El viernes, poco antes de terminar su DJ set en el Luna Park, Nina Kraviz le bajó cuatro cambios a su indetenible acid techno para sumergirse en un barullo de sonidos. Aunque parecía un interludio, no era nada estrictamente musical. O quizá sí: música concreta. Como dijo Sartre (parafraseado por Pierre Schaeffer), fue "una dosis de la metafísica de lo sensible".

Para buena parte del público que bailaba en el estadio pasó como la cuota experimental de su performance como artista invitada de la primera fecha de la vuelta de Richie Hawtin a Buenos Aires. Sin embargo, para la productora y DJ rusa, ese sonido arrancado del Averno en el que la oscuridad ataviaba los chasquidos y golpes contra el metal posiblemente fuera su forma de protestar.

Es que, luego de sobrevivir a una pandemia, ahora nos encontramos al borde de la Tercera Guerra Mundial. Si es que la invasión de su país a Ucrania sigue alargándose, como viene la mano. Y antes de este periplo en una urbe tan alejada de su Siberia natal, Nina padeció la cultura de la cancelación por parte de Occidente: tan solo por su origen, le bajaron varios DJ sets. Un absurdo que experimentaron desde el Ballet Bolshoi hasta el fallecido Tchaikosvsky, que no se puede tocar en varios países.

Frente a cualquier pedido de entrevista -incluido el del NO-, la agencia que la maneja advierte que no se puede hablar del conflicto bélico. Pero la desconfianza y el filtro no terminan ahí: además, se pide leer la nota antes de publicada. "Este momento debe ser muy difícil para ella. Incluso dar una entrevista se puede sentir como peligroso", especuló Hawtin cuando se le consultó qué opinaba sobre lo que tiene que atravesar la artista que invitó en este desembarco porteño. Desde su debut en las pistas de baile, en 2008, Nina Kraviz tiene que repeler incansablemente las voces críticas y los prejuicios.

► Los cohetes no descarrilan

Cuando se mudó a Moscú para estudiar odontología, en los 2000, Nina dejó atrás el periodismo y sus residencias en un club local. El punto de inflexión de su carrera fue en 2006, tras ser aceptada para la Red Bull Music Academy que se celebró en Melbourne. Un año más tarde, junto a su grupo My Space Rocket, lanzó el single Amok. Al mismo tiempo que subía sus temas a MySpace bajo el álter ego Damela Ayer. Hasta que, tras pasar por varios sellos y publicar dos EPs, finalmente en 2012 apareció su álbum debut a través de la disquera Rekids.

Y mientras todavía disfrutaba de la chapa de figura revelación del dancefloor, Nina estrenó a mediados de la década pasada su propio sello discográfico: Trip (трип), para el que reclutó DJs como Bjarki y Nikita Zabelin. En paralelo, más allá de estar en festivales como Coachella, Sónar o Primavera Sound, al igual que en los mejores clubes del mundo, posiblemente sus sets más memorables fueron los livestreams que hizo en 2018 dentro de la Torre Eiffel (para la productora Cercle) y en la Gran Muralla China.

Luego de lanzar el año pasado los singles This Time y Skyscrapers, este viernes 13 de mayo pondrá en circulación un vinilo doble de su sello Trip, que incluye su flamante track All His Decisions, que no faltó en su set en el Luna Park. Lo nuevo de Nina rompe con la impronta del resto de su performance, al flirtear con un house casi luminoso. Suena a libertad, en contraste con lo que pasó hace un rato antes en el show: el remix del track Overground, firmado por David Temessi (el original pertenece al productor húngaro Nicolau Made).

Tampoco se parece a Fock Music, de la sociedad entre Pantominan y Fungus Funk, debido a que esa adrenalina tiene más sabor a desahogo. Ni siquiera se encuentra a un tris de lo que toco después: Shame Stare, distendido flamante single de François X. Su actuación tiene la peculiaridad de que cuando pareciera que está fuera de control, inmediamente la encarrila.

► Todo el tiempo vivo en éxtasis

A Nina Kraviz parecen seducirla el frenesí y el límite, pero no lo border. A pesar de que es una habitué del crisol de estilos de la electrónica, en esta vuelta a Buenos Aires apeló por un techno rápido y oscuro.

Una vez que puso el estadio al palo, prendió un pucho y suspendió el tiempo y el espacio. Entonces movió las manos, cual directora de orquesta sinfónica, mientras saltaba por los parlantes la intro de Paris, Texas (de Alex Wilcox & Anetha). Justo ahí irrumpió aquel sonido apocalíptico, en simultáneo con la aparición de Richie Hawtin en el escenario, y luego mechó con el beat quebrado del Bass Drop de DJ Godfather y seguidamente con el sedicioso remix que le hizo PTU al tema Gott, de A&H.

Cuando comenzó a titilar el nombre de la DJ, como advertencia de que la función estaba por terminar, tras dos horas y media de set, la arengaban los de abajo, desde las plateas e igualmente atrás, al mejor estilo de la Boiler Room. Había chance para una más. Y, en realidad, hizo dos: el sugestivo If Jesus Saves, She’s My Type, de Role Model, secundado por Andromeda, de VIL. Y, a continuación, el silencio.

Nina recogió su campera, los puchos y aplaudió al público mientras su par canadiense la celebraba. Corolario de otra noche de éxtasis.