La magia de las pequeñas palabras de este mundo vibran de la vida hacia la página. Y viceversa. En Se vive y se traduce, Laura Wittner invita a zambullirse en su mente de traductora y escritora, tan intensa como exquisita, pero también propone abrir el juego a las voces de los otros: poetas, narradores, traductores. Si “traducir es ir pegada a la espalda de alguien”, como escribe, leer a Wittner es como levitar. “Traducir un poema siempre es pararse en el medio de dos idiomas y ver qué se puede hacer. El poema original dice algo de cierta manera, canta, guiña el ojo, habla de cosas que tal vez ya no existen, o que nunca existieron en el idioma al que se quiere traducir”, plantea la escritora en este libro publicado por Entropía.

“Algunos domingos de lluvia traduzco versos sueltos de poemas y como son sueltos me tomo bastantes libertades y como me tomo bastante libertades me los robo”, cuenta Wittner (Buenos Aires, 1967), traductora de Leonard Cohen, Anne Tyler, M.John Harrison, James Schuyler, David Markson, Katherine Mansfield, Claire-Louise Bennett y Gianni Rodari, entre otros, y autora de los libros de poesía Lugares donde una no está (poemas 1996-2016), Traducción de la ruta y varios para niñas y niños como Dime cómo vuelas, Los entusiasmos, Mi tortugo y Justo antes de dormir.

-“A veces para traducir un poema intentamos meternos en la mente del autor bastante más hondo de lo que se metió él. Realmente no sé quiénes nos creemos que somos”, decís al comienzo del libro. ¿Es una autocrítica como traductora? ¿Hasta dónde debería llegar un traductor?

-No, no es una autocrítica. Es una alusión humorística a la meticulosidad con la que solemos traducir, en particular cuando se trata de literatura. Un rasgo que compartimos la mayoría de quienes traducimos y que puede dar lugar a obsesiones temporarias. Un buceo en una frase, en un par de versos que intentamos entender a fondo para poder tomar las mejores decisiones de traducción. Es interesante, es divertido, es emocionante. Aunque a veces pasa que terminamos sobreinterpretando algo que en verdad habríamos podido traducir a partir de los elementos dados. Puede pasar también que la autora o el autor, cuando se les pregunta, digan: “¿Qué? Ah, qué loco, nunca lo había pensado, yo lo puse así como salió”. Pero bueno: una cosa es escribir y otra es traducir; traducir es una segunda instancia y muchas veces es necesario desarmar y volver a armar el texto.

-¿Estarías de acuerdo o no con pensar la traducción como otra forma de escritura, como una escritura menos libre, más apegada en cuanto a forma y tonos a la escritura “original”?

-Sí, muy de acuerdo. En la escritura propia podemos permitirnos algunas zonas de indeterminación. Pero sí, traducir es sin duda escribir, e incluso es un hermoso ejercicio para tiempos en que la escritura propia se nos vuelve elusiva. Al ser, como bien decís, una escritura menos libre, nos obliga a poner en juego con rigurosidad todos los recursos del oficio.

-“Se vive y se traduce” está dedicado a tu padre, que murió una semana antes de que empezara la cuarentena en 2020. El libro comienza evocando una escena con el profesor y traductor Rolando Costa Picazo, que murió en marzo de este año. Y entre otras citas aparece un fragmento de Sergio Chejfec, que murió el 2 de abril. En una de las anotaciones observás que “transir” significa pasar, acabar, morir… Tal vez en cada traducción algo se acaba y se muere, ¿no?

-Me parece más bien lo opuesto: la traducción es vida constante, apertura infinita, múltiples posibilidades; con cada nueva traducción, además, el texto renace. Se vive y se traduce fue compuesto a partir de notas que tomé durante veinticinco años, sin sistema. Mi papá se enfermó hacia el final de la escritura y corrección del libro, y es por eso que está tan presente, porque mi vida en esos meses consistía en estar con él y en despedirme de él. Y también porque mi relación con el lenguaje tiene bastante que ver con él. El párrafo sobre Rolando Costa Picazo estaba escrito hacía mucho; él fue mi profesor en los ochenta y los noventa, en la Facultad de Letras; fue un maestro clave para mí. Sergio Chejfec es uno de los escritores contemporáneos que más admiro, me la paso hablando con pasión de su escritura, no es sólo ese párrafo citado, no lo cité por azar, porque justo dijo algo sobre la traducción. Y también creo que esas tres personas a quienes tanto admiré de maneras muy diversas estarían de acuerdo con que la traducción está sostenida por un impulso muy vital.

-En un momento planteás que siempre lamentaste que, a diferencia de los novelistas, quienes escriben poesía no tengan “un lugar al que volver”. Y que en medio de la cuarentena viste lo obvio: “la traducción es mi novela”. ¿Por qué la traducción es un segundo hogar, una segunda casa, pero el poema, por el contrario, te deja a la intemperie?

-Bueno, el poema no me deja a la intemperie, pero suelo escribir poemas breves: en todo caso es un refugio temporario. Tampoco escribo permanentemente; a veces pasan largas épocas en las que no escribo poemas. Entonces imagino que quienes escriben una novela tienen una casa más duradera. Aunque a veces no escriban pueden volver a meterse en lo ya escrito; como propone Santiago Loza en Nadadores lentos, dejar el archivo abierto y dejarse amparar por “esa luminosidad blanca”.

-El fantasma del libro es esa frustración que se expresa frente al monitor: “Es imposible traducir”. ¿En qué consiste, para vos, el núcleo duro de esa imposibilidad?

-Es una afirmación tramposa, porque traducir es lo que hago todo el tiempo. Pero la sensación surge a cada rato: cada elección es solo una entre millones de opciones, y a veces por el contrario no hay opciones que nos satisfagan, hay que conformarse con la menos mala, hacer concesiones, hacer malabares. Y esto, al menos para mí, es a cada paso. Casi nunca hay cruces directos de un idioma a otro. Traducir una novela entera con este andar lento y dubitativo muchas veces produce una desesperante sensación de imposibilidad.

-¿Es una pequeña ironía o en verdad escribirás la novela gráfica “Todo lo que aprendí sobre el mundo sentada en mi escritorio traduciendo libros”? ¿Traducir te ayudó a escribir poemas?

-No sé si una ironía, fue una ocurrencia del momento pero me encantaría desarrollar la idea alguna vez con todo el humor que se merece y concretarla. En cuanto a la conexión entre la traducción y la escritura de poemas, sí: supongo que se ayudan mutuamente. Las herramientas son muy parecidas pero la disposición anímica es distinta. Para responder más directamente tu pregunta: no son pocas las veces en que una traducción me lleva hasta un lugar que ya andaba rondando y sobre el que quería escribir pero todavía no había encontrado la manera. Puede ser un tema, un paisaje e incluso solamente una sintaxis, algo que dice una palabra en relación a otra y me muestra cómo empezar mi propio texto. Cuando eso pasa dejo un rato la traducción y abro un Word nuevo, no sea cosa que se desvanezca el hechizo.