La historia de Punto G arranca con Gamexane, el grupo que Eduardo Ergueta, Carlos Verdichio, Guillermo Schwarzhans, Tato Fernández y Juan Albertengo, nacidos entre 1966 y 1968, formaron a comienzos de los años 80, cuando cursaban la secundaria en el Colegio Nacional Florentino Ameghino de Cañada de Gómez. Tras la salida de Schwarzhans y Ergueta, y la incorporación de Coki Debernardi y, poco después, Andrés Pato Castellan, el quinteto cambió su nombre por Punto G. Castellan, fundamental en la consolidación del sonido del proyecto, murió como consecuencia de una crisis respiratoria en noviembre de 1986. Rubén Carrera se sumó al grupo un año más tarde.

Punto G apareció en la escena nacional entre el fin del dark, la consagración continental de Soda Stereo, Los Enanitos Verdes y Miguel Mateos, la explosión festiva del reggae y el ska y el surgimiento de un rock más áspero, que incluía propuestas muy diferentes entre sí, como el punk ramonero de Attaque 77, el hard rock de Los Guarros, la renovación a dos puntas del heavy metal con Rata Blanca y Hermética, y la creciente fiebre por el blues que tenía en Memphis La Blusera y Durazno de Gala a sus principales exponentes.

En el amanecer de la década, los grupos rosarinos habían sintetizado la impronta testimonial –herencia de las canciones popularizadas por Juan Carlos Baglietto– con la complejidad del rock progresivo. Luego, alrededor de 1984, ambas tendencias fueron descartadas en favor de un sonido pop y bailable, acompañado por la llegada de nuevos sintetizadores y máquinas de ritmo, el éxito internacional de grupos como Duran Duran y Spandau Ballet, y el cambio de humor en la sociedad que trajo la democracia. Identikit y Graffiti fueron los grupos locales más populares del período y llegaron a firmar contrato con compañías discográficas multinacionales; EMI y CBS, respectivamente.

Pero la actualización tecnológica no estaba al alcance de todos, y los músicos con escaso poder adquisitivo no podían acceder ni a las baterías electrónicas Simmons ni al sintetizador Yamaha DX7. En el camino, algunos grupos intentaron sonar “modernos” con instrumentos viejos. Los Punto G, que no comulgaban con el pop, cargaban con las mismas limitaciones –sus instrumentos y equipos eran precarios–, pero las usaron para tallar un sonido y una estética de la crudeza.

En su propuesta, Punto G procesaba elementos de Sumo, The Cure, Bauhaus, Joy Division y The Velvet Underground, algo que quedaba claro ya en sus primeras canciones. Al igual que Don Cornelio y La Zona, banda con la que guarda más de un punto de contacto, además de tener un puñado de canciones excelentes, Punto G hacía una música que no se parecía a nada de lo que sonaba en el rock argentino en 1988.

Las canciones intensas y atormentadas de Punto G y Don Cornelio anunciaron la salida del rock argentino de las discotecas. Los Pericos y Los Fabulosos Cadillacs seguirían sonando en las pistas, pero mezclados con la música tropical que tomó por asalto el mercado discográfico entre el final de la presidencia de Alfonsín y los comienzos del menemato.

DANDO VUELTAS

El sábado 5 de marzo de 1988, después del grupo cordobés Jettatore, y antes de Manuel Wirtz, Los Pericos, Raúl Porchetto, David Lebón, Los Enanitos Verdes, Los Músicos del Centro y Los Violadores, Punto G se presentó en el Chateau Rock. Aquella tarde, la lista de temas estuvo conformada por "Cañada bajo el cielo", "Baja en mi sangre", "Indios", "Geegeegee" y "Nada es todo".

Entre la actuación en el festival cordobés y la aparición de Todo lo que acaba se vuelve insoportable transcurrió poco más de un año. En ese lapso, los cañadenses aprovecharon para ampliar su ya por entonces numeroso público rosarino y trajinar el circuito de discotecas de las provincias de Santa Fe y Córdoba.

La grabación del primer disco de Punto G duró alrededor de dos semanas y se llevó a cabo en marzo del 89 en La Mar, una sala de ensayo reconvertida en estudio de grabación, ubicada en la calle del mismo nombre, en el barrio de Caballito.

Desparejo como todo debut, y registrado en un estudio precario, son sus canciones –todas firmadas por Debernardi menos “Mátenme”, en la que comparte la autoría con Fernández– las que le otorgan la estatura de clásico.

Dedicado a la memoria de Andrés Castellan, el álbum muestra la efervescencia de una banda inexperta, pero con una identidad definida. “Geegeegee”, “Fotos de tierra”, “Baja en mi sangre” –lo más cercano al pop del álbum– e “Iluminándome” capturan al quinteto en toda su intensidad y aspereza. A esta lista hay que sumar “Cae lenta”, uno de los grandes hits de Punto G, que refleja una lectura atenta del manual de himnos para estadios firmado por U2, al anudar estrofas de clima inquietante con un estribillo grandioso.

Fito Páez, propietario de la sala, fue el responsable de la producción artística, los arreglos en “Cañada bajo el cielo” y los teclados en “Baja en mi sangre” y “Estupefacientes para su dolor”, en la que Fabiana Cantilo aportó sus coros.

En una entrevista publicada en el diario Clarín al momento de la aparición del álbum, Debernardi trazaba una línea divisoria entre la propuesta de su grupo y el pasado reciente de la música rosarina: “No tenemos nada que ver con la Trova (Baglietto, Fito, etc.), ni con los grupos que surgieron después, como Identikit y Graffitti. Particularmente el pop no nos gusta. No nos transmite ninguna sensación”.

La alegría tras la salida del álbum duró un suspiro porque las cintas en las que se registró Todo lo que acaba se vuelve insoportable habían sido usadas para grabar Ciudad de pobres corazones, y en el proceso de corte final del álbum, un error pasó de largo. Cuando los Punto G escucharon que en lugar de “Séptimo tema” –un fragmento de la coda de “Cae lenta”, que cerraba el lado dos– aparecía casi completo “Dando vueltas en el aire”, de Fito Páez, quedaron atónitos.

Para evitar un conflicto legal –el disco de Páez había sido publicado por EMI–, CBS decidió retirar el disco del mercado. A pesar de la demora y el gasto que implicaron fabricar por segunda vez el disco, el grupo aprovechó la rotación de “Cae lenta” en las radios para ampliar su convocatoria en el circuito de discotecas.

La canción había sido distribuida en los medios antes de la salida del álbum como simple de difusión en un vinilo de siete pulgadas compartido con “Es tan lejos de aquí”, de Los Fabulosos Cadillacs.

En Capital Federal, además de un par de apariciones en programas de televisión, Punto G actuó en el Parakultural y en Shams. La presentación de Todo lo que acaba se vuelve insoportable en Rosario fue en un Patio de la Madera colmado, el jueves 7 de diciembre de 1989.

Presentación del disco en Rosario (Foto: Luis Vignoli)

CONTAR HASTA TRES

Las compañías discográficas, frente al devastador proceso de hiperinflación que marcó el final de la presidencia de Alfonsín, decidieron realizar recortes presupuestarios, y los principales perjudicados fueron los grupos emergentes. En el caso de los rosarinos que habían firmado contratos por tres discos, Graffiti (CBS) e Identikit (EMI) alcanzaron a ver en las disquerías sus segundos álbumes (Sin respirar y Quiero parar de caer, respectivamente, publicados en 1988).

Certamente Roma (WEA) y Punto G no tuvieron esa suerte, y sus contratos fueron rescindidos tras la edición de sus primeros trabajos: Después de la guerra (1988) y Todo lo que acaba se vuelve insoportable.

La caída de los contratos era una de las tantas dificultades que las bandas debían afrontar en un contexto desolador. La sola realización de un recital era un proyecto utópico. Recuerda Claudio Fernández, baterista de Don Cornelio y La Zona: “Nos separamos en el 89, con el fin del gobierno de Alfonsín. Hiperinflación, nadie podía pagar una entrada, no se podía bancar un sonido. Empezamos a tocar en bares en condiciones deplorables. La gente no salía y los que salían no tenían un sope. Teníamos contrato por tres discos, pero el tercero nunca llegó”.

Un año después de la aparición de Todo lo que acaba..., con nuevas canciones en el bolsillo y envalentonados por la recepción positiva que había tenido el disco, los músicos decidieron seguir el consejo de Alejandro Rudi, mánager del grupo, y crearon un sello independiente, Belushi Records, para publicar su segundo álbum, Punto G, que salió a la venta en 1991.

A pesar de la evolución musical que evidenciaban las canciones, la decisión del grupo de editar el álbum en formato vinilo conspiró contra su suerte. En aquel entonces, además de que los insumos para su proceso de fabricación eran un bien escaso y suntuario, el CD comenzaba su reinado en la industria musical, y la placa no tuvo mayor repercusión.

“El fracaso no se nos subió a la cabeza” era la frase que Debernardi repetía en las entrevistas promocionales al momento de la aparición de El último salva a todos (1993), tercer y definitivo registro del grupo. Grabado en Rosario en los estudios Alfa Centauro y publicado por el sello porteño Música & Marketing (M&M), además de temas nuevos, incluía canciones de sus antecesores (“Indios”, “Cae lenta”, “Baila”, “Duro duro”) en versiones renovadas, y un cover de “Clítoris”, del combo brasileño Titãs.

El grupo también decidió remozar “Despiértenme”, la composición de Andrés Castellan que había integrado el primer demo, para incluirla en el álbum, del que participó el guitarrista Gustavo Randizzi, que se había sumado al proyecto un año antes.

En el invierno de 1994, después de actuar como soporte en el recital Sting en Rosario y de un concierto en la ciudad de Leones, los Punto G decidieron separarse. El hiato duró hasta 2016, cuando Debernardi, Verdichio, Carrera y Albertengo –Fernández había fallecido en agosto de 2015– se juntaron para realizar una serie de conciertos. En la actualidad, continúan presentándose en vivo, pero no tienen planes de grabar nuevas canciones.

AQUELLA ETAPA CRUCIAL

Si la década de los 80 puede dividirse en dos, la línea la traza la condena a las juntas militares en diciembre del 85. A partir de ese momento histórico, el optimismo fue deshilachándose entre las posteriores concesiones otorgadas a los militares y la monstruosa crisis económica que finalmente liquidó el proceso político que había comenzado en diciembre de 1983.

Hacia 1988, el entusiasmo había desaparecido y resultaba evidente que suturar la herida criminal que la dictadura le había asestado al país no iba a ser una tarea sencilla. Transitando la degradación del contrato social, la miseria y la creciente violencia, y engañada por las falaces promesas electorales de Carlos Menem, la sociedad se encaminaba sin saberlo hacia el desastre neoliberal.

La historia de Punto G puede resumirse en los contratiempos y dificultades que enfrentó a lo largo de su carrera: Andrés Castellan, casi su director de orquesta, murió poco después de que el grupo alcanzara una formación estable; ya con Coki Debernardi como líder, y tras haber ganado el concurso Pre-Chateau 88, su debut discográfico salió de fábrica con un error, por lo que CBS tuvo que retirar la primera partida del mercado, y cuando el álbum finalmente llegó a las disquerías, lo hizo en el marco de una crisis económica descomunal. Después de que la compañía les rescindiera el contrato, los músicos decidieron crear un sello independiente para editar su segundo disco, que salió a la venta en formato vinilo justo en el momento en que la popularización del CD –el tiempo se encargaría de probar lo apresurado de la sentencia– anunciaba la muerte de los redondeles negros.

La hiperinflación del final de la presidencia de Alfonsín no solo empobreció la clase media a la que pertenecían, en gran medida, el público y las y los artistas que habían nutrido la escena under; también destruyó los espacios en los que se foguearon las mejores bandas del período. Y no deja de ser simbólico que Federico Moura, Luca Prodan y Miguel Abuelo, tres paladines de la libertad y la diferencia, murieran antes de que el menemato retomara la faena de domesticación de la dictadura, con el dólar como emblema y el mercantilismo como pensamiento único.

A comienzos de los años 80, la generación que sucedió a la de Luis Alberto Spinetta y Charly García había hecho su aparición en el mapa musical con la necesidad de resetear el sistema: después de la dictadura, hacer algo nuevo era una necesidad urgente y vital, y eso nuevo que había que hacer no podía no oponerse al legado de los últimos años 70. Divertido y bailable primero, sombrío y filoso después, el rock subterráneo transitó los años 80 en un clima de euforia paranoica.

Por supuesto que la movida under no murió en el 89; pero lo que sí terminó fue una etapa crucial en la historia de la música popular argentina, protagonizada por una escena que había comenzado a los tropiezos en pubs mugrientos y acosada por la policía, y que marcó las tendencias que resonaron por toda América Latina, luego de que los responsables de las compañías discográficas comprendieran que exportar rock era un negocio fabuloso.

Todo lo que acaba se vuelve insoportable es uno de los últimos eslabones de esa cadena forjada en el desprejuicio y en la libertad creativa más absoluta. 

Portada del libro editado por Vademécum

Los trenes ya no vuelven más se presentará el domingo 20 en el Teatro Cervantes de Cañada de Gómez, Provincia de Santa Fe. Punto G se presentará en vivo con un repertorio basado en su primer long play. A las 19.30, con entrada gratuita.