Con proyecciones presenciales en las sedes del centro porteño y, salvo excepciones (que las hay, las hay), funciones online en la plataforma Vivamos Cultura, la Competencia Oficial Internacional del 23° Bafici avanza varios casilleros y suma dos nuevos largometrajes a la oferta, además de un nutrido puñado de cortos. La sección ofreció un film boliviano que viene de recorrer con gran éxito de crítica festivales como el de Venecia, San Sebastián y Viena, y otro chileno, que debutó hace escasos meses en el encuentro cinematográfico de Rotterdam. Entre los cortometrajes, se destaca la presencia de títulos producidos en España, Hungría, Argentina, Lituania y el Reino Unido, muy diversos entre sí pero con un elemento aglutinante que parece haber sido el norte rector a la hora de reunirlos en un único programa: el formato de exhibición es el clásico y casi cuadrado 1.37, con la única singularidad de Techno Mama, relato lituano que fue filmado siguiendo las normas de la posición vertical de un teléfono celular.

El gran movimiento, segundo largometraje del boliviano Kiro Russo, es una coproducción entre el país de origen del joven realizador, Francia, Catar y Suiza, nueva demostración, por si hacía falta, de la necesidad del cine independiente de buscar aportes estatales y privados aquí, allá y acullá. En algún punto, se trata de una secuela de su película previa, Viejo calavera, exhibida en esta misma sección competitiva hace cinco años, aunque en este caso el término poco y nada tiene que ver con su uso habitual, ligado a franquicias, multiversos y otras yerbas. En el film de 2017, Elder Mamani (actor y personaje) enfrentaba las dificultades cotidianas de trabajar en una mina de estaño subterránea en la región de Oruro, un relato que cruzaba las influencias de Tarkovsky y Pedro Costa para construir un híbrido entre ficción y documental de gran potencia narrativa y estética. El gran movimiento reencuentra a Elmer y a dos de sus colegas tiempo después del cierre de la mina, recién llegados a La Paz luego de una extensa caminata y siempre en busca de algún trabajo. A diferencia de Viejo calavera, rodada en un soporte digital prístino, el nuevo trabajo de Russo regala imágenes filmadas en 16mm, cuyo grano y colores imposibles de imitar en HD le aportan a la historia una cualidad única, por momentos alucinógena.

Es lo que ocurre en el comienzo de la proyección: mientras los planos de la populosa ciudad, tomadas desde la distancia con lentes de teleobjetivo, se suceden, la música y los sonidos recubren todo de tonalidades extrañadas, casi fantásticas. Elmer y su búsqueda de una changa en la gran urbe, condicionada por una dolencia física que podría ser simple apunamiento, exceso de estrés o algo más grave, se entrelaza con la de otro personaje, un linyera que vive en las afueras, al aire libre, y de quien se dice que tiene cualidades de chamán. La de Kiro Russo es una apuesta arriesgada, que pasa de un segmento observacional duro a un número musical de aires ochentosos protagonizado por cholas en las calles paceñas. Los conflictos y angustias personales van de la mano con las cuestiones sociales, y el concepto de “sinfonía citadina”, que se asomaba durante los primeros minutos de proyección, vuelve sobre el final con fuerza, homenajeando al clásico de Dziga Vertov El hombre de la cámara. No sólo gracias a algunos “trucos” de montaje sino literalmente, a partir de una reversión de la estupenda banda sonora para ese film compuesta por la Alloy Orchestra en los años 90. A pesar de que esto recién empieza, puede anticiparse que El gran movimiento será uno de los puntos más altos de la Competencia Internacional baficesca.

Sin abandonar Latinoamérica, la sección ofreció también el segundo esfuerzo como realizador del chileno Roberto Doveris, un ensayo generacional sobre jóvenes que acaban de estrenar la tercera década de vida. La zona donde transcurre la historia es la comuna de Ñuñoa, una de las más pudientes de Santiago de Chile, pero Pablo no está pasando precisamente por un buen momento económico. Sus deseos de vivir de la actuación en el cine tienen un correlato en la realidad muy distinto: el muchacho se gana el pan haciendo las veces de paciente para estudiantes de medicina o participando en un grupo de autoayuda con fuertes dosis de psicoterapia de grupo. Proyecto fantasma lo encuentra justo cuando su roomie (el término utilizado por los personajes, entre decenas de “cachai” y “bacán”) lo abandona, dejándolo con dos meses de deudas y, como si eso fuera poco, un espectro que se resiste a abandonar el departamento. El fantasma es juguetón y los poltergeist no tardan en hacer de las suyas: caída y rotura de objetos, movimientos y ruidos extraños y, guiño al clásico El ente, una escena de sexo sobrenatural, aunque en este caso nada violenta.

Proyecto fantasma, del chileno Roberto Doveris

En lugar de apuntalar el elemento sobrenatural con efectos especiales al uso, el director de Las plantas recurre a la animación superpuesta a los planos tomados de la realidad, eliminando de cuajo la posibilidad de que su película pueda ser leída como un relato de terror (nada más alejado de las intenciones). En sus mejores momentos, Proyecto fantasma describe a un personaje en una encrucijada de la vida, cuando la adultez ya no tiene marcha atrás y las posibilidades a futuro comienzan a achicarse. Ergo, la angustia, que las reuniones con amigos, amigas y amigues y la posibilidad de nuevos pololeos no logran aplacar. En otras instancias, el tono de comedia indie se acerca al terreno de la sitcom, aunque sin perder del todo la ternura, en uno de los títulos más ligeros presentados hasta ahora en la principal sección oficial.

De las cinco obras breves que se están exhibiendo por estos días, se destaca After a Room, de la suizo-holandesa nacida en Costa Rica Naomi Pacifique, un retrato en primera persona sobre la intimidad, el sexo, los afectos y los vínculos familiares, y Fe, de la española Maider Fernández Iriarte (Las letras de Jordi), una disquisición profunda pero nada árida sobre la ciencia y las creencias religiosas de la cual participan un grupo de médicos oncólogos, a partir de un caso “milagroso” –con las comillas o sin ellas– ocurrido décadas atrás.

*El gran movimiento se exhibe el sábado 30 a las 18.10 en el Cultural San Martín - Sala 1.

*Proyecto fantasma se exhibe el lunes 25 a las 15 en Cine Multiplex Monumental Lavalle - Sala 1

*Fe y After a Room se exhiben, junto con otros cortometrajes, el lunes 25 a las 13.30 en el Cultural San Martín - Sala 2

Funciones online y entradas para las proyecciones presenciales en https://vivamoscultura.buenosaires.gob.ar/