“Los recuerdos que yo tengo/me lastiman/ enterita todo el cuerpo”, dice una de las más destacadas compositoras de la Salta actual en su “Huaynito del olvido”. Allí, el alma se le hace agüita, a pesar del carnaval.

Sin embargo, las remembranzas no siempre son penosas, o al menos eso se ve en la película de Susana Moreira, “Sara Mamani, el nombre resiste”. El documental, que se estrenará este jueves 14 en Buenos Aires y que llegará el 4 de mayo a los cines salteños, hace foco en la artista y toma las añoranzas como piedras preciosas, o como migas de pan que marcan un itinerario repleto de coherencia personal y artística.

Entonces, en su ciudad natal, Sara recorre postales de infancia, de adolescencia, y sus inicios en el arte de la mano del Cuchi Leguizamón. Luego, Buenos Aires, donde reside, es la geografía dispuesta para revisar su carrera, sus influencias, los escenarios compartidos, su militancia incansable por la paz y los derechos humanos.

Finalmente, Tilcara, las comadres, la harina y la copla, volver al carnaval, esta vez para celebrar, la huella propia, la militancia feminista, el camino que vendrá.

Moreira elige tres paisajes fundamentales para contar la historia de una mujer que ha dicho mucho y que aún tiene muchas palabras pendientes. Así, la realizadora expresa: “Sara es una persona que ama y recuerda siempre sus orígenes. Por lo tanto, es lo que he tratado de reflejar y transmitir, la sonoridad que ella siente y vive en cada una de sus canciones”.

En ese contexto, a pocos días de su desembarco en la pantalla grande, reconstruimos la trastienda de un film que revaloriza a la hacedora de “Warmi”, “Re-Vivir” y “Trazos”, entre otros. La redimensiona, en un acto de justicia poética y resume en su figura la lucha de todos aquellos que crean y resisten.

-¿Cómo recibiste la propuesta de Susana Moreira para retratar parte de tu vida y arte en un documental?

-La propuesta llegó desde Miguel Mirra que vino hasta mi casa, antes de la pandemia, me dijo la idea, que me sorprendió mucho, no había imaginado esa posibilidad en mi vida. Acepté de inmediato porque conozco a Susana ya que hemos trabajado en el Servicio Paz y Justicia, en mi caso por 21 años, y a Miguel, por sus trabajos también en este ámbito de los documentales.

Había tenido un acercamiento a estas lides del cine con Miguel porque años atrás quería hacer una película y yo iba a ser una de las protagonistas. Más lejos todavía de sueños, deseos, aspiraciones. Ese proyecto no se concretó. Ambas posibilidades son muy distintas, pero iguales de “imposibles” para mí. Al fin y al cabo, llego a esta instancia que sigo tratando de comprender y aceptar, acaso por mi mundo emocional… por así decir.

-En la obra aparece la Sara pública, pero también la de puertas adentro, de reuniones con amigos, en la casa de tu madre, en Jujuy junto a un grupo de copleras ¿Tuviste algo que ver en el itinerario?

-No. El itinerario fue propuesto desde la producción. Salta y Jujuy me parecen los lugares del origen, es una región que me identifica, me da todo lo que soy y también Buenos Aires, ciudad que adopto y hago parte de mí. Muchas veces me sentí con un pie en el norte y otro en el sur. Aprendí a sentir la contracción y que no me pese. Yo elegí venir a Buenos Aires y quedarme.

Con un costo afectivo y material, pero contando con una amplia solidaridad en los ámbitos en que me moví. La nostalgia alimentó creaciones musicales, templó mi vida.

En eso juega un papel central la amistad. En Salta por mis comienzos, de guitarreadas, de proyectos, por las situaciones políticas vividas, por mis estudios de Filosofía en la Universidad Nacional de Salta. En Jujuy, por el carnaval, las coplas.

-En ese sentido, ¿necesitabas compartir cierta intimidad con quienes siguen tus pasos?

-Sí, compartir con los amigos de Salta esta llegada a un punto, el documental, que acaso esa compañía ayudó en su momento a que luego se concretara, tras años de andar con la guitarra a cuestas. Es una “intimidad” que luego se trasladó a Buenos Aires, de esa manera, la fiesta, el encuentro, los vinos.

Siempre sentí “tristeza” o melancolía cuando una fiesta se termina. Acá tuvimos fiestas de dos días seguidos, festejando a la Pachamama, por ejemplo. Celebrando con empanadas, locro. Es parte de mí el hecho de celebrar.

-En parte del film hablás de la discriminación que sufrías de niña "por negrita", de una autoaceptación de tus raíces, de la Pacha ¿ese re-conocerte modificó o amplió tu percepción del mundo, tus creaciones?

-Toda esa discriminación me modificó. Tener conciencia, reflexionar. Pero no fue de un día para el otro. Me encontré no hace muchos años recibiendo una distinción del Colegio de Abogados de CABA y cuando me tocó decir una palabras, recordé el incidente en la escuela primaria, porque era la síntesis del por qué yo estaba recibiendo esa distinción de “Mujer destacada por su aporte a una sociedad más igualitaria”.

-Al referirte a una enfermedad afirmás que tu fragilidad fue también tu fortaleza ¿te considerás entonces una resiliente?

-Cuando la salud se ve afectada, hay un aprendizaje que surge, más tarde o más temprano. A veces no hay opción. He cultivado una fortaleza que me enseñó mi mamá. Ella es muy fuerte. Y me tocó hacer de mi fragilidad un punto de apoyo. A veces pienso que, si hubiera otra vida, elegiría ser cirujana.

-Mencionás también cómo, en la adultez, dimensionaste tus clases con el Cuchi, la importancia de Jaime Torres en tu interés por el charango ¿qué sembraron esos grandes maestros norteños en vos, cómo los recordás?

-Al Cuchi lo recuerdo como un maestro cultural, me introdujo en universos que no estaban a mi alcance. Me hizo escuchar a una contralto, Marian Anderson, afroamericana, para mi asombro y goce, aunque no comprendiera todo. Tantas cosas. Y sus propias creaciones, a las que vuelvo siempre.

A Jaime, también un maestro, lo recuerdo por la posibilidad de entender lo andino como algo casi universal, en especial tengo en la memoria cuando tocó con Paco de Lucía. Dos mundos, un mundo. Y su presencia en los primeros carnavales que pasé en Humahuaca. Su poncho, su pelo largo y encabezando la comparsa de los Solteros. Un símbolo imborrable. Y su charango. Qué instrumento. Mis comienzos en el charango son por su imagen.

-Tu primer grupo fue un trío femenino, siempre compartiste escenario con otras músicas en tus proyectos ¿cómo vivías el feminismo antes y cómo lo entendés ahora?

-Sí, he tenido formaciones de mujeres, en mi banda, como se dice. El feminismo fue y es el modo de entender la realidad desde el lugar de las mujeres, aportando para un mundo mejor, no me cabe duda. Tiempo atrás estaba latente, hoy es manifiesto. Hay muchas referentes en este camino y mucho que hacer cada día.

-El cuidado de las melodías y de las letras en tus composiciones también se evidencia en la película ¿cómo describís tus procesos creativos?

-Es una pregunta que tiene varias respuestas. Una sería, en lo personal, períodos de estar atenta y sensible a lo que me rodea, a mis recuerdos y vivencias. Porque la vida cotidiana no es de creación permanente. Y otra respuesta es el trabajo directo a un tema del que hablar. Por ejemplo, hace pocos días me han enviado una música para poner letra. No me sugieren motivo para describir, ahí tengo libertad para expresarme, pero tengo una medida de la música. Hacer coincidir ambas, letra y música, es trabajo, borradores, hasta encontrar la justeza y además conversar con el compositor. Me gusta mucho este modo también.

-El film cuenta con testimonios de Adolfo Pérez Esquivel y de Nora Cortiñas…

-Sí. Respeto a ambos y los considero ejemplos de vida. Y también tengo una amistad. Es algo valioso para mí. Aprendo de ellos cada día. De Adolfo también valoro su costado artístico, es plástico, escultor. Hay murales de su autoría en muchos lugares del mundo y recuerdo el de la Iglesia Santa Cruz aquí en CABA. De Norita atesoro su humor, poder reírme con ella.

Sara Mamani junto a Nora Cortiñas y Beverly Keene.

-En el documental no emergen tus poemarios…

-El documental se cierra antes de mis poemarios, que nacen en pandemia, uno tras de otro, como catarsis, como una manera de resistir, de sobrevivir. Y es otra etapa de mi vida la de escribir poesía. Es un intento que necesita aprendizaje, que me permite comunicarme de otra manera que también soy yo. He leído siempre poesía, los clásicos, y paulatinamente a las nuevas creaciones. Ya hice dos discos con musicalizaciones propias de Alberti, Lorca, Castilla, y de poetas contemporáneos, amigos. La poesía es una manera de decir la vida, que me convoca. La búsqueda de la belleza, el infinito, o todo lo contrario. Me nace escribir en este tiempo.