea. Para mí las dos historias hacen sentido perfectamente. Que haya búsquedas entrelazadas da ese plus de dramatismo que las narrativas cuir vienen cultivando desde hace tiempo. Cualquier reclamo de unicidad nos pondría bajo el rigor de la heteronorma, que sigue pesando mucho sobre las concepciones estéticas y a menudo conduce a sentencias perezosas. En definitiva, si Janis no conociera en carne propia el horror de tener borrado un episodio de su historia personal, el problema de las hijas intercambiadas no tendría semejante densidad de thriller.
Al fin y al cabo, lo importante en Madres paralelas es qué será de las bebés. Para que estas puedan un día construir una identidad propia, tienen que conocer primero la verdad sobre su genealogía. Todas podemos ser más auténticas, sí, y eso implica muy seguido parecernos menos a lo que existió antes de nosotras. Es imposible construirse en oposición a la nada.
Podemos concluir que la producción de Pedro es más auténtica cuanto más se apega a la estética disruptiva que soñó para sus películas, ¡esa que tanto amamos! Todo Almodóvar puede ser visto como la respuesta perfecta a un relato -único, coherente- sobre España que, también en el cine, apuntalaba el ocultamiento y la complicidad con el régimen. Ahora todo está a la vista y, gracias a eso, la purificación es posible. Igual que las grandes tragedias, Madres paralelas ofrece una ocasión para la catarsis. Yo salí de la sala llorando, y al mirar alrededor comprobé que no era la única.