No hay mejor forma de vivir que recordar lo vivido. Porque se tiene dos vidas: la que fue y la que se recuerda y entonces la vida no se termina nunca. Y la historia circula así en un sinfín de imágenes y estremecimientos. Aquellos detalles evanescentes, que constituyen la trama sentimental de toda historia, se recrean. Y así, la memoria, el pasado, regresa sin la virulencia de lo vivido, pero con la intensidad de los sentidos desplegados: tiene, por qué no, el picor en la conciencia, el sabor de una buena salsa putanesca o de un chimichurri picante. En esto pensaba --no sin reírme por la comparación-- cuando terminé de leer el gran libro del psicólogo uruguayo Álvaro Couso, y el del contador argentino Jorge Alma, que prefiere usar en tapa el seudónimo de Cacho Narzole. Ambos nacieron en la década del cuarenta del siglo XX que fue, según Eric Hobsbawm, el Siglo de las Luces, el más extraordinario despliegue de la condición humana en sus violencias, sus pasiones, sus arcaísmos, y sobre todo sus deseos radicales de cambios sociales y políticos. Ambos participaron en los movimientos revolucionarios en Uruguay y la Argentina. Ambos se exiliaron: Alvaro en Buenos Aires, y Cacho en Italia y México. A diferencia de Cacho, que volvió a la Argentina, Alvaro no volvió a radicarse en Montevideo. Ambos fueron, a sus maneras rioplatenses, guevaristas, una definición que habla de guerrillas, de derrotas, de exilios, de la vida y la muerte y, finalmente-- si se sobrevivió a la hecatombe de las dictaduras--, de la intensa elaboración de ese pasado con sus infinitas lecciones y, por supuesto, anécdotas desopilantes a modo de despedida o, por qué no, del reposo del guerrero tal como muchas veces lo señaló Simon de Beauvoir en su correspondencia con Jean Paul Sartre. Es decir: el libro me recordó la mejor correspondencia epistolar para no olvidar una historia inolvidable. “Relatos entrarmados” avisa, desde el título, que los autores no fingirán demencia (expresión popular mexicana esencial y comparable a no negar la historia o la realidad). A ambos los unen veinte años de amistad. Los unió la desesperación, también, de romper la incomunicación impuesta por la pandemia. Entonces, aquello reprimido por el silencio corporal, por el contacto físico, buscó (¿se podría decir así’) cruzar a nado digital el Río de la Plata, ese puente marrón, ancho y esencial que nos define, pero también nos separa.

Así que Alvaro y Cacho revisan con detalles extraordinarios sus historias militantes y exiliares. Distintas y similares. Y lo dicen así: “Veinte años de amistad no son pocos, pero seguro no alcanzan para medir su intensidad. Esa que descubrimos desde el principio y que se abrió como una jubilosa materia para transcurrir los años por venir. Desde el inicio, el pasado desconocido se fue iluminando para dejar en evidencia que veníamos del mismo lugar y transcurríamos el presente armados con iguales valores. No fue difícil concluir que sería magnífico dejar constancia de nuestro interés compartido por sostener lo hecho a partir de nuestras experiencias, sabiendo que estos tiempos no facilitan la alternativa de dejar la palabra y pasar a los hechos. Por el contrario convinimos que era tiempo de solo tomar la palabra. Así, a principios de 2019, entre ristrettos, nos encontramos embarcándonos en este proyecto, siguiendo la inveterada costumbre de las charlas de café, en que se discurre sobre los acontecimientos mundanos, desde el fútbol hasta la administración del estado. Proyectos, conversaciones, teorías y elucubraciones de todo tipo germinan en sus mesas. Este libro comienza allí y comienza también antes, en distintos lugares y momentos. Tributo a Naviante y Nada a cambio se habían publicado a fines del 2010, lo mismo que Memorias impersonales: cada uno experimentaba las formas de dejar testimonio de la historia vivida. Faltaba algo, sin embargo, siempre. En cada encuentro surgía, en la convergencia de nuestras miradas, la necesidad de retomar la palabra y ofertarla a otros. Así lo hicimos, proponiéndonos que la narración que encaramos fuera testimonio de una experiencia vivida. No hay en estos relatos la idealización de un paradigma. Hay, sí, la necesidad de seguir diciendo. La razón de su existencia, de lo que fue, es tan válida ayer como lo es hoy: que ese duelo por lo que significó la derrota de un proyecto no cese de insistir, sin realizarse, para que el olvido no traiga la comodidad de la reconciliación y la expiación por el arrepentimiento a una sociedad que mantiene vigentes todas sus injusticias. Por lo menos para nosotros que miramos azorados cómo el mundo en que vivimos se aleja tanto de nuestras expectativas hasta hacerlo irreconocible. Desarmando el binomio del precepto latino: verba volant, scrita manent, podemos decir que porque volaron, persistieron y nos permitieron construir el proyecto de esta escritura de memorias, testimonios, recuerdos, evocaciones, anécdotas, experiencias que se fueron entrecruzando para construir este cuerpo o corpus en común. Una especie de rompecabezas o de Frankenstein que adquirió su espíritu por el haz de luz y su identidad en la diferencia, que al golpearlo le dio vida”.

La correspondencia entre Alvaro y Cacho tiene detalles y reflexiones sorprendentes, profundas, conmovedoras. Por momentos, el secreto de aquellos años obliga a un ejercicio intenso del lenguaje: decir sin nombrar. En clave borgeana ambos cumplen con el paradigma esencial de uno de los mejores cuentos de la literatura argentina: Emma Zunz de Jorge Luis Borges. No sólo porque los hechos son verdaderos, aunque cambien uno que otro nombre propio, sino porque Entrarmados es también una historia de venganza. De mostrar el imposible de olvidar a una generación que dejó algo más que la libertad y la vida en aquellos años revolucionarios, cuando estaba por partir definitivamente el siglo XX.

 

* A Cacho y a mí nos unieron esta historia y muchos fideos a la putanesca. La resolución al enigma de esta frase está en la página 160 del libro editado por MT editores, que presentaré junto a los autores y Juan Acevedo Couso en el Centro Cultural Conti de la ex ESMA, el jueves 10 de marzo a las 18.30.