El 28 de abril de 1947, los peruanos que pasaron por el puerto limeño de El Callo presenciaron el comienzo de una de las experiencias más notables del siglo XX, un desafío aventurero sin precedentes. Seis hombres, a bordo de una balsa a vela bautizada como Kon-Tiki, iban a navegar rumbo a la Polinesia. Su objetivo: demostrar que los antiguos pobladores de América pudieron haber atravesado el Pacífico. Al frente del grupo se hallaba el noruego Thor Heyerdahl, que iba a convertirse en uno de los grandes exploradores del siglo.

El mundo recién salía de la Segunda Guerra y el desafío romántico y quijotesco de Heyerdahl y su grupo era sintomático de los nuevos tiempos. Hasta apenas dos años antes hubiera sido imposible intentar la travesía en el mar más grande del mundo, que había sido testigo de batallas entre japoneses y los Aliados.

La teoría de Heyerdahl

Nacido en 1914, el etnógrafo Heyerdahl había recorrido la Polinesia en los meses previos al estallido de la guerra. Instalado allí durante largos meses con su esposa, conoció relatos sobre hombres llegados del mar. Interrumpió sus estudios sobre zoología y planteó que una oleada migrante desde el Pacífico había llevado flora y fauna a las islas Marquesas. Así, contradijo la teoría clásica, según las cual los archipiélagos de la Polinesia habían sido poblados por asiáticos del sur.

Heyerdahl comenzó a estudiar las corrientes marinas y los vientos. Se convenció de la existencia de una colonización por parte de los antiguos habitantes de América del Sur, entre otras cosas porque los nativos polinesios adoraban a un dios solar similar al de los incas. La guerra interrumpió su trabajo. Volvió a Noruega, que fue ocupada por el nazismo, y se sumó a la resistencia. Mientras, sostenía su teoría de que, 500 años antes de Cristo, viajeros provenientes de la costa peruana habían arribado a la Polinesia.

El noruego viajó a Perú tras conseguir financiamiento de privados y del ejército de los Estados Unidos. Los últimos problemas económicos los resolvió el presidente de Perú, José Luis Bustamante. El aventurero se internó en la selva ecuatoriana para buscar los árboles que darían forma a la embarcación. El material fue madera balsa. Se usaron nueve troncos, de casi 14 metros de largo y 60 centímetros de diámetro. Heyerdahl y sus hombres los unieron con sogas de cáñamo. Troncos de 5,5 metros de largo y 30 centímetros de diámetro fueron colocados de manera transversal como soporte, al igual que unas tablas de madera de pino a los costados.

Los seis tripulantes de la balsa

El nombre de la balsa tuvo un origen divino. Kon-Tiki era el antiguo nombre dado a Viracocha, el dios solar de los incas. Erik Hesselberg, uno de los tripulantes, fue el encargado de pintar sobre la vela la imagen del dios. A la tripulación se sumaron Bengt Danielsson, experto en migración (sueco, el único no noruego entre los navegantes); el ingeniero Herman Watzinger (con quien el explorador diseñó la balsa); y dos operadores de radio, el único elemento moderno que llevaron a bordo. Eran Torstein Raaby y Knut Haugland, quien en la guerra había tenido un rol clave en las operaciones de inteligencia para evitar el acceso de los nazis a la bomba atómica.

La distancia a recorrer era de unos 8 mil kilómetros. Y con la sola ayuda del viento y de las corrientes marítimas. Las provisiones eran mil litros de agua, más cocos, calabazas, batatas y demás frutas y verduras. Como parte del acuerdo con los militares de Estados Unidos, el grupo llevó alimentos enlatados y equipo de supervivencia, a cambio de informar sobre la calidad de ese material. También llevaron cañas de pescar y un bote de goma, desde el cual, atado a varios metros con una soga, Heyerdahl se dedicó a filmar la travesía.

Un viaje histórico por el Pacífico

Aquel 28 de abril, al comenzar el histórico cruce del Pacífico, la Kon-Tiki contó con la ayuda de un remolcador que la llevó unos 80 kilómetros para evitar problemas con los demás barcos. La balsa empezó a navegar sobre la corriente de Humboldt, que va de sur a norte desde la costa chilena

Thor Heyerdahl se convirtió en una celebridad mundial por su viaje.

El 24 de mayo, Heyerdahl anotó en su diario el encuentro con un tiburón ballena. “Ninguno de nosotros había sospechado jamás una aventura con aquel monstruo marino. Nos parecía tan absolutamente irreal, que nos era imposible tomarlo en serio”, escribió. Añadió que “cuando el gigante se acercó más a la balsa, reímos a carcajadas estúpidamente, sobreexcitados con la fantástica visión que teníamos delante”.

El 10 de junio, la Kon-Tiki alcanzó el punto más cercano a la línea del Ecuador en todo su periplo. A partir de allí, comenzó a navegar hacia el sureste. El 3 de julio ya estaba sobre la corriente marítima rumbo a la Polinesia. El 30 de julio avistaron el atolón de Puka Puka. La hazaña estaba cerca de consumarse. El 97º día de viaje, el 3 de agosto, trataron de tocar tierra en la isla de Angatau, pero la corriente impidió que pudieran acercarse a la costa.

El 7 de agosto, la Kon-Tiki se aproximó al atolón de Raroia, en el archipiélago de las Tuamotu. La balsa encalló en un arrecife de coral, a metros de la costa. Los seis hombres llegaron a nado hasta la playa. Era el fin de un viaje histórico, que había insumido 101 días y 4 mil millas marinas, el equivalente a casi 6500 kilómetros. Heyerdahl había probado su tesis: era factible que los antiguos americanos llegaran en balsa a las islas del Pacífico.

Después de la travesía

En un mundo todavía conmocionado por los horrores de la guerra, la aventura de la Kon-Tiki representó una historia fascinante y romántica. Que además permitió al etnógrafo la posibilidad de contarla a través de un libro y de una película. Su diario de viaje se publicó en 1948. La expedición de la Kon-Tiki se tradujo a más de 50 idiomas y resultó un best-seller. Las filmaciones de la travesía se usaron para montar Kon-Tiki: El documental,  estrenado en 1950, y que ganó un Oscar.

La aventura le costó su matrimonio a Heyerdahl, convertido en una celebridad que abría paso a una nueva era en la exploración. Si antes había aventuras de viajes al África profunda o a la Antártida, ahora tocaban aventuras como la de la balsa o, en 1953, la conquista de la cumbre del Everest, que preludiaban un salto mayor: la carrera espacial.

La Kon-Tiki en el museo que la conserva, en Oslo.

Años más tarde, el interés de Heyerdahl pasó por demostrar que los egipcios pudieron haber llegado a América por el Atlántico, y encaró dos viajes en botes de papiro, el Ra y el Ra II. El Museo Kon-Tiki alberga en Oslo la balsa del viaje de 1947, al igual que el Ra II. Heyerdahl murió a los 87 años en Italia, el 18 de abril de 2002, cuando visitaba a unos familiares, y tuvo un funeral de Estado en Noruega.