El presidente Mauricio Macri aprovechó la salida de Susana Malcorra por razones familiares, si se atiende a la propia explicación de la renunciante, para designar a un diplomático de carrera que dista de ser neutro: en 2002 Jorge Faurie fue vicecanciller de Carlos Ruckauf cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores fue organizado por el entonces secretario de Culto Esteban “Cacho” Caselli.

Anoche Faurie tomó el avión desde Francia, donde Macri lo nombró embajador, rumbo al edificio vidriado de Esmeralda y Arenales donde funciona la Cancillería. Al revés de Malcorra, que quería ser secretaria general de las Naciones Unidas, Faurie no está de paso. El joven diplomático que fue parte del equipo del miembro de Propaganda Dos Federico Barttfeld en la representación en Rumania llegó adonde quería. 

Faurie trepó al escalón supremo con un solo precedente en democracia. Solamente una diplomática de carrera, Susana Ruiz Cerrutti a fines del gobierno de Raúl Alfonsín, llegó a ser ministra.

Lo más cerca que había estado del piso 13 donde tiene su despacho el canciller fue cuando Ruckauf y Caselli lo pusieron como número dos. Caselli, enfrentado con el actual Papa Francisco y en ese momento arzobispo de Buenos Aires, se alineaba con el secretario de Estado vaticano Angelo Sodano, un dignatario de Juan Pablo II. Antes de llegar a la Cancillería en el mandato interino de Duhalde, Caselli había sido embajador de Carlos Menem en la Santa Sede y mano derecha de Ruckauf en la gobernación de la provincia de Buenos Aires. 

“Cuando quieran gobernar ténganlo a Cacho al lado”, recomendaba Ruckauf. “Está en todo.” 

El canciller de Duhalde no solo elevó a Faurie a la vicecancillería. También convocó para que se encargase del sector comercial y financiero a un economista que ya había vuelto desde los Estados Unidos para pilotear la Comisión de Valores, Martín Redrado. Después, en 2005, Néstor Kirchner volvería a premiar a Redrado con la presidencia del Banco Central. 

Pero lo que interesa hoy, más que Redrado, es que con él y Faurie integró el equipo de Ruckauf un funcionario que ahora talla fuerte, el secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia Fulvio Pompeo. Pompeo era subsecretario de Asuntos Institucionales de Ruckauf, un cargo que en el Ministerio de Relaciones Exteriores puede ser utilizado como comodín para desplegar acciones de diplomacia pública o para tejer lazos políticos con gobernadores. Después usaría esa experiencia para desempeñarse como una suerte de canciller de Macri una vez que el actual Presidente resultó electo jefe de Gobierno en 2007. 

Pompeo es Peña directo. Y es Macri. 

Peña es Macri directo. 

Faurie es Macri. 

Cualquiera diría que un canciller traduce siempre al Presidente porque es el Presidente quien marca la dirección de la política exterior. Lo dice la Constitución y lo marca la realidad. Pero en el caso de Faurie, además, esa característica aparece reforzada porque el nuevo ministro nunca fue un teórico ni una referencia en materia de política exterior. No existe una Doctrina Faurie sobre las relaciones con Brasil, con los Estados Unidos o con China. No hay registro, tampoco, de actitudes públicas que lo inhabiliten para ser el canciller de Macri. No fue un opositor al ALCA ni un crítico del golpe de Michel Temer contra Dilma Rousseff. Tampoco mostró simpatía por Nicolás Maduro en Venezuela. En cuanto a Washington, la diferencia de Faurie con Malcorra y con el propio Macri, que de manera llamativamente poco realista apostaron de modo público a Hillary Clinton siendo Presidente y ministra, no augures, es que tuvo la prudencia de no hablar. Si pese a sus declaraciones Malcorra no quedó inhabilitada con Donald Trump y su equipo, menos lo estará Faurie. La Casa Blanca, el Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado están repletos de gente práctica. La administración de Barack Obama festejó la designación de Malcorra porque sabía quién era y hasta qué nivel coincidía con sus intereses globales. No solo por su papel en la ONU: desde antes como directiva de IBM cuando esa empresa era un sinónimo mundial de las siglas EE.UU. La administración de Donald Trump hará lo que hace siempre, es decir que testeará a Faurie a ver si cumple con la política exterior de Macri de relaciones carnales con los Estados Unidos, apertura comercial y financiera, apoyo a Temer, cuestionamiento a Venezuela, carencia de iniciativas propias de diálogo para que los venezolanos salgan de la crisis política y endeudamiento récord con Wall Street.

Caguillería

El hecho de que el ministro que asumirá el 12 de junio sea un profesional y conozca todos los resortes del Ministerio de Relaciones Exteriores puede servirle para el intento de homogeneizar el servicio exterior a su imagen y semejanza. El ya fallecido Lucio García del Solar, embajador de carrera y de corazón radical, impulsor de la resolución 2065 de la ONU que obliga a negociar la recuperación de la soberanía en Malvinas, solía decir, sarcástico: “Esta es la Cancillería y también la Caguillería”. Y agregaba con un brillo en los ojos: “Un lugar peligroso”.

Con fama de trabajador y hábil para moverse en ese sitio complejo, Faurie conoce los peligros. Los sorteó hasta llegar al puesto número uno de la carrera. Al revés de Malcorra, que perteneció antes a otras entidades donde forjó su cultura institucional, como la misma IBM, Telecom o la propia ONU, su reemplazante viene con la experiencia de la propia cofradía a la que sigue perteneciendo. Y si Malcorra no desafió a Macri ni desplegó una diplomacia propia sino que puso su capital al servicio del Gobierno, Faurie podría repetir el mismo ejercicio. Con un añadido: el entusiasmo y la obediencia del que ocupa un puesto con el que muchos sueñan cuando ingresan al Instituto del Servicio Exterior de la Nación pero al que, como se vio, casi nadie llega.

No es que todos los diplomáticos de carrera piensen como él. El prejuicio dice que son todos conservadores, lo que muchas veces sirvió como excusa para no modernizar el servicio exterior. El cuerpo es heterogéneo –con ideas variadas y saberes de distinto tipoa pero la carrera es vertical, lo cual se acentúa por el embudo creciente dado que no todos llegan al rango de embajador y por los premios y castigos representados por ascensos y destinos. 

Faurie tuvo la astucia de aprovechar un cargo que a veces los políticos no comprenden en toda su dimensión: el de jefe de Ceremonial. Suena formal. No lo es. Al margen de estar a cargo de la pompa, el jefe de Ceremonial o Protocolo conoce al detalle la logística y trata con todos los funcionarios, del primero al último. Faurie fue jefe del área en la provincia gobernada por Ruckauf. Antes había alcanzado a ser director Nacional de Ceremonial entre 1998 y 1999. El puesto tiene incumbencia en las actividades que realiza el Presidente. 

Tanta cercanía tuvo Faurie con el círculo íntimo de Menem que terminó formando una sociedad con uno de los secretarios privados, el ex basquetbolista y suboficial de policía Ramón Hernández. El tema de la sociedad Costes figuró en la conferencia de prensa que brindaron ayer Macri y Peña. “Es el diplomático número uno”, lo elogió primero. Y después dio el tema por acabado. La noticia sobre las cuentas de Hernández fue parte de investigaciones realizadas en Suiza. En su momento Faurie se defendió con el argumento de que había omitido incluir en su declaración jurada la sociedad, que se dedicaría a la comida mexicana en el hipódromo de Palermo, porque no había llegado a operar con ella. La salida de la Cancillería y un destino en el exterior lo salvó a tiempo.    

Tras el escandalete de las cuentas secretas logró quedar a salvo. Eligió la embajada dorada para estas eventualidades, la representación en Lisboa, donde también pasó los años del kirchnerismo sin ser fastidiado. 

La embajada argentina en Portugal no tiene un alto perfil político porque la relación bilateral entre la Argentina y ese país no lo tiene. 

“Es una embajada sin aeropuerto”, suele recordar un ex embajador en la hermosa ciudad de Lisboa. Y explica: “No tenés que andar llevando a comer a políticos argentinos que te llegan y no saben qué hacer”. 

Embajadores en Portugal fueron, además de Faurie, Jorge Asís después de ser secretario de Cultura y Juan Bautista Yofre luego de ocupar la jefatura de la Secretaría de Inteligencia. Al final del kirchnerismo Jorge Argüello recaló en Lisboa tras su paso por la ONU y Washington.   

Nacido el 24 de diciembre de 1951, este diplomático de 65 años tiene categoría de embajador extraordinario y plenipotenciario, el rango más alto, desde hace 19 años. Lo alcanzó en 1998. En tiempos de Alfonsín reportó al área de política latinoamericana que condujo primero Raúl Alconada Sempé y después Alberto Ferrari Etcheberry. Con Menem fue uno de los diplomáticos de confianza del vicecanciller de Guido Di Tella, Andrés Cisneros. El otro colaborador de Cisneros que siguió en carrera fue Luis Kreckler, el actual embajador en Alemania. Representante en Brasil de Cristina Fernández de Kirchner, Kreckler llegó a pelear el puesto de canciller en 2015 bajo la hipótesis de que Daniel Scioli ganaría las elecciones. Cuando Scioli perdió, el diplomático movió sus influencias para ser designado como embajador en Alemania. Lo consiguió. 

Faurie fue jefe de Gabinete de Cisneros entre 1997 y 1998 y director del área Mercosur entre 1992 y 1994.

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