Con Las cercanas, que se estrena el jueves próximo en la sala del cine Gaumont, la realizadora María Álvarez completa una trilogía dedicada a la gente de tercera y cuarta edad. Pero no cualquier gente. Las cinéphilas (2017) seguía el derrotero de seis jubiladas, de Buenos Aires, Mar del Plata, Madrid y Montevideo, que no se perdían un festival ni un ciclo de cinemateca. En El tiempo perdido (título sin duda irónico, 2020), un grupo de jóvenes mayores (imposible considerarlos de otra manera), se reunían, desde hace siete años y a razón de una vez por semana, para analizar, fragmento a fragmento, los siete tomos de En busca del tiempo perdido. Las reuniones consistían en la lectura y los breves comentarios posteriores. Un ejemplo de cortesía por otra parte, en la medida en que nadie se desgañitaba ni contestaba al otro con insultos descalificadores, tal como se estila actualmente. Uno de los fundadores del grupo había leído completas las 5000 páginas del monumento de Proust… ¡cuatro veces! Y en esa quinta vez en que Álvarez lo filma sigue encontrando, en el texto del autor de Auteuil, detalles en los que antes no había reparado.

Hermanas mellizas, en el momento del rodaje las protagonistas de Las cercanas celebran sus 91 años (una de ellas falleció antes del estreno). Se trata de Isabel y Amelia Cavallini, concertistas de piano que siempre tocaban à deux y conocieron su edad dorada allá por los años 50, cuando llegaron a estar radicadas en Nueva York, dando giras por Estados Unidos. Pero la suerte es grela, dice el tango, y a su regreso, estas pianistas, otrora ensalzadas por el compositor Carlos Guastavino, fueron relegadas por el medio musical argentino, hasta casi desaparecer como artistas. Se mudaron a casas cada vez más pequeñas, hasta que finalmente quedaron reducidas a una que parece explotar de recuerdos abarrotados, que es donde Las cercanas tiene lugar.

Tras ganar la Competencia Argentina (sin distinción entre ficciones y documentales) en la última edición del Festival de Mar del Plata, Las cercanas podrá verse a partir de jueves en el cine Gaumont, todos los jueves a las 19.30.

¿Cómo te relacionaste con las hermanas Cavallini?

-El encuentro con las hermanas Cavallini fue mágico. No sé si yo las encontré a ellas o ellas me encontraron a mí, justo a tiempo para contar su historia. La relación con cada una de ellas fue, y es, un vínculo de mucho cariño y respeto, al igual que con todos los y las protagonistas de mis películas anteriores. Cuando retrato a alguien en un documental, me dispongo a aceptar el mundo que esa persona me propone, la sigo. Es como si la persona retratada fuese la directora y yo obedezco. Trato de no forzar nada. Todo fluyó con mucha naturalidad y compartimos una experiencia muy positiva.

-Da la sensación de que en el departamento donde viven Yuyunga y Cocacola –que son los apodos que les da el compositor Carlos Guastavino en una partitura que les dedica-- se acumula toda su vida. Pero, bueno, los recuerdos están tan desordenados como la memoria de ellas.

-Creo que siempre los recuerdos están en desorden, tanto la memoria como los objetos. El tiempo transcurre y vamos acomodando las cosas dónde y cómo podemos. En el departamento de Coca y Yinga están acumuladas las vivencias de dos personas de 91 años. Son muchos años, son muchas vivencias, son muchos objetos. También es claro que ellas vivieron antes en casas más amplias y, a la hora de vivir en un lugar más pequeño, les costó desprenderse de objetos que tenían un gran valor emocional. Donde otros ven sólo desorden, yo encuentro también poesía. El departamento de ellas es un lugar único, capaz de transmitir el paso del tiempo como pocos sitios.

-Isabel y Amelia cuentan que cuando vuelven de los Estados Unidos, consagradas, la envidia del medio las hace a un lado. Es como si allí desaparecieran para siempre como pianistas.

-Sí, ellas cuentan que cuando regresaron a Argentina se sintieron relegadas por el ambiente musical, lo que no es raro en una época en dónde todo era muy difícil para las mujeres músicas, para las mujeres en general. Pero, aunque no tanto como esperaban, aquí siguieron tocando y dieron varios conciertos.

Las cercanas

-Un retrato de ellas de pequeñas preside el cuarto donde tiene lugar la mayoría de las escenas. En la primera ocasión en que la cámara se acerca para tomar planos detalles del cuadro, es como si “dudara”, como si no supiera qué mostrar. ¿Por qué dejaste esa aparente duda de la cámara?

-Es la secuencia de títulos de la película, la cámara se “acomoda” para retratar, que en definitiva es lo que va a hacer todo el documental, retratarlas. Es algo que encontré en la edición, en la que siempre estoy muy atenta para distinguir planos que en principio quizás se descartarían pero que muchas veces terminan siendo recursos cinematográficos. Sentí mucha potencia en ese zoom hacia los primeros planos de los retratos y me pareció un buen comienzo para la película.

-Las protagonistas de Las cinephilas y El tiempo perdido estaban animadas de una pasión que de alguna manera los volvía eternos. A las hermanas Cavallini, en cambio, sólo les quedan los recuerdos. Y el sentido del humor y la ironía, que las vuelve tan jóvenes como los protagonistas de las películas anteriores.

-Como decís, a las hermanas Cavallini no les quedan sólo los recuerdos. Se tienen la una a la otra, el amor, la compañía. A su edad creo que eso es muy valioso, estar todavía juntas. También tienen otras cosas como las que mencionás, el sentido del humor y la ironía. Tienen familiares que las quieren, ganas de recitar poesía, tesón para insistir en que no se deje enchufada una lámpara del edificio, ganas de hacer una película, fantasía, ganas de cantar, de tocar el piano, de ofrecerles café a sus invitados. Tienen las grabaciones de la música que interpretaron. Tienen ganas de vivir a pesar de las pocas fuerzas que les quedan.

-Como toda relación simbiótica, la de Isabel y Amelia está hecha de amores y rechazos largamente cultivados. ¿Será esa simbiosis la que truncó su carrera? ¿Cómo si en lugar de dos personas hubieran sido dos mitades?

-Creo que las Cavallini dejaron de tocar el piano por razones varias y complejas, probablemente una de esas razones haya sido que la relación simbiótica no fuese fácil de manejar a un nivel de tanta exigencia en un ambiente como el de la música clásica profesional. Pero como te decía antes, creo que la época era muy desfavorable para dos mujeres artistas, y que ellas, a su manera (muy avanzada para la época, por cierto) lo intentaron. Cuando veo las imágenes de su juventud veo a dos mujeres plenas, que fueron felices. Ojalá todos podamos decir lo mismo de nuestras imágenes pasadas al volver la vista atrás.

-Ambas tienen pasión una colección de muñecos antiguos, a los que reconocen como sustitutos de los hijos que no tuvieron. Es como si hubieran quedado “chupadas” por su niñez. La niñez del cuadro, q por algo preside la puesta en escena.

-Lo que llamás “pasión por el muñeco” yo lo llamo fantasía, y Coca también lo describe como “la fantasía que tenemos los artistas”. Es una elección de ellas, cuidaron a esos muñecos toda la vida, no es algo de ahora. Son muñecos cargados de afecto, como lo entiende mejor que nadie Julio Roldán, el doctor de muñecos que “cura” a uno de ellos. Yo también lo entiendo así. Todos estamos imbuidos de nuestra niñez, y en general la gente más sensible, divertida, lúcida y lúdica es que la mantiene mayor conexión con el desprejuicio, la curiosidad, la honestidad y la ternura de los niños. También, hacia el final de la vida, hay una tendencia a reconectar con el principio.

-Hay momentos en que, mirando fotos antiguas, no saben quién es quién. ¿Habrán vivido un poco así?

-Sí, claro. En el colegio, una estudiaba las materias humanistas y la otra las materias duras y cada una rendía por las dos lo que sabían. Ellas nos contaron muchas anécdotas así, de travesuras que hacían de niñas y más grandes también, cambiarse los novios y esas cosas. Hasta casi la mitad de sus vidas era muy difícil distinguirlas, después se fueron diferenciando y no eran tan parecidas. En la época de la película ya son muy distintas. De todas maneras, la simbiosis entre dos mujeres que vivieron toda la vida juntas es inevitable, y se manifiesta en la forma en que complementan sus memorias, sus relatos y sus formas de ser.