Me encontré esta mañana teniendo una conversación conmigo. Me decía que estaba volviendo a Malvinas cuando creía que me había ido de allí. Pero cuando tantas veces escuché decir “volver a Malvinas”, se trataba en general de referencias relativas a ex combatientes o familiares de caídos. Sus experiencias habían estado corporalmente atravesadas por ese espacio geográfico simbólicamente denso para lxs argentinxs. Territorio reclamado como nacional, que después de la derrota hospeda a nuestros muertos. O a la inversa, según el entendimiento de muchos cognados de la bandera, muertos nacionales que hospedan a la patria.

Y yo nunca he viajado a las Islas Malvinas, ni visitado el cementerio. ¿Cómo volver a un lugar en el cual nunca se estuvo? ¿Se puede regresar a un sitio que se visitó solo con las ideas y las palabras? Siguiendo la conversación, me dije: “Después de todo, dice John Berger que el poeta se aproxima al lenguaje como si fuese un lugar, un punto de encuentro”. Pero eso me hizo ir más allá del lenguaje. Recordé mi trabajo etnográfico sobre la experiencia de guerra, y que al igual que las charlas en ambientes académicos y mundanos, (y que la conexión con los símbolos y su interpretación) me habían hecho sentir corporalmente afectada.

Recordé lo que lxs antropólogxs reflexionamos sobre la forma en que la experiencia etnográfica te atraviesa y te recrea. De qué manera entramos al campo ligeramente, como levitando, y salimos de él cargando conocimientos ajenos que reafirman nuestros pasos para poder volver. O, por el contrario, entramos al campo casi arrastrándonos, por el peso de las estructuras, y salimos ligerxs como plumas, cuando las dejamos atrás. Entendí entonces que no había ido a Malvinas solo con las palabras. Que el lenguaje había sido un punto de encuentro más, en mi viaje multisituado. Me había desplazado también, a través de la experiencia del otro, y a través de lo que la experiencia del otro estaba transformando en mí. Experiencia/Performances/Reflexividad: prácticas fundantes detrás de las palabras.

Entonces luego, en esa conversación conmigo, reafirmé que estaba volviendo a Malvinas. Me lo dije porque creí que había dejado a ese tema/símbolo/lugar en la Argentina Continental, cuando vine a Santiago de Chile a reflexionar sobre otros muertos. Pensé que dejaba a Malvinas junto a los libros que quedaron en la biblioteca que no había podido mudar. Pero los temas – recordé-, al igual que los símbolos, no se toman ni se dejan (fue la poesía quien me lo enseñó la primera vez). Vienen cuando quieren y cuando quieren se van. Estaba volviendo a Malvinas sin buscarlo. Cuando pensé que cambiarme a Chile implicaría desplazar mi centro de atención, volví sobre mis ideas, los campos minados, las líneas del mar sobre la vida. Lo que fueron encuentros personales, charlas académicas o pedidos de informes, actuaron como ejes disparadores para conectar una memoria corporal que pensé desarraigada.

Volví a Malvinas, dije, cuando desperté por la mañana. Había sentido la sombra del cuerpo exhumado cubriéndome de los rayos en el cementerio. Y había sentido que la oscilación de esa sombra sacudida por el viento reafirmaba su pausa cuando se pronunciaba un nombre.

Malvinas: salgo del diálogo conmigo misma, para interpelarte. Símbolo y lugar de todas las voces, hoy me levanto para habitarte otra vez. Casi que siento el frío seco sobre la piel. Casi que tengo húmedos los dedos del pie, por la turba reclamada.

Malvinas: un poco lejos estoy de donde te acuné esa vez como quien “levanta al recién nacido para conocer la luz”. Pero nunca alejada estoy, Malvinas, de las geografías sociales.  

*Antropóloga (UBA). Investigadora del Conicet/Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM)