Me gusta el mar. ¿A quién no? Me gusta meterme al mar, cruzar la rompiente, nadar hasta perder la referencia de la costa y ahí flotar. Cada onda, en su pico, muestra la línea blanca de la arena. Luego, la costa se vuelve a perder y lo único a la vista es mar. En ese momento uno está solo. Bien solo.

José Diniz es brasileño. Vive en Río de Janeiro y Niteroi. Y ése es el mar al que él entra. Imagino que vi fotos de alguna serie de José Diniz, bastante antes de que metiera mi cámara en una zip-lock, la atara con cinta a mi muñeca y entrara al mar. Aquella vez nadé, floté y fotografié. Tomé fotos de las olas, de mí en las olas y barrené al mismo tiempo. El resultado esa vez fue una cámara mojada, la espalda raspada contra la arena y no mucho más. Lo intenté un par de veces más con similar resultado. Fue divertido, seguro, pero yo tenía cierta expectativa.

Creo que al fotografiar (y también al editar las imágenes, a oscuras en el laboratorio o en la mesa de trabajo) propongo una pregunta. Casi siempre cometo el error de esperar una respuesta. No sé qué esperaba entonces de esas experiencias acuáticas, que pregunta insinuaba al mar, qué respuesta pretendía. Sé ahora que al mar no se le pregunta, el mar es la pregunta. 

Tiempo después conocí mucho del trabajo de José. Sus series de fotografías muestran el mar, su ciudad, bañistas. Distintas vistas de un faro, imágenes de una misma isla. Siempre desde el mar, siempre según el mar. Para “Espioes” armó caprichosamente, sin seguir las instrucciones, modelos a escala de submarinos y los fotografío sumergidos, rumbo a misiones que sólo el mar recuerda. En los libros de su serie “Sertão Cerrado” aborda ese otro inmenso mar, que ocupa un cuarto del Brasil, contenido entre la selva y el océano, reserva de agua. Aquí se sirve de los cuatro elementos naturales: sus imágenes son agua, fuego, aire y tierra de un paisaje esencial y amenazado.

Después pude conocerlo a él, escucharlo hablar sobre cómo fotografía y ver sus libros. Trabaja en el mar (en el llano en sus últimas series) y en el taller. No en un estudio, su hábitat es el taller, rodeado de herramientas, papeles, maderas, tintas. José es parte de todos los procesos de su trabajo: hace las fotos, por supuesto, pero también enmarca, diseña sus libros, los imprime y los encuaderna. Es un militante del trabajo en taller y de compartir el proceso. 

Comienza sus charlas proyectando fotos de su mesa de trabajo, de su impresora, de su prensa y termina invitando al público a que se acerque a ver en detalle y tocar sus libros, a sentir el peso, la textura del papel, apreciar la relación de tamaño que tiene con la mano del lector. A comparar las versiones finales con los prototipos y conversar sobre las decisiones que tomó en el desarrollo de cada uno. Asistí a una conferencia suya en la que, consultado sobre el montaje de la exposición que estaba presentando, tomó sus herramientas y mostró cómo montó las imágenes. Para él es tan importante respetar la orientación de la fibra del papel al pegarlo en un cartón para armar las tapas de un pequeño libro, como tomar las fotos. 

Con el tiempo entendí (o decidí) que José Diniz no fotografía el mar, fotografía con el mar. Los tonos, el ritmo de sus imágenes y las repeticiones son tan marinas como fotográficas. Y quizás en esa soledad a la que se entrega al sumergirse logra hacerse soluble como la sal en el agua, fundirse en frío con ese metal líquido negro y plata. No estar a la deriva, ser parte de ese mar acompasado, grande como el tiempo (“grande como el futuro” comentó un día mi hijo Manuel tratando de encontrar una imagen para algo enorme).

Creo que eso es lo que me atrae de esta y otras imágenes de José. La solubilidad del autor. Esa posibilidad (¿capacidad?) quimérica de ser uno con lo fotografiado. Y también con el proceso de creación. Esa esperanza de que alguna vez todo, lo fotografiado, el proceso, el autor, todo se concentre en un solo acto, en un punto del espacio, en un instante. Y desaparecer. Y no estar más solo.


Martín Estol nació en 1973. Es fotógrafo y docente. Se formó con Filiberto Mugnani y Adriana Lestido. Expuso sus trabajos en forma individual y colectiva en el país y en el exterior. Publicó los libros Violeta y Sobre la falla. En 2004 recibió la Beca Nacional del Fondo Nacional de las Artes. Coordina el ciclo de formación Proyecto Imaginario.