La pobreza es repudiable, como si fuera un crimen. Sobre esto todos están de acuerdo. O mejor, casi todos, porque no faltan los que la atribuyen al (poco) esfuerzo personal; pero estas opiniones tienen peso sólo en coyunturas críticas, cuando el sálvese quién pueda aniquila cualquier razonamiento. ¿Pero qué es la “pobreza”? Como siempre pasa con palabras de uso difundido, el término tiene más de un sentido. Hay dos connotaciones que pueden o no estar presentes: “pobreza” como insuficiencia de ingreso, y “pobreza” como exclusión. “Pobre” es aquél que no tiene lo suficiente para vivir decentemente. Pero también el que enfrenta una valla que lo separa de los “no pobres”, porque está privado de medios, y también de cultura y de experiencias de vida que puede compartir con quiénes no son “pobres”. Está así “excluido”.
Terminar con la pobreza es algo en lo que se piensa hace mucho tiempo. Es un tema presente en autores clásicos como Adam Smith, John Stuart Mill y Alfred Marshall. El Banco Mundial a fines de los años ‘70 incorporó a la idea de desarrollo la de erradicación de la pobreza; esto fue algo tardío, pero ya es una consigna inamovible.
Esta centralidad del tema pobreza dio lugar a un segundo crimen: la “línea de pobreza”. La noción de insuficiencia de ingreso fue tomada como lo distintivo de la pobreza, y todo pasó por dividir mecánicamente a las personas entre “pobres” y “no pobres”, en función de si su ingreso es mayor o menor al dictado por la “línea de pobreza”. Usar la palabra “pobreza” para designar un cálculo de insuficiencia de ingresos fue una suerte de operación de marketing, comprada raudamente por la prensa y la política, ávidos de conceptos simples y punch mediático. Los gobiernos son así empujados a brindar ingresos suplementarios para que más gente aparezca por encima de la “línea de pobreza”, y se pueda mostrar un éxito mediático: disminuyeron los “pobres”.
Se banaliza así el concepto de pobreza, y se barre bajo la alfombra todo lo referido a exclusión, y su asociada, la desigualdad (aunque no en aquellos países donde la medición de la “pobreza” incluye un componente de desigualdad). Pero esto no borra el problema, porque las sociedades con elevada concentración de ingreso, son altamente disfuncionales, al aumentar la distancia cultural entre las distintas clases o estamentos: colegios diferentes, salud diferente, barrios diferentes. Aun si los “pobres” son pocos, puede haber exclusión, y mucha. Chile es un buen ejemplo: hay poca “pobreza” pero mucha disconformidad por la evidente desigualdad. Y los gobiernos a veces se sorprenden: ¿porque surgen conflictos, habiendo pocos “pobres”?
El periodismo suele caer en estos equívocos. Si una nota sobre el tema “pobreza” trae una foto, es casi siempre la de un asentamiento urbano informal (perdón, llamarlo “villa” me suena excluyente). Y héte aquí que la “línea de pobreza”, tal como se la calcula en Argentina, no tiene nada que ver con la vivienda o el hábitat. La familia que vive en un asentamiento de este tipo puede ser “no pobre”, si su ingreso es superior al de la “línea de pobreza”. De allí a decir que “viven allí porque les gusta” hay un paso muy corto, demasiado corto.
¿Porqué pasa esto? Porque en el cálculo del ingreso correspondiente a la “línea” el tema de la vivienda está sub-representado. Como las familias que alquilan viviendas son relativamente pocas, entonces el alquiler pesa poco en el conjunto de los gastos. Una familia que vive en malas viviendas y mal hábitat puede ser dueña de su vivienda. Y por ahí, no es “pobre” para los inventores de la “línea de pobreza”; pero sí lo es para la gente común, porque la vivienda y el hábitat son verdaderos símbolos de la exclusión; intuitivamente, la foto periodística, aunque no pertinente, está en lo cierto.

Encuesta de gastos

Esto nos lleva al tercer crimen. El cálculo de los ingresos se realiza sistemáticamente mediante la Encuesta Permanente de Hogares, en la Argentina. Con menos frecuencia, se realiza una encuesta de gastos, para determinar las canastas de consumo y calcular –mediante un procedimiento que no detallamos aquí– el consumo que corresponde a la “línea de pobreza”.
En los últimos datos publicados –aquéllos que arrojaron un 32 por ciento de “pobres”– el ingreso per cápita de los perceptores fue de  9716 pesos mensuales. Éste fue un dato muy comentado, por lo bajo; equivale a una percepción por habitante de 5776 pesos. Esto es, en términos anuales, el ingreso familiar dividido el número de habitantes es de unos 72.200 pesos anuales o 4800 dólares.
Hay algo equivocado, muy equivocado, con este número: el ingreso que las familias perciben no debería ser muy inferior al Producto Interno Bruto. Pero el PIB per cápita está en el orden de 12.000-13.000 dólares, un 150 por ciento más que el ingreso familiar per cápita que la EPH declara.
En otras palabras, y esto los especialistas lo saben desde siempre, hay una fuerte sub-declaración de ingresos en la Encuesta Permanente de Hogares. Hasta ahora no se ha intentado a nivel oficial remediar esto conciliando las cifras de la Encuesta con otras fuentes (por ejemplo, los datos de la Anses o AFIP). Esta subestimación, al parecer, se debe tanto a subdeclaración de sectores de altos ingresos como de bajos ingresos.
En definitiva, el dato de ingreso que generan las encuestas de hogares distan de ser fiables. Y es ilusorio pensar que encuestas no oficiales (como es el trabajo de la Universidad Católica Argentina) producirán datos más fiables, sobre todo si las muestras son de menor tamaño.
La combinación de datos no fiables con nombres marketineros (la “línea de pobreza”) produce un resultado desastroso. Las personas que tratan de informarse están siendo en realidad doblemente engañadas: las estadísticas no hablan de la “pobreza” en el sentido corriente de la palabra, y además el dato es muy poco confiable. Y, como si esto no fuera suficiente, este engaño entra en la agenda política y mediática, e induce manipulaciones, como hemos en este año y en los anteriores, además de un sinfín de banalidades. Una suerte de conspiración para que nadie entienda qué ocurre con la pobreza, sin comillas.

* Cespa-IIE-FCE-UBA.