Retratos y fantasmas por todos lados y en todas sus formas. La historia como una obra de teatro y la pintura como ideología que se materializa en pura expresividad, súbdita de un órgano que transmuta en metáfora del saber: Ojo. Así se llama la monumental exposición de la artista argentina Marcia Schvartz donde la acción de mirar se hace sinónimo de alumbrar. Alejada de la creencia esotérica de que hay que cerrar los ojos  para ver, Schvartz propone animarse a mirar todo, aún en el borde de la desesperación aunque siempre bajo el filo de la belleza, para cuestionar y comprender algo de nuestra propia identidad.
La historia argentina, bautizada por Marcia El tren fantasma, es un tren regenteado por la temible Isabelita, quien recibe en la Mesa de entrada, junto con El brujo de López Rega representado como el mismo diablo en los assemblage, pinturas e instalaciones donde se alzan, como altares, pequeñas escenografías, barrocos ataúdes verticales a puertas abiertas, repletos de dorados, cruces, sedas y encajes que en su ambición perversa y desmedida, nos siguen mirando, porque seguimos todos bajo el efecto de sus actos. Y todo lo contaminan, también la cultura se ve manchada por un circo pretencioso: Preparándose para Arteva es el retrato de una mujer absurda, con cara de pájaro asustado, acicalándose con cremas verdes para salir al ruedo. El dinero como valor en sí mismo, en la política y en el arte, como jueza de apariencias. Como en el cuadro La zorra, que rechaza premiar ciertas obras de arte mientras se pinta las uñas de los pies, y sueña con pertenecer a un mundo (¡y qué mundo!)  al que jamás podrá acceder: la monarquía. 

La Lista, 2015, técnica mixta sobre tela.

Marcia nos presenta la ambigüedad de esos discursos (entre el ser y parecer) con una puesta en escena plástica y teatral, en la que los materiales representan cada una de esas miserables ambiciones. Pero también su contracara, o tal vez su consecuencia en cientos de objetos domésticos de la vida diaria argentina: termos, mates, revistas, anteojos, cartón, portarretratos, galletas, espejos de marcos de plástico, celulares berretas y despertadores ochentosos. Y mucho Rivotril.
El cambalache es potente, el kitsch por momentos asoma y entre las huellas de Goya, Berni y Aída Carballo levitan los espíritus del peronismo. Pero en el medio, los retratos de aquellos que sí son lo que aparentan: Marcelita contenta yendo a trabajar con sus borcegos, el tanguero Milonga Patán en musculosa blanca terminando una noche larga, la bailantera con sus jeans a punto de explotar con un fondo van goghtesco, Nelba, una india desnuda que se saca las sandalias sexies después de trabajar con su cuerpo. O La lista, retrato de una mujer de unos treinta años tirada en la cama, agotada, con una lista de cosas para hacer, desde ir al ginecólogo, ir al chino y ocuparse del hijo. Marcia dice: “La gran pregunta es cómo hacer para vivir haciendo lo que uno quiere. Lo doméstico que perturba la existencia, donde la cebolla y el quitaesmalte están primeros en la lista. Pinto la angustia de la vida misma, esas listas diarias de supervivencia, en las que hacemos cuentas para llegar a fin de mes, pagar el alquiler, comprar comida, y los útiles de los chicos para la escuela. Eso, en un conflicto propio de la periferia.”

La Muertita, 1997, cerámica.

La pintura de Marcia interpela, no es un código ajeno a la vida, son los gestos cotidianos en una pintura, retratos con ojos que miran, desde ahí, desde un mundo periférico donde vivir muchas veces es sobrevivir, pero también donde lo impredecible y las técnicas personales nacen y renacen todo el tiempo dándole  gracia, en ese punto justo que la artista llama humor siniestro y que también está presente en su pintura. Como en los chupones de despedida de una pareja en Estación Retiro, amor furioso, besos con lenguas como víboras y caricias que pellizcan con uñas tornasoladas. Las versiones del amor. 
Pero después de los muertos vivos y del oscuro backstage donde la artista retrata el mundo del arte, donde el rezo es doblemente obsceno, por sus intereses y por sus falsos dioses, Schvartz compensa con la pulsión de la naturaleza a través de sus cerámicas esmaltadas repletas de erotismo, sexualidad orgánica, permitiendo ya no la supervivencia, sino la vida. Vaginas como magnolias, dalias, pimpollos, Ofelias, carnosas y comestibles. O la Cala negra, donde la erección de la flor-muerte resulta más que tentadora. Hasta dan ganas de ser esa pequeñita mujer de La muertita, brote de pasto o espiga verde metamorfoseada en sirena, y morir como ella, presa del éxtasis. 
Cerrando la muestra, regalo exquisito de los curadores (Roberto Amigo y Gustavo Marrone) los cuadernos de acuarelas que la artista lleva consigo a los viajes, sutiles bocetos de flores y peces, de aire y agua, acompañando el peso de la tierra, con obras como Flor del valle, Valle Calchaquí, Animaná, piezas secas donde encarna el norte argentino a través de lanas pigmentadas con madera de cactos.
El filósofo Gilles Deleuze pensaba que los artistas crean como viven. Marcia pinta desde una profundidad convulsionada, una fuerza que nace de lo visceral,de todo aquello que mata pero también, de la potencia de lo que está naciendo.
La artista plantea en Ojo un gran interrogante: qué es ser un artista contemporáneo. Pero es una pregunta retórica, porque la misma Schvartz se encarga de responderlo.

Ojo de Marcia Schvartz se puede visitar en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, Olga Cossettini 141, hasta el 22 de enero 2017. Martes a domingo de 12 a 20, entrada $ 80.
Ta contenta Marcelita, 2014, óleo sobre tela.