Mientras va subiendo cuenta los escalones. Treinta y tres, y llega al piso alto de la hamburguesería. Está casi vacío. Allá una parejita. En el rincón un barbeta comiéndose el celular, y contra la pared un vago durmiendo a lo largo del asiento. El Puma Flores cruza entre las mesas para ir a su preferida. Al pasar descubre que el vago, en realidad es una vaga. Deposita la bandeja. Por defectos de profesión, y a pesar de ser un veterano comisario retirado, a través del enorme ventanal no puede dejar de controlar la gente que va y viene, el tráfico algo embotellado, bicicletas cargando pizzas, cartoneros empujando carros atados con alambre… Una chica de trenzas rubias limpia las mesas y luego barre. Él, sin saber por qué, al ver a la chica piensa en Borges; se quita el barbijo y disfruta el café con leche con dos facturitas de membrillo, que son su vicio. Abre el diario. Primero lee las páginas de fútbol, y cuando está buscando las policiales, llegan sin bandeja a una mesa próxima dos pungas con pinta de pungas y un fuerte olor a pungas. Como Cristo la cruz, también cargan en el brazo los chalequitos que les sirven para cubrir las operaciones. Es el momento de la repartija, parece. El Puma no quiere meterse en líos, se desentiende y se abstrae en el diario. Pero no lee. Dentro de su cabeza ha sonado un clic alertándolo de algo. Ese algo está en lo que vio sin ver. Vuelve a mirar a los pungas y descubre al pelado con sus anteojos negros. No los anteojos del punga, no, los del Puma. Éste se rasca la frente, insulta por lo bajo, se putea por no haber ido a otro bar, mira la calle, piensa que un par de anteojos aunque sean buenos, no son más que dos vidrios redondos, y además él ya compró otros, así que decide olvidar el asunto, levantarse e irse a la mierda; y lo va a hacer, intenta levantarse pero no puede, no, claro que no, sería como aceptar que le toquen el culo, y al Puma Flores nunca nadie le tocó el culo, y otro clic le dice ¿para qué buscar problemas si hoy es un precioso día de sol?-no-seas-bo-lu-do… Así que decide irse. Pero cuando uno tiene tantos años de profesión la mente actúa por defecto. Por eso es que aún cuando él quiere ir hacia la escalera el cuerpo se desvía al mismo tiempo que su mano descorre el cierre del bolsillo de su cazadora. Bien que se sorprenden los pungas al ver que un viejo de mierda se toma confianza apoyando las manos sobre la mesa, aunque saluda y habla como quien escapa de un incendio:

--Hola, muchachos. Quería contarles que hace unos meses me senté en la misma mesa en la que estoy ahora, y fui al baño a echarme un meo dejando los anteojos para que se sepa que la mesa estaba ocupada. Al volver del baño, mis anteojos no estaban. Tampoco estaban los ocupantes de la otra mesa. Fácil es deducir que se fueron llevándose mis anteojos para hacerme una broma. La patilla derecha estaba apenas rota, por eso sé que esos anteojos que tenés puestos son los míos. Te agradezco el chiste y te pido por favor que me los devuelvas…

Divertido, aunque más bien tonto, sonríe el narigón, como quien festeja un poco de nada; en cambio el otro, sabiendo su papel en la película, mastica su parlamento con una escupida:

--¿Por qué no te vas a la puta que te parió, viejo de…

El pelado no alcanza a terminar la frase porque cuando dice puta, el Puma ya ha extraído la pistola del bolsillo abierto y con el filo de la culata la da justo y seco debajo de la nariz abriéndole un apreciable río horizontal de carne roja muy brillante. Tan contundente es el golpe que, además de los anteojos, caen dos dientes sobre el miserable botín a repartir. El narigón se mete mano buscando su defensa, pero el Puma Flores le advierte por la mala decisión:

--Si sacás la púa, te la llevás clavada en el ojo…

Ante tanta claridad, rápido, el Narigón pone las manos sobre la mesa. Precavido, el Puma Flores echa una mirada al local y comprueba que la parejita y el barba del celular han girado las cabezas en busca del ruido molesto pero al ver que, salvo aquellos señores charlando, todo está normal, continúan en lo que estaban. La empleada que, barriendo, inocentemente se ha ido acercando, está perpleja como estatua de sal mirándose al espejo. Con un gesto amable, el Puma Flores le indica que siga haciendo lo suyo:

--No te preocupes, estamos resolviendo cosas de amigos…

Guardando la pistola, el Puma Flores observa que la herida del pelado se va agrandando como si quisiera transformarse en una segunda boca, ya que se desgaja muy roja como porción de sandía ampliando el tajo por el peso del mismo labio girando sobre sí, como si fuera el ojo de un perro andaluz. Le aconseja:

--Vas a perder mucha sangre si no vas rápido a una guardia a que te cosan.

 

Los pungas juntan sus cosas, también los dientes; con el pedazo de carne colgando peligrosamente, se colocan los barbijos y se van. La empleada vuelve a respirar con normalidad. Salvo ella, nadie más se ha percatado de lo sucedido. El Puma Flores mira la calle y ve a los pungas partiendo en un taxi raudos a un hospital. Vuelve a mirar las trenzas de la rubia, y ahora sí entiende el haber recordado a Borges, sí, en un cuento un delincuente ordena matar a otro mientras acaricia las trenzas de una mujer, sí-sí, pero no sé si era rubia, debería ser morocha, ¿era morocha?... Tranquilo, va saliendo el Puma Flores. Mientras baja las escaleras comienza a reírse, recién se da cuenta de que ¡el pelado hijo de puta se fue con mis anteojos!, mi Dios, qué boludo soy…Aprieta un frasco colgado en la pared y se echa alcohol en gel en las manos. Se acomoda el barbijo y llega a la vereda, impecable de tanto sol; piensa que es enorme pecado no disfrutar el día, así que decide ponerse a caminar sin desvelos ni urgencias, como si fuera un jubilado argentino con privilegios…