“El hecho cinematográfico puede ser popular y radical al mismo tiempo”, reflexiona Alejo Moguillansky en un intercambio para Página/12 con Violeta Uman. Ambos cineastas ofician de programadores del festival Vecine, que comienza este viernes a las 20 en el Anfiteatro del Parque Centenario con el estreno de Corsini interpreta a Blomberg y Maciel, de Mariano Llinás y la presentación en vivo de Pablo Dacal, quien recientemente lanzó el disco Cancionero federal y el libro Por qué escuchamos a Ignacio Corsini, dos trabajos dedicados a la obra del “Caballero Cantor”. 

El Festival de Cine de Villa Crespo (Vecine) se extenderá hasta el 13 de marzo con dos programas de competencias (largometrajes, que podrán verse en Parque Centenario, y cortometrajes, en la sede del DAC (Asociación de Directores argentinos cinematográficos, Vera 559). En el DAC también se celebrará la función especial del Archivo de la Memoria Trans, de Agustina Comedi y Mariana Bomba, en el marco del 8M. La programación y reserva de entradas gratuitas se hace en la web del festival. 

Uman, además de programar junto a Moguillansky, es directora artística y productora general junto a Agustina Stegmayer. “Para llegar a esta tercera edición nos ayudó ver cómo nos apoyaron directores súper prestigiosos que estrenaron sus películas en el festival”, cuenta. Entre esos cineastas, ambos destacan a Lucrecia Martel. La celebrada directora de La ciénaga y Zama, acompañó a Vecine desde el primer minuto. “Fue una gran defensora del festival, dio varias charlas y aún hoy nos abre puertas”, señala Uman.

El desafío será el espacio enorme del Centenario, con capacidad para 1500 personas y  escenario para la competencia, además de una oportunidad para el público de encontrarse y dialogar con los directores. “Nosotros defendemos que todas las películas sean presentadas por sus directores, y si no pueden, por sus prodoductores o parte del elenco, y que haya un Q&A para fortalecer ese intercambio”, explica Uman.

Los programadores destacan que la propuesta es acercar el cine como arte popular con películas de autor que encuentran poco espacio en salas comerciales, y más considerando tantos espacios perdidos en el barrio. “Nos gusta el cine de autor que toma riesgos, que muchas veces tuvo recorrido y premios afuera, y que en la Argentina no puede estrenar y ni sus pares pueden verlo, o tiene muy pocas funciones, porque además sabemos que hay público interesado”, agrega y advierte que desde su primera edición, todas las funciones fueron a sala llena. “Pertenecemos al cine y es un placer visibilizar estas películas y apoyar a nuestros colegas”, celebra.

Moguillansky profundiza esa idea y compara a Vecine con el mítico Parakultural de los ’80. “Lo pensamos como un lugar donde las películas se muestren sin la especulación que todo festival confiere y tratando, en todo caso, de ponerle énfasis a la palabra ‘festival’, que supone un festejo”, plantea. “Vecine apunta a hacer de ese viejo espectáculo de feria que es el cine, equidistante entre lo popular y lo radical, entre un arte donde miramos la pantalla juntos y al mismo tiempo que no obedezca a las leyes del mercado, la corrección política o cualquier grito frente al hecho del cine”, define.

La pandemia, desde luego, se convierte en tema inevitable. Muchos espacios debieron apelar a apuestas seguras al planear su oferta cultural. En cuanto a los festivales, así como surgieron muchos eventos internacionales por streaming, muchos otros asumieron modelos mixtos, parte presencial, parte virtual. En Vecine se resisten. “Nunca se nos ocurrió que pudiera tener una parte cinematográfica y una online", plantea el director de La vendedora de fósforos. “Me gusta pensar el cine como un lugar donde estamos juntos y separados, estamos juntos en la oscuridad mirando la misma imagen, como dos personas mirando la luna en países distintos”.

Su compañera sube la apuesta. “No cambió nada, en todo caso lo que queda de la pandemia nos reforzó la idea de defender los festivales como punto de encuentro presencial, y el cine en pantalla grande”, propone. “La pandemia agudizó la falta de salas, pero saliendo se vio como la gente venía esperándolo y lo agradece. Lo que cambió fue la dificultad de producción, por los costos de las salas, si es al aire libre, y tener que cancelar por mal clima. Eso es más difícil cuando sos un festival independiente con poco presupuesto”, reconoce. “Apostamos a eso y las funciones y el público que tuvimos refuerzan nuestra convicción de defender el cine como feria, como arte popular, los encuentros comunitarios y cómo Villa Crespo, que supo tener tres salas grandes que hoy son iglesias evangélicas o estacionamientos, tenga un espacio cinematográfico”. La idea de fondo, agrega, es “hacer un festival inclusivo y juntar al público del barrio, con cineastas y estudiantes de cine que frecuentan festivales”.

En medio de las reflexiones sobre el sentido de producir un festival de cine hoy, Moguillansky vuelve a la gratitud con Llinás, que estrenará hoy su película. “Es un gesto de una bravura que hace que las cosas tengan sentido. Y bueno: bienvenidos a esta fiesta”.