“¿A quién más le tocaron alguna vez el culo en el bondi, en el tren o en la calle o la eyacularon en un medio público de transporte sobre la ropa?”. La pregunta, publicada en mi Instagram, recibió velozmente una catarsis de comentarios, con escenas más o menos similares de tantísimas mujeres, de distintas generaciones, que reflejaron sus vivencias de acoso callejero vividas sobre todo en la adolescencia y juventud. En dos horas eran más de doscientos testimonios. ¿Hay alguna mujer que no haya sufrido a repetición manoseos, apoyadas, groserías, y hasta eyaculaciones mientras transitaba por el espacio público? El hostigamiento en las calles hacia las mujeres, especialmente pibas, y disidencias, sigue vigente, la diferencia con décadas atrás es, tal vez, que ahora las adolescentes y jóvenes, organizadas en redes feministas, apelan a estrategias de autodefensa, individuales y colectivas, para protegerse y cuidarse entre ellas. Pero la histórica naturalización social de estas conductas indebidas, extendidas, favorece que se cometan escenas más graves de violencia sexual. Hay un hilo, que no es tan invisible, que une unas con otras.

“Sigue pasando, capaz con menor frecuencia, porque el feminismo hermana bastante y las jóvenes tratamos de utilizar las redes para alertarnos por cuáles calles no pasar o si nos encontramos en una parada de noche compartimos miradas con otra que está también ahí esperando sola, para sentirnos protegidas”, cuenta Pilar Rodrigo, de 16 años, presidenta del centro de estudiantes de un colegio en Ensenada, provincia de Buenos Aires.

“Si, es un tema que hablamos muy seguido. Nos compartimos “tips” de autodefensa, nos quejamos. Estamos hartes de vivir estas situaciones de acoso que nos atraviesan el día a día”, dice Giuliana Balerdi, también de 16 años, alumna del Colegio Mariano Acosta, de la ciudad de Buenos Aires. “Últimamente me pasa de viajar en bondi y que me apoyen, a lo que mi reacción, por lo general, es cambiarme de lugar, correrlo para atrás con el codo, mirarlo mal”, cuenta.

No viajar solxs de noche, ni tomar por zonas oscuras, caminar ligero y por avenidas iluminadas, usar ropa grande para que no se les marque mucho el cuerpo, y avisar cuando llegan a destino, son algunas de las estrategias de autocuidado. “También tener algún objetivo punzante en la mano, como por ejemplo, las llaves, intentar no acercarse mucho a los varones y tener en la mira a mujeres que nos puedan ayudar frente a cualquier situación, mandarnos la ubicación por el celu”, detalla Giuliana, otros mecanismos para no sentirse tan indefensas.

En las marchas feministas, cómo la del #8M del martes, acá y en otras ciudades latinoamericanas, las consignas en carteles y en el propio cuerpo de las pibas reflejan este fenómeno tan actual como doloroso. "Tranquila mamá, hoy no voy sola por la calle"; "Es mí derecho caminar sin miedo"; "De camino a casa no quiero ser valiente, quiero ser libre". Apenas una muestra.

Alertar y acompañar

“Hoy las redes son una herramienta más de alerta para cuidarnos entre nosotras y visibilizar las situaciones de acoso callejero que vivimos. Por ese medio nos avisamos por cuál calle no tenemos que pasar, difundimos fotos de quiénes nos acosan y nos llenamos de mensajes de acompañamiento”, dice Sol Bruzzone, de 20 años, del partido de Avellaneda, en el sur del conurbano. “En mi caso --agrega--decidí salir siempre con gas pimienta después de que un tipo quiso apoyarme en plena avenida Hipólito Yrigoyen, frente a la estación Avellaneda”.

Los rostros de los acosadores, dice, los publican en stories de Instagram y Facebook, y en grupos cerrados de los barrios. “Hoy --por el miércoles-- vi una historia de una chica que subió la foto de un varón que se estaba masturbando al lado de ella arriba de un colectivo”, dice. “La semana pasada una mamá subió al grupo del barrio las calles donde quisieron subir a su hija en un auto rojo sin patente. Nos decía que no fuéramos solas por esos lados. Y así, todos los días”, sigue Sol.

“Todas salimos a la calle y no sabemos qué nos puede pasar”, apunta Trinidad Mato, de 20 años, militante del Grupo Bicentenario y ex presidenta del Centro de Estudiantes del Colegio Pellegrini, de la UBA.

“Vivo en Florencio Varela y mi escuela queda en Berazategui. Tengo que salir temprano, a veces es de noche. Vamos con una amiga, juntas. Nos esperamos. Si una llega tarde nos avisamos. Andamos casi siempre con ese miedo. Siempre pensando qué puede pasar. Es muy feo sentir ese miedo. Está bueno que se hable entre hombres este asunto, que tomen conciencia”, dice Victoria Villar, alumna de la Escuela Agraria N° 1, que queda en el Parque Pereyra Iraola, en el partido bonaerense de Berazatagui. Tiene 17 años.

Pero el acoso callejero no solo afecta a las más mujeres y disidencias más jóvenes. Claudia Korol, educadora popular, cuenta que en un taller de formación de un movimiento piquetero, se empezó preguntando qué era lo que más les molestaba de las violencias que vivían cada día, y uno de los primeros temas que plantearon fue que las "apoyen" en los colectivos. “La mayoría de las compañeras son migrantes, de Bolivia, Paraguay y Perú. Querían aprender cómo pararlos, porque decían que se quedaban paralizadas y no les salía levantar la voz”, cuenta Korol. Entonces, todo el taller estuvo dedicado a “teatralizar” situaciones y hacer el ejercicio de que ellas pudieran gritar para dejarlos en evidencia. “Fue muy importante para ellas, tomar fuerzas en esto de levantar la voz”, detalla Korol.

No es una: somos todas

La pregunta que abre esta nota la planteé en Instagram después de recibir el siguiente mensaje por WhatsApp de una colega. “Leí tu nota “A vos, varón”… Me resultó muy fuerte lo de “que nos eyaculen en el subte” … Tenía 19 años cuando un tipo lo hizo en un bondi … yo sentada y él parado contra mí con la excusa de que estaba lleno… no me imaginé que podría haberle pasado a otras mujeres…”.

Con ese mensaje como disparador, vino la avalancha de comentarios:

“A mí, a los 12 años yendo en tren con mi mamá, de Adrogué a Constitución. Esa fue la primera vez” (@lolafonca, la actriz Dolores Fonzi)

“13 años. En el brazo, Bondi. No sabía con claridad qué era, pero lo intuí. Me ayudaron tres pibes de unos 20 años que me limpiaron el abrigo cuando se avivaron que el tipo bajó corriendo y de improviso” (@andrea.datri)

“A mí me pasó esperando el colectivo para ir al colegio una mañana oscura de lluvia, la calle vacía, me pasó en boliches, y hasta no tantos años, a mis cuarenta y pico sentada leyendo en un bar, un señor en la mesa de al lado maturbándose. Pedí las cámaras de seguridad del local. Nadie hizo nada" ( @campariconnaranja)

“A los 15 yendo al colegio un tipo me mostró todo, tocándose. A los 24, en el tren Roca, me tocaron el culo. Volviendo a mi casa me agarró un apagón en la calle y un tipo me tocó las tetas y el culo. A los 35 mi jefe intentó sentarme en su regazos… Más… sacaditas de lengua y cosas irreproducibles que escuchamos en la calle…” (@peke.carbajal)

Me eyacularon en el subte. Me tocaron el culo en la bici más de una vez, una de ellas (de) una moto y me hizo caer en el empedrado, luego de haberlo esquivado varias veces. Y muchas, muchas veces me han mostrado la pija en la vía pública”.

“14 años. Sentado junto a mí en el bondi; comenzó tomándome la pierna y luego la entrepierna. Salté de golpe y me fui al fondo… Me quedé parada y no paraba de temblar. Pararon 30 años y a veces recuerdo la cara del tipo” (@marian_vaccaro)

“Me eyacularon sí, el asco que me dio… terminé vomitando sobre el pantalón. Tenía 18 años, tren lleno. Me bajé en la estación Beiró, vomité y volví a subir al próximo tren… ese día me enfermé… En el colectivo también me pasó de dormirme dos minutos y despertarme y ver que el tipo de al lado se estaba tocando” (@natalialaurago)

Los testimonios siguen. Son casi cuatrocientos que se fueron acumulando a lo largo de un día. Todos con descripciones más o menos similares.

¿Es el mismo varón que acosó a todas?

Obvio que no. La pregunta apunta a mostrar que de tan frecuentes son parte del paisaje ula naturalización histórica de este tipo de conductas. “No se trata de un deseo sexual sino de una demostración de poder”, dice la ministra Estela Díaz, ministra de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual bonaerense. “La violencia sexual de distintos niveles de intensidad, me persiguió de distintas maneras en el espacio público. Y no soy la excepción. Soy parte de la regla general. Desde la mirada del otro, la insinuación, la grosería, el manoseo, la exhibición, el intento de violación, en esa gama y escala, infinidad de situaciones que son realmente un problema porque nos colocan a la defensiva en el caminar por el espacio público. Por empezar, cómo salimos vestidas, en sí tomo o no determinada calle porque hay una legitimidad para la intervención y la mirada sobre nuestros cuerpos sexualizada y siempre disponibles para el macho acosador. Esto nos constituye, cuando empezamos a tener, desde chiquitas, la primera noción de sexualidad está asociada o a la vergüenza o a esto que es algún tipo de ataque sexual, más sutil o más explícito y violento”, dice la ministra.

Y agrega: “Cambiar esa conducta de los varones en el acoso callejero es central para nosotras pero también para ellos porque ellos tienen un mandato explícito, o implícito de actuar de esa manera para ser varones en sociedad. Y cuando están en grupo para legitimar su ser macho en esta sociedad. Por eso necesitamos que se cambie. Cambiar esa práctica los va a ser mejores a ellos”.

--¿Cómo se relacionan estas conductas de violencia sexual callejera con la violación en patota en ocurrida en el barrio porteño de Palermo?

--Por supuesto que no todo es lo mismo --señala Asensio, coordinadora general de la Comisión sobre Temáticas de Género de la Defensoría General de la Nación-- No es lo mismo una violación sexual que las groserías que cualquier mujer puede y suele recibir en la calle. No escuché a nadie igualar esas experiencias. Lo que exaspera es la negación de que esas manifestaciones, además de configurar formas de violencia sexual, son las que habilitan el contexto en el que ocurren las violaciones, individuales o colectivas, de mujeres y la diversidad sexual. Tomando prestado un concepto de Rita Segato, esas formas de acoso consideradas leves son las que configuran la argamasa que sostiene un sistema de jerarquía y dominación masculina.

--¿Qué consecuencias genera esta naturalización?

--Precisamente, por ser naturalizadas y banalizadas sus consecuencias, resultan en las formas más efectivas de control social y reproducción de las desigualdades de género. Sin esa argamasa, no sería posible su forma más extrema, como una violación colectiva a la vista de todos. La violación colectiva en Palermo pudo ocurrir no por el efecto de drogas o alcohol, sino por el efecto de una sociedad que les hizo creer a los autores que podían violar en público sin consecuencias. Ellos se equivocaron, pero la enorme mayoría de quienes expresan formas más moderadas de violencia en espacios públicos, no se equivocan al pensar que pueden agredir sexualmente a las mujeres y seguir caminando como si nada. Si alguna los enfrenta, les basta con decir que están locas. Tal vez, si hubiera más personas como esa pareja de panderos (que defendió a la joven violada en Palermo), que asumieron que es un asunto que sí les concierne y, tal vez, si nuestra intolerancia social frente a la violencia sexual fuera estricta, podríamos debilitar la argamasa que sostiene las estructuras, quienes sufren la violencia no se sentirían tan solas y la impunidad no sería tan absurda.

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