“Es una historia notable ver como llegaban a la ESMA muchos pibes del norte”, comienza su reflexión Juan Terranova, coordinador del área de investigación y archivo oral del Museo Malvinas en la Ciudad de Buenos Aires. Es que la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) funcionaba como centro de captación para muchos jóvenes, sobre todo de las provincias, que se interesaban por entrar en diferentes fuerzas.

Terranova, estudioso de la historia naval, viró su carrera de lleno a la investigación sobre Malvinas: “Entré en el museo en 2015 y ahí con fuerza me dí cuenta que Malvinas no es solo las dos islas, Soledad y Gran Malvina. Las Malvinas para la Argentina es toda una causa que va hasta las Georgias, Sandwich del Sur, donde también se incluye nuestra soberanía marina... no es solo ese logo que vemos, es toda una región”.

La contextualización da marco general a una causa nacional llena de matices, interpretaciones, pujas políticas y de sentido, inmersas en un irracional conflicto desatado por el último gobierno militar con la intención de sostener su permanencia en el poder.

Llegar a la Fuerza

Don Luis Lara es nacido en Orán, ciudad ubicada en el norte de la provincia de Salta. Con firme voz relata su llegada a la Marina: “Es una historia difícil de contar en pocas palabras. Yo nací, me crié y estudié en Orán, y un año antes de entrar a la Marina fui a vivir a Salta Capital. Ahí surgió la idea de incorporarme. Tenía 15 años cuando me inscribí para ingresar y con 16 recién cumplidos llegué a la Escuela. Ahí la formación es dura, jornada completa y un sistema que en ese momento era de 3 años, un año en la escuela, un año embarcado, y después completábamos la formación saliendo destinados a prestar servicio. En 3 años estábamos aptos para desempeñarnos”.

Luis Lara, segundo de izquierda a derecha, junto a compañeros del  ARA Bahía Paraiso. 

La incorporación masiva de soldados para las fuerzas obedeció a un proyecto puntual del gobierno de facto: “Empieza a haber en la televisión una gran presencia de las fuerzas, sobre todo de la Armada y del Ejército. Había una publicidad, que todos recuerdan, que la Armada incorporaba gente. Ahora parece algo muy lejano, pero lo que prometían era bastante interesante ya que se posibilitaba una movilidad social, acceso a educación, manutención y otras cuestiones que en el NOA históricamente están restringidas. Había comida todos los días, les daban ropa, terminaban la secundaria y un oficio. Todo esto era acceder a un montón de cosas que el Estado en sus pueblos no les garantizaba”, comenta Terranova.

De muchas provincias llegaban a incorporarse a las diferentes fuerzas, sobre todo de lugares alejados de los centros urbanos, donde las posibilidades laborales eran escasas. Las distintas fuerzas tenían un plan de reclutamiento bien estudiado, tal como lo describe el investigador: “Había sedes de la Armada en el NOA donde rápidamente te mandaban a destino, en colectivo o en tren, a Puerto Belgrano o a Buenos Aires, estaba muy aceitado el sistema. Tal es así que antes de la guerra, en la Antártida y demás lugares cercanos, la música que se escuchaba era folclore de las provincias, del norte, era la música de la Argentina en los buques”.

“El desarraigo es una etapa difícil, uno se aleja de su provincia. Yo en Orán vivía feliz y contento... ir a Buenos Aires era diferente, había que cumplir con toda la rigurosidad de la formación de este tipo para tripular un buque. En principio lo que más extrañaba era la comida, la empanadas y las humitas”, comenta Luis Lara entre risas recordando aquellas pequeñas cosas que hacen al ser humano en la lejanía de su terruño. “Para mí fue un cambio muy grande. De Salta a estar embarcado durante 45 días en muy poco tiempo, es una tarea dura”.

“Los aspirantes iban a la ESMA, no hacía falta tener el secundario completo, ahí mismo podían hacerlo si querían. Eran años de estudio intenso con instrucción militar y especialidades que eran muy requeridas: electricidad, electrónica y cocina entre otras”, describe el escritor e historiador Juan Terranova, al tiempo que subraya: “Rápidamente salían a navegar y en el tercer año ya lo hacían trabajando en un buque. Si hacemos la cuenta, hasta el 78 la represión en el país era muy fuerte, pero después del 78, el gobierno militar se encauza en el proyecto militar. Es ahí donde empiezan a entrar estos jóvenes que luego de 3 años, llegamos casi al 82”.

Una guerra que aparece por sorpresa

Los relatos de una gran mayoría de conscriptos y jóvenes integrantes de diferentes fuerzas coinciden en que el conflicto bélico aparece de manera intempestiva. Nadie lo imaginó, nadie lo sospechó.

“Nosotros no sabíamos nada del conflicto porque estábamos concentrados en hacer la campaña antártica, ese era el objetivo del buque en el que yo participaba. Lo que sucedió después lo desconozco, porque nosotros hacíamos etapas de 20 días, entrábamos a Ushuaia, reaprovisionábamos y volvíamos. Y en la última navegación fuimos a hacer tareas a las Islas Orcadas y nos llegó la orden de ir a las Islas Georgias del Sur. Eso fue a mediados de marzo, hasta que el día 2 de abril que es cuando sorpresivamente, como todos los argentinos, nos enteramos de la noticia de la recuperación de las Islas Malvinas. Al día a siguiente tuvimos que desembarcar nosotros”, relata el veterano Luis Lara.

“Hubo muchos del NOA que conocieron el buque, el mar y la guerra al mismo tiempo. En muy poco tiempo pasan de las montañas a la Antártida y a la guerra. Es muy sorprendente el recorrido”, dice Terranova describiendo el difícil trayecto de vida en un corto lapso. “Yo entiendo que no los sorprendió la guerra, esto era una posibilidad. Es cierto que había un grado de sorpresa como diciendo ‘mirá donde estoy metido’ pero rápidamente tocaban pito y había que sacar a la gente del agua, rescatar a los del Belgrano, llevar víveres, curar a la gente, se trabajaba todo el tiempo”.

Juan Terranova en el Museo Malvinas conversando con un veterano del ARA Bahía Paraiso. 

La tarea los apremiaba y ocupaba su tiempo al máximo, sin embargo, la guerra apareció con todo su brutalidad de un momento a otro ante sus ojos: “Los días posteriores al desembarco fueron muy difíciles. Ahí tuvimos tres bajas y heridos. Las bajas me las acuerdo de memoria porque esas cosas a uno le quedan grabadas a fuego. Fueron los conscriptos: Águila, Almonacid y el cabo primero Guanca, que era oriundo de Cerillos, provincia de Salta. Fue un día muy intenso”, comenta Lara sensibilizado por el recuerdo. 

“Ahí empieza otra historia del buque, porque se convierte en buque hospital y la primera tarea que tenemos fue participar del rescate de los náufragos del Belgrano. Aquello fue una tarea enorme, con unas condiciones del mar muy difíciles. Se hizo todo lo humanamente posible... a muchos alcanzamos a encontrarlos con vida y otros desgraciadamente no. Ahí empezamos a tomar conciencia de que la situación era muy complicada”.

La adrenalina del momento, la tarea de salvar vidas, y su propia vida, no dejaba lugar para pensar sobre la situación en la que Argentina se encontraba inmersa en el conflicto. Sin embargo, la realidad aparece frontal ante sus ojos: “Cuando la guerra terminó nosotros permanecimos en la zona, hicimos dos viajes al continente. Era una situación muy difícil por el desenlace. En el momento del traslado de regreso, a lo mejor hay pocas palabras, porque no hay palabras para explicar lo obvio, ni para hacer preguntas. Entonces uno opera, trabaja, al lado de otro haciendo lo que haya que hacer para salvar todo lo que se pueda, cuidar al ser humano, eso es lo que nos tocó en la parte final que fue la parte más amarga”, rememora Lara y agrega que “es una sensación difícil de describir porque uno tiene contradicciones. Uno sabía que volvía al continente, que iba a volver a encontrarse con familiares, con seres queridos, pero en muchos casos sabíamos que no iban a regresar... Y acá llegamos, a enfrentar lo que había que enfrentar y a tratar de volver a ver la vida como era antes, que no era la misma que cuando nos fuimos. Uno la ve de otra forma”.

Volver

El regreso se presentaba como algo indescifrable. Aquellos soldados que durante casi tres meses estuvieron lejos del continente, de sus familias, e inclusive lejos de la realidad que vivía el país en relación al conflicto, se vieron obligados a regresar luego de haber dejado parte de su vida en las islas. El país los esperaba con un recibimiento que nadie previó ni se imaginó.

“Para mí lo que más los endurece es la posguerra. Porque ellos se van de una Argentina y cuando vuelven de la guerra, llegan a otra. Vuelven a un país que está en proceso de democratización, donde los militares comienzan a ser los culpables, y a ellos les suceden cosas como ir por la calle de uniforme y que los insulten, incluso algunos recibieron heridas importantes porque en la calle los hostigaban. Esto se llamó la 'desmalvinización' en la década del '80 y los afectó mucho. Ahí se ve más la herida que en la guerra”, indica el investigador del Museo Malvinas.

En tanto Lara agrega: “Durante muchos años no pude ni siquiera hablar el tema. Es más, si hubiera podido hacer algo para olvidarme de todo, lo hubiera hecho. Pasaron muchos años, fue un tema muy difícil. Después con las reuniones que hemos empezado a hacer, que nos juntamos y contamos historias, a veces siempre las mismas, nos hace bien. Inclusive recuerdo el acto que se hizo por el bicentenario en Buenos Aires. Yo estaba presenciando el desfile en la avenida 9 de Julio y anunciaron que pasaría un grupo de veteranos. Y ahí escuché una explosión de aplausos de todos los presentes, por primera vez sentí una reacción colectiva así”.

“Al mismo tiempo que no son solamente esas dos islas, se dice ‘los 40 años de Malvinas’ y son 40 años del conflicto bélico del Atlántico Sur. Pero la historia de la región es una historia más vieja incluso que nuestra nación. La guerra es un episodio trágico que nos marca mucho como argentinos, pero es un episodio dentro de una serie de cuestiones históricas”, comenta Terranova.

Como corolario de la complejidad que aún hoy presenta pensar Malvinas, tanto en el mencionado desconocimiento del mismo territorio, como por la imposibilidad de poner sobre la mesa lo sucedido en 1982, Juan Terranova analiza: “Lo que más me sorprende es la cercanía en un montón de cuestiones populares como causa, y la lejanía en los centros de estudios. Yo estudié en la UBA y ahí no entra Malvinas como problema, como discusión. Está en el fútbol, en la calle, en las calcomanías de los autos, ahí está muy presente, hablás con cualquiera y es un reflejo muy rápido, los muchachos de la guerra, pero al mismo tiempo hay una falta de interés de los intelectuales. Eso me llama mucho la atención. En los gobiernos nacionales, provinciales, municipales está presente el 2 de abril, pero en las casas de estudio no se analiza. No es menor tener una parte de la soberanía vulnerada, tener los recursos limitados porque alguien se metió en tu casa”.

A 40 años del conflicto de Malvinas, Argentina aún intenta aunar un sentido común que contenga el reclamo, el análisis político, la condena al gobierno de facto y, sobre todo, el abrazo fraternal, en muchos casos postergados, a aquellos pibes que no tuvieron opción de enfrentar el destino que impone la irracionalidad de la guerra.