Laura tiene 13 años cuando entra a trabajar a un taller textil. Va a contraturno de la escuela, medio día. A los 18 termina el colegio secundario. Ese año bisagra su papá muere y su mamá se va: Laura queda a cargo de cuatro hermanos menores. En poco tiempo están en la calle. Duermen en una plaza una semana, hasta que una parienta los auxilia y les encuentra un nuevo techo. Pero todavía tienen que comer, y así Laura empieza a trabajar a tiempo completo en el taller.

Es una fábrica de zapatillas que paga por producción, “a dos pesos con cincuenta el par”. Acá no hay forma de llegar a fin de mes si no es trabajando en jornadas de 10 a 12 horas. “En esos talleres no podés levantarte de la máquina, salvo para ir al baño; y en el sector de cortado, donde el trabajo se hace de pie, no te podes sentar, tampoco podes hablar para no distraerte”, describe.

Aún así, aprende el oficio. De hecho va pasando a talleres de mayor tamaño. Se ocupa de tareas complejas como el diseño. Hasta que una mañana de 2018, al llegar al lugar donde trabajó los últimos cinco años, la puerta está cerrada. El dueño quebró.

En Santa Rita, barrio de Lomas de Zamora, no es difícil encontrar historias parecidas. Estamos detrás de La Salada, la gran boca de venta de ropa y de calzado del conurbano. Es un territorio fértil para las manufacturas textiles, que vienen de atravesar una de las peores sequías de su historia.

Entre 2015 y 2019, la actividad textil fue una de las más afectadas por el programa económico de Cambiemos. El combo de apertura de las importaciones y caída del consumo interno hizo que la confección nacional de prendas de vestir y calzados se redujera un 26 por ciento. Fueron cuatro años en los que se perdieron miles de puestos de trabajo.

Laura se puso a vender ropa. Otros pasaron a cartonear, a limpiar casas, a preparar comida para las ferias, a la venta ambulante.

Ahora, en 2022, en estos meses de recuperación económica, la producción textil se reactivó. Los talleres están volviendo a usar sus máquinas.

Pero recuperación no implica creación de trabajo con derechos.

“En el barrio es todo en negro”, definen por acá. Y esa informalidad tiene distintas formas. Por ejemplo, las empresas tercerizan su producción a talleres, pero también hay vecinos que tienen una máquina y trabajan en su casa. Está el que en algún momento pudo comprarse tres máquinas y tiene lugar en donde vive, y entonces subcontrata a otros.

Y está el que quedó nocaut y no quiere más. Cuando Laura empezó a armar el proyecto del que habla esta nota, buscó a su antiguo tallerista. Pero él no estaba en su casa. “Ahora anda manejando un Uber”.

Salir a la cancha

La economía popular nace en este punto. Laura hoy es responsable de la primera fábrica de zapatillas del Frente Popular Darío Santillán, una cooperativa con 11 trabajadores que están saliendo a la cancha de manera autogestiva.

La fábrica surgió como una idea del Frente para organizar a compañeros que viven en los barrios de Lomas, donde la organización social tiene un trabajo histórico, de muchos años. Se anotaron en el proyecto vecinos con oficio en el calzado y que ya estaban dentro del plan Potenciar.

Los once trabajadores de la cooperativa acumulan, en su mayoría, más de 5 años militando. Fueron entrando al movimiento en busca de trabajo: trabajo con un plan social.

Caterina lleva el pelo trenzado y teñido de gris, atado en una cola de caballo.Cuenta que su primer destino en el Frente Darío Santillán fue hacer seguridad en las movilizaciones.

-Para mí no había nada mejor día que llegar al centro con mis compañeros y cortar la calle -dice, y en el brillo de sus ojos hay festejo y desafío.

En la pandemia pasó a trabajar como ayudante de cocina de un comedor popular y después estuvo en una cuadrilla de barrido de plazas, siempre en el FPDS.

¿Tuvo experiencia en talleres textiles? Sí, desde los 16 años. Ahora tiene 27, y es madre de dos niños. “No pude seguir en un taller, 12 horas fuera de casa”, Se puso a hacer limpieza por hora. A veces, de manera salteada, la llaman para atender un almacén. Y entró al plan Potenciar.

Sus compañeros de la fábrica de zapatillas también vienen de trabajar con continuidad en el Frente Darío Santillán. Por ejemplo, en obras de mejoramiento de los barrios. También van haciendo changas cuando les salen. Hoy están jugados a que la fábrica de zapatillas funcione.

Propositivos

La economía popular es un gran tema de debate dentro de los movimientos. Algunos referentes como Juan Grabois advierten sobre el peligro de romantizarla. “Pretender que la economía popular tenga una porción del mercado es no entender el problema. O pensar que esa es una solución”, plantea Grabois en el libro Qué es la economía popular, publicado por la Editorial El Colectivo. Para Grabois, “hay que asumir que es un subsistema, que nunca va a poder competir, por los menos en los términos de la economía capitalista contemporánea” y con un Estado neoliberal. .

Pero al mismo tiempo, está claro que para las organizaciones es necesario ser propositivas, mostrar lo que es posible construir: de ahí la apuesta a crear experiencias de trabajo digno y producción de bienes para los sectores populares. La fábrica de zapatillas es parte de eso: un esfuerzo de construcción que está sostenido por más de un actor.

Para crearla no alcanzaron las 11 personas que formaron la cooperativa. La fábrica existe porque la sostiene un Movimiento que reunió la gente, tramitó el proyecto para que el ministerio de Desarrollo Social les aportara algunas de las máquinas, convenió con un club de barrio el alquiler del espacio donde instaló el taller.

El FPDS también tiene un área productiva, un grupo de militantes que acompañan y tratan de resolver los problemas que aparecen en la puesta en marcha. Y, finalmente, tiene una comercializadora alternativa, -el Mecopo- que vende las zapatillas en sus almacenes populares y ferias.

Dice Eva Verde, integrante del FPDS y coordinadora del programa Mercados Solidarios en el Ministerio de Desarrollo Social. “Es difícil impulsar productivos. Lleva todo un esfuerzo de organización,

mucho recurso… no es solamente conseguir las máquinas, porque también hay que consolidar el grupo de trabajo, lograr que lo que fabricás te salga bien. Y una vez que la producción está en marcha, es necesario que exista una demanda. Nosotros hacemos zapatillas, en primer lugar, para nosotros, para nuestro sector, pero necesitamos más demanda. ¿Cómo conseguirla? Creo que el Estado debería asumir un rol. Si las municipalidades por ejemplo, usan el compre estatal, va a ser más fácil sostener la producción”. Ese tema -el del compre estatal- es todavía un pendiente.

“Vivo esto como una oportunidad”, dice Brian a Página/12 en la fábrica de zapatillas. Con 19 años, es uno de los jóvenes de la cooperativa. Tiene el secundario terminado, está inscripto en el CBC para entrar a la universidad. “Yo nunca habría podido tener estas máquinas, ni pensar en este proyecto. Me gusta la cooperativa, los compañeros. Aprendí un montón haciendo el primer lote de zapatillas… ¡incluidos los pares que tuvimos que tirar, hasta que le agarramos la mano!”

Laura también le tiene fe a la fábrica. “Estoy convencida de que va a andar”. En este momento fabrican zapatillas y sandalias que el Mecopo vende a precio promocional, y están tomando pedidos para marzo, para negocios y organizaciones. Además, empezaron con las primeras pruebas para confeccionar borceguíes de seguridad.