La economía, eso de lo que todos hablamos, es la disciplina más reacia a los cambios. Es simple: la economía, como la conocemos, es opresora y ominosa porque en el sistema capitalista unos tienen que explotar a otros. Cualquier intento de lograr igualdad será atacado por el “mercado” porque la ganancia, la riqueza, se obtiene en esa desigualdad. Más aún, la economía es androcéntrica.

 Como la corriente neoclásica de pensamiento económico supone que las comparaciones de utilidad entre las personas no se pueden hacer, se asumen las de ellos. Supone también que los gustos son exógenos a los modelos económicos, entonces se observan los masculinos. Y como también se supone que las utilidades son independientes entre sí, no se introduce al análisis la conciencia social para el diseño de las políticas públicas. No sólo es un modelo de separación de las personas unas de otras, un modelo atomista sin un ser humano con influencia social, sino que es diseñado para y por prototipos masculinos.

 La fuerza de los movimientos feministas de los años 1970-1980 no pudo mover a la Ciencia Económica de los anaqueles del patriarcado. Y si bien desde los ‘90 surgió una corriente de economía feminista, los supuestos estructurales de la economía neoclásica no cambiaron. Cuando el comportamiento humano se mueve por cooperación, acuerdos, intercambios, competencia, solidaridad, cohesión social, la economía se mueve sólo por competencia con supuestos machistas.

 Por esto, una mina como vos, sí una mina como vos, es doblemente atacada. “La desigualdad nos priva del talento de los pobres”. Nadie, ni hombres ni mujeres, pondrían en duda eso. Y una mina como vos, sabía que batallar contra esa desigualdad implicaba privarle al “mercado” de esa fuente de renta. No menos cierto es que la desigualdad nos priva del talento de las mujeres, mujeres que no estamos en ninguno de los supuestos de la concepción neoliberal de la economía.

 Cuando nosotras ganamos entre 15 o 35 por ciento menos que los hombres, esa diferencia engrosa la billetera de quien se favorece con las desigualdades. Seguramente sin percibirlo, las mujeres convalidamos los supuestos patriarcales de la estructura del pensamiento económico cuando decidimos “competir” y para eso hasta habíamos adoptado trajes masculinos y hombreras. ¡Hasta a veces corbatas! Pero el modo de combatir esta desigualdad no es entrar a ese anaquel de la biblioteca donde está la economía. Por eso no se tolera a una mujer femenina disputando el poder, porque una mujer femenina con poder lo que en el fondo discute son los supuestos de la teoría económica neoclásica, y con ello todas las fuentes de riqueza que surgen de la explotación de unos sobre otros y otras.

 El anaquel de la Ciencia Económica debería tener una nueva axiología donde la equidad y la alteridad fueran parte de ella, es decir ponerse en el lugar del “otro” alternando la perspectiva propia con la ajena en la búsqueda de igualdad de oportunidades. ¿Será que los actuales funcionarios de la Provincia de Buenos Aires no conocen el significado de la palabra alteridad? ¿O será que no creen en la equidad? Perder premios salariales por inasistencias por maternidad confirma la desigualdad como imposición por parte del Estado. 

 Es posible que no todas las mujeres estén dispuestas a dar la batalla por las desigualdades, pero lo que es seguro, es que es una obligación que este contexto histórico, esta Argentina y este mundo, nos impone como desafío a cada uno de nosotros en el lugar que nos toque ocupar.

* Economista. Ex ministra de Economía de la provincia de Buenos Aires.