Annie Dutoit-Argerich lleva puesta una remera de Voltaire –de quien se declara fan– y cita el final de Cándido para explicar la intención con la que actúa cada semana en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín: “Después de ver la derrota del mundo, las guerras, las enfermedades y las muertes absurdas, él dice: ‘Debes cultivar tu jardín’. Yo no puedo cambiar el mundo, pero sí puedo cultivar mi jardín”. La obra que protagoniza fue escrita por Betty Gambartes y Diego Vila, se titula ¿Quién es Clara Wieck? y puede verse de miércoles a domingos a las 19.

Su transición del mundo académico –es licenciada en literatura comparada por la Universidad de Princeton– al universo de la actuación es reciente y, aunque pueda parecer abrupta, Annie encuentra cierta lógica: “Cuando era muy joven me fui de Suiza y del ambiente familiar porque no quería ser parte de eso. Quería tener mi propia vida, mi propia identidad. El peso era bastante fuerte y sentía que debía demostrarme a mí misma que podía hacer otra cosa. Escapé y siempre dije que el escenario no era para mí sino para mis padres”. Sus padres son la pianista Martha Argerich y el director de orquesta Charles Dutoit.

Las conferencias, los papers y la investigación no le atraían demasiado, pero amaba dar clases. Empezó a enseñar para pagar sus estudios y recuerda que la sensación de estar frente a sus alumnos se parecía bastante a la de pararse sobre el escenario. “Era como estar dando un espectáculo, hay algo de llegar al público y transmitir una pasión. Los profesores que más me inspiraron siempre fueron grandes actores”. Annie estaba en Arizona, tenía dos hijos maravillosos, una casa, una buena posición en la universidad, vacaciones y el tiempo libre necesario para volver a Europa. Pero no era feliz. “Estaba en una vida que no era la mía”, confiesa, y asegura que siempre le dio miedo sentirse cómoda.

Ese fue el camino que la trajo a Buenos Aires para ponerse en la piel de Clara Wieck (mejor conocida por su apellido de casada: Schumann), la pianista más importante del siglo XIX. Annie había estudiado teatro de chica pero siempre como algo secundario. Cuando decidió dar el volantazo, empezó a tomar clases cinco veces por semana con una profesora del Actors Studio varada en Phoenix y la actuación terminó convirtiéndose en un refugio.

En sus primeras exploraciones decidió articular texto y música. Recuerda muy bien el día que estrenó L'Histoire du soldat en Suiza: “Mi mamá y mi papá vinieron a verme, ellos están divorciados pero son muy amigos. Es una obra que conocen bien porque el primer disco que grabó mi padre fue con esa obra de Stravinsky. Ese día yo estaba en el escenario y ellos eran espectadores. Fue muy raro el cambio de roles, pero pensé que si podía hacer eso entonces podía hacer cualquier cosa porque ellos son el público más crítico que puedo tener”.

-¿Cuáles fueron los puntos de conexión con Clara?

-Siento que el papel se me impuso, de alguna manera me eligió. Conozco la música de Schumann desde niña no sólo por mi madre sino por el ambiente en el que crecí. Siento mucha afinidad por ese momento de la historia, el mundo alemán siempre me fascinó y como suiza entiendo muy bien ese universo luterano. Y desde el punto de vista autobiográfico, comprendo los conflictos de ser una niña prodigio por lo que le pasó a mi mamá. Aún así, ella y Clara son diferentes en varios aspectos.

Clara Wieck fue una mujer excepcional, pero sus problemas eran los mismos que los de cualquier mujer del siglo XIX y hoy siguen siendo relevantes. “Los hijos imponen una realidad muy diferente para el hombre y para la mujer. En ese sentido, ella me parece un personaje increíble porque tuvo ocho hijos pero nunca quiso quedarse en su casa. Iba a tocar embarazada de seis o siete meses, y era un escándalo para la época. Ella hacía sus conciertos, ganaba más plata que el marido, difundía su obra, y tuvo que sufrir el machismo”. El mundo decimonónico era absolutamente masculino y no había espacio para las mujeres independientes; Annie reconoce los avances pero también encuentra similitudes con el presente: “Por suerte vivimos en un mundo menos machista, pero a mí me interpela ese conflicto entre la maternidad y la profesión”.

-En la obra hay un gran “momento Brahms”. ¿Cómo lo abordaste?

-Clara está en un mundo de hombres. El padre representa la exigencia, Schumann fue el gran amor de su vida aunque terminó cayendo en la locura, pero su relación con Brahms me parece increíble porque es una amistad en la que quizás hubo erotismo -yo digo que sí, obvio- pero al final eso no es tan importante. Él fue un sostén en su vida, una especie de árbol, y ella lo fue para él. Había un respeto mutuo a nivel musical e intelectual, pero en la obra hay algo de ficción porque se destruyó parte de la correspondencia entre los dos.

-Hablás francés, inglés y español, y en la obra hay algunos fragmentos en alemán. ¿Cómo apareció eso?

-Hablo francés primero, inglés después y el español es mi tercer idioma porque lo aprendí tarde. En el colegio estudié alemán, así que lo hablo pero no tan fluido, aunque tengo mejor acento. Mientras ensayábamos, sentía que era raro hacer una obra sobre una mujer alemana en castellano; la mentalidad luterana de Clara está muy vinculada a su idioma. Cuando quiero conectarme con ella, hablo alemán, porque para mí es una forma de estar más cerca de la sensibilidad del personaje. Su mundo como mujer es maravilloso y de mucha riqueza no sólo musical sino también poética.

-Recordabas tu vínculo con el alumnado en las aulas y en esta pieza hay varios momentos de interacción activa con el público.

-Sí, esto se fue desarrollando a lo largo de las funciones. En la primera versión (estábamos por estrenar hace dos años) había mucha menos interacción. Con la pandemia, la obra fue madurando y nos pareció interesante hablarle a ese público que puede ser el espectador, la audiencia de Clara o un público en su cabeza. Sé que hay actores que tienen miedo de hacer eso pero a mí me encanta y cada noche es diferente. La energía cambia mucho según el público.

Wieck, Liszt, Brahms o Paganini eran los rock stars de la época, el gran momento de los performers virtuosos. En la pieza dirigida por Gambartes texto y música se articulan de manera precisa, pero se trata de una articulación vital que habilita el espacio para la creación de lxs intérpretes. Dutoit actúa, Eduardo Delgado toca el piano, los barítonos Víctor Torres y Hernán Iturralde cantan. La actriz explica que hay bastante improvisación y compara lo que ocurre sobre el escenario con las dinámicas de la música de cámara. “Escucho la música y no siempre entro en la misma parte porque Eduardo toca diferente cada vez. La música escrita es como la actuación: cambia de acuerdo al estado de ánimo, si está más melancólico o más alegre. Eso tiene una influencia en mi manera de sentir la música y de poner las palabras. Esta obra no es una máquina sin vida, acá realmente hay un intercambio continuo entre nosotros”.

* ¿Quién es Clara Wieck? va de miércoles a domingos a las 19 en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Las localidades pueden adquirirse en la web del CTBA.