Dejemos para el final ciertos elementos de juicio sobre el enorme episodio del jueves pasado, y veamos novedades (o no) en torno del tema poco menos que excluyente para las grandes mayorías.
Ese tema es la inflación.
Tanto es así que apenas si fue relegado, unas horas, por las advertencias del FMI en el documento que acompaña a la aprobación del acuerdo. “Riesgos excepcionalmente altos”. Llamado a “recalibrar” las políticas. Adelanto de la primera revisión del programa (¿qué pretenden revisar cuando sólo habrán transcurrido dos meses del arreglo?). Y pedido de los directores sobre “reformas estructurales que aborden las vulnerabilidades estructurales (sic) de larga data de Argentina”.
Nada que no pudiera preverse, de todas maneras, incluso para quienes han hecho del acuerdo con el Fondo el leitmotiv de sus ánimos políticos, aun a sabiendas de que tal acuerdo no es más que una ilusión consensuada a renegociar infinidad de veces.
El Gobierno notificó una guerra contra la inflación de la que continúa sin haber noticias, si es por medidas concretas que auguren buenos resultados. O medidas concretas simplemente a secas.
Pero sería injusto decir que, esta vez, las autoridades volvieron a manejarse con evasivas.
No: los nombres, o muchos de ellos entre algunos de los más significativos, fueron dichos con todas las letras.
Previo, o gracias a, la guerra ésa que el Presidente vociferó para acabar convocando a un enésimo diálogo ni empezado, formalmente, hubo aumentos de precios de hasta 30 por ciento en productos alimenticios esenciales.
El colega Leandro Renou, en este diario, describió el domingo anterior listas con subas preventivas muy fuertes, siendo que en febrero ya habían mandado nóminas con aumentos igual de impactantes. Farináceos y aceites. Lácteos. Arroz. Gaseosas.
Ese listado lo ratificó y amplió el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, cuando, en su conferencia de prensa, mostró detalles de cómo y a través de quiénes se dieron las remarcaciones preventivas (tratemos de secundarizar la pregunta, básica, en torno de qué otra cosa cabía esperar si el Presidente anticipa cuándo habría de producirse la invasión no producida).
No hay antecedentes de que un funcionario detalle con nombres propios el top 10 de los ataques especulativos infundados, a la par de admitir que el problema es el control pero, también, el margen que cargan los comercios, el autoempleo y la informalidad.
Feletti mencionó a los diez proveedores con mayor grado de incumplimiento y de aumento, respecto de los pactos convenidos.
Nombró a Bodegas Chandon con el 100 por ciento de incumplimiento y 12,1 de aumento de precios; CCU Argentina, 100 de incumplimiento y 12,2 de aumento; Coca-Cola, 81,3 de incumplimiento y 10,9 de subas en los precios; Granix, con 80 de incumplimiento y 11,3 de aumento promedio; Los 5 Hispanos, con 80 y 17; Prodea, 73,9 y 12,4; Quilmes, 72,7 y 18,2; Reckitt Benckiser, 69 y 8,7; Mondelez, 63 y 22; Establecimiento Las Marías, con un incumplimiento del 70,6 y un aumento de 12,1 (en orden aleatorio, y sumadas otras puntualizaciones: yerba mate, productos de limpieza, galletitas, gaseosas, aguas, otras bebidas, bebés y mamás, congelados, golosinas, cereales, su ruta).
Increíblemente, o todo lo contario, el grueso de los medios afines al Gobierno ignoró o relativizó el listado y las maniobras enunciadas.
O peor todavía: el propio Gobierno no se muestra convencido de exponer masivamente aquello de lo que es víctima porque, claro, no hay un liderazgo que tome el mando del convencimiento.
El ministro de Agricultura dice que el campo es la gallina de los huevos de oro y el secretario de Comercio advierte que el oro se lo quedan en el gallinero.
Ni liderazgo en los que gobiernan ni en quienes se amparan en que la lapicera la tienen “los otros”, para solaz y esparcimiento de una oposición bruta y brutal a la que está alcanzándole con el indignómetro.
Hay una paradoja que socialmente no es nada difícil de comprender porque, mientras sigan subiendo los precios de absolutamente todo (con la yapa de la guerra en Ucrania), la sensibilidad y reacción popular son de cajón.
Lo injustificable es la interna del Gobierno que, para insistir sin cansarse, está comprimida a un lado por el consignismo contra el arreglo casi inerte con el FMI y al otro por las indecisiones permanentes.
La economía vuela en recuperación, ya no como solo rebote del gato muerto tras la pandemia. El índice de desempleo es el más bajo desde 2013. La pobreza es un escándalo, pero desde los propios movimientos sociales se reconoce que la atmósfera muy espesa, sobre todo en el conurbano, no es de estallido. Se admite desde la oposición que todos los índices de actividad son para arriba. Etcétera.
Si aterrizara cualquier alienígena, preguntaría por cuánto ganará las elecciones el Gobierno.
Y habría dificultades, inmensas, para explicarle que podría perderlas hasta por goleada.
El listado de especuladores que se hizo público, junto con otros, renueva el tremendo desafío de preguntarse con cuáles fuerzas efectivas podría, el Estado, proceder a siquiera controlarlos.
Quien firma desconoce las respuestas técnicas, pero está seguro de que, primero, debe exhibirse la muestra de fortaleza política capaz de amedrentar a la desestabilización en marcha.
Necesariamente, ahora sí, el cierre de estas líneas debe corresponderse con el acto impresionante por el 24 de marzo.
El adjetivo debiera quedar por encima de toda otra consideración.
Hubo, en demasía, que los análisis y las declaraciones especulativas se impusieron, mediáticamente, a la emoción genuina. A la movilización conmovedora. Al hecho de que esas multitudes, vengan de donde vinieren, son la reserva a todas luces insuficiente pero indispensable para que las fuerzas de derecha no se sientan en anchas completas.
Sin embargo, en honor a la verdad, no cabe echarle toda la culpa a las operetas y manipulaciones obvias de los medios tradicionales dominantes (que si continúan dominantes es porque enfrente no se les compite con la altura requerida, además de que en primerísimo término hay un clima social adverso al Gobierno porque la inflación está comiéndoselo).
Entonces: que si La Cámpora puso toda la carne al asador con el propósito prioritario de cotejarle fuerzas al albertismo.
Que si las manifestaciones de algunos de sus referentes perdieron de vista el sentido principal del 24M.
Que si fue más la marcha del peronismo del conurbano bonaerense, porque le sumó a La Cámpora el aparato de los intendentes que apuestan a doble vía: sí al arreglo con el Fondo porque de lo contrario saltaba todo por el aire, pero por las dudas van estas fichas al disgusto.
Que si la inmensa cantidad de gente suelta no quedó acaso subsumida en la lógica de confrontación del FdT.
Pero, ¿qué pasa como para que, en lugar o antes de sentir el orgullo argentino interminable por un recordatorio activo único en el mundo, se ande a codazos y patadas discutiendo propiedades sobre el pasado; inmovilizándose en el presente sin el diseño de algún modelo que sepa disputar la producción y los precios de bienes y servicios; e inmóvil también para construir unas expectativas de futuro -una, aunque fuere- que sea realizable para distribuir mejor la riqueza?
Hace 46 años, que en dimensión histórica puede tomarse tranquilamente como un lapso insignificante, se iniciaba el más siniestro de los horrores argentinos.
Quizás, ya se dijo lo necesario y, si hubiera alguna duda, siempre basta con recurrir a Walsh en su carta abierta a la Junta.
Si hay un todo sobre el Golpe, está ahí.
García Márquez fue quien más se acercó a sintetizar la monumentalidad de ese texto, al definirlo como la obra cumbre del periodismo universal.
En estos momentos, cuando está a la vista un quiebre tal vez sin retorno en la coalición gobernante, debería recordarse que el Golpe fue fundado por la necesidad de un modelo de exclusión social continuado por menemato y macrismo.
Y que tendría que ser mentira estar discutiendo como si no estuviera claro, aunque sea, nada más que eso: quiénes son los enemigos y cuáles las alianzas tácticas impostergables.
La memoria imprescindible no se lo merece.
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