Figuras centrales para el mambo de las cartas intercambiables de Magic: The Gathering, los planeswalkers o caminantes de planos son héroes soberbios con la habilidad de pendular entre unas y otras coordenadas del multiverso, rompiendo todo cartesianismo posible. Montajes como el de la Comic-Con habilitan a jugar un poco a la del planeswalker y visitar la ciudad de los mil planetas, apichonarse en Winterfell, oler el chicle de Harley Quinn o repoblar la Desolación de Smaug.

La mano es que cuando uno va a una casa de artículos deportivos no es por berretín de futbolista sino por una necesidad, igualmente discutible (la de una remera específica para jugar a la pelota, por caso), pero más o menos básica al fin. Esos vendrían a ser los que andan por Costa Salguero pero no por el cosplay: en un lugar de su intimidad, aquel Thor postrero de aquella esquina realmente siente el balanceo del peso de su maza de telgopor y témpera. Y esos otros dos cogen con esa ropa, seguro.

Mientras eso, uno quería pegar un booster de Amonkhet y lo despegaban al toque: 100 pesos era el precio promocional; 110 sale en locales del palo, a una estación de tren, ¡y sin que te cobren entrada! ¿Los DVD de Ranma ½? La misma. Después, 80 mangos un choripán, una cosa de locos. ¡Aguantá-Con!

Bueno, hagamos alguna. Vamos allá: local, local, local, local, patio de comidas, local, exposición. Es el Recoleta Mall de los colores plenos, ¡con la pochoclera de la cadena de cines y todo! ¿Cuál hay? La misma que en los malls: “Uh, necesito ítems de cuatro categorías distintas: ropa interior, electrónica, un libro y un difusor de aromatizante de coco y leche de almendras, ¡al shopping!”, y a los cinco minutos es una paja. Entonces quiero “algo de Magic”, “algo de Rick y Morty”, “algo de Star Wars”, “algo de cuando el gordo de Game of Thrones escribía sci-fi, ¡a la Comic-Con!”. Y ojo, viejis, porque con ésa nos terminó dando lo mismo probar un juego de realidad virtual, sacarnos una foto en una escena de una serie que no vamos a ver o comprarnos unas medias de Dennis Rodman.

Hace rato que se viene tributando indescifrablemente a la cultura pop y, aunque en un punto es un poco la mesa de saldos cultural de la globalización, entre best-sellers y bizarreadas, aún no se la ha definido mucho. Bueno, la cultura pop quizás sea esos anteojos que nos ponemos al entrar a planos como el de la Comic-Con y que, al mismo tiempo que nos agigantan el flash, también nos distraen de estar de shopping.