Quizás el tema principal de la obra del tazano Abdulrazak Gurnah, Premio Nobel 2021, sea la colonización de África y del resto del mundo, la forma en que Europa se tragó el planeta, esa metáfora de predadores que se repite mucho en autores como Toni Morrison, Retamar y otros. En A orillas del mar, ese tema se entrelaza con la cuestión de la importancia de “las historias” y por eso, el libro puede leerse como una nueva declaración sobre la necesidad de contarse a sí mismos que tienen los pueblos conquistados por Europa desde el Renacimiento.

En gran parte de esos pueblos, se concibe a las historias como infinitas: cualquier relato, por más diminuto que sea, puede seguir indefinidamente porque está ligado a todas las demás. Existe una red de narraciones que funciona como un organismo inmenso, interminable. Es por eso que las novelas de estos autores se alejan tanto de la estructura europea típica con un foco (uno o dos protagonistas individuales) y un fondo (lugar, tiempo, otros personajes). Aunque A orillas del mar tiene dos protagonistas (tal vez, antagonistas), no hay ni foco ni fondo sino una red de historias que se abre en todas direcciones y cuenta la colonización, la independencia, el exilio, el horror que sufren todavía los africanos. Uno de los narradores dice que siente “el impulso de contar los dramas menores que he presenciado y de los que formé parte aunque los principios y los finales se hayan difuminado” (y se podría agregar que esa confusión se da porque todos ellos son una sola cosa).

Contarse es importante porque si no, el sistema colonial impone su manera de narrar lo que se hizo desde Europa a través de instituciones (ahora las llamaríamos “totales”) como la escuela. Al comienzo de la novela, los chicos escolarizados rechazan los relatos africanos por “medioevales y fantasiosos” a pesar de que el narrador adulto entienda que “la enseñanza se reducía a una metódica acumulación del conocimiento que (ellos, los europeos) daban por verdadero” y, claro, a la obligatoriedad de hablar en inglés.

Entonces, hay que contar para no dejarse borrar y ese deseo lo tienen los dos protagonistas que se encuentran en el exilio inglés. Son enemigos desde siempre y siempre han tenido dos historias rivales sobre lo que pasó. Necesitan escucharse. Casi al final del libro, uno de los dos le dice al otro: “he estado dándole vueltas, comparando historias, pensando en los huecos que nunca fui capaz de llenar y los que nos arreglamos para evitar la última vez… de manera que estaba deseando venir aquí a escucharlo para que ambos nos desahoguemos”. 

Una vez que empiezan a hablar, no pueden dejar la charla porque ese intercambio es más que un desahogo: es un método. Es también el método de la novela y Gurnah lo propone para el mundo: solo es posible entender la Historia en red, en grupo, con comunicación entre civilizaciones. “Las historias siempre se nos escurren entre los dedos, cambian de forma, se retuercen en sus intentos de salir a la luz”. De ese parto, nace A orillas del mar. Y lo que nace es multicultural: por ejemplo, hay un preso en una isla que en su locura mezcla a los ingleses con las leyendas locales y está bien que lo haga porque todo es uno, como la relación estrecha entre las historias fabulosas de Scherezade y su vida con el rey que va a matarla al alba (Gurnah hace mestizaje cuando pone a Las 1001 noches en el centro de su novela y la une a “Bartleby, el escribiente”, el cuento de Herman Melville, que protesta frente a la terrible crueldad del mundo diciendo “Preferiría no hacerlo”.

Esa crueldad se da sobre todo en las fronteras, las puertas y por eso se habla de los bawwabs, los “guardianes de las puertas”, definidos como “elementos indispensables en cualquier cultura civilizada y próspera”. Eso son los gendarmes de las cárceles de África y los soldados de las fronteras europeas; pero también hay límites custodiados entre la casa y la calle, que deben cumplir las mujeres africanas (cuya situación límite se toca varias veces en el libro).

Gurnah cuenta uno tras otro temas que aparecen constantemente en las historias de los autores africanos, amerindios (descendientes de las tribus americanas en todo el continente) y nativos de Oceanía: entre otros, el arte robado en todo el planeta con la excusa de “ponerlo a salvo”; la necesidad de tener socios europeos que parezcan estar al mando para poder mantener un negocio legal; el robo del lenguaje africano, borrado por el inglés; la constante aparición de “expertos europeos” que crean conocimiento sobre ideas, lugares y hechos que leen desde Europa; la imposición de la voluntad del más fuerte a través del miedo. Y, claro está, el estereotipo del “otro” (en este caso el “negro” de África) como todo lo que es negativo. Uno de los narradores cita lo que dice de esa palabra un diccionario: “deslucido, sucio; infeliz, infausto y desventurado; muy enojado o irritado; bestia negra, humor negro, leyenda negra, mercado negro”. El personaje lee y se siente “objeto de odio”: “Por supuesto, sabía de la construcción cultural del negro como el otro, el depravado, el animal, como una oscura fuerza maligna que anida en el corazón de los europeos más civilizados”.

Frente a esa realidad --cuyos resultados son la tortura, la muerte, la persecución--, es esencial contarse y “comparar historias”, para “saber qué sucedió en el pasado, comprender quiénes somos, cómo hemos llegado hasta aquí y en qué términos lo relatamos”. A orillas del mar es sobre eso, sobre la búsqueda de una forma de contar la colonización y sus efectos. Desde el título en adelante, esta novela cuenta el mundo contemporáneo en la historia de dos personajes a través de una red de vidas tocadas por el racismo, el pillaje y el desprecio europeo hacia otros pueblos.

Por eso, el título: el océano es uno solo, no tiene límites y se puede estar frente a él tanto en África como en Inglaterra o Alemania. Basta con mirar los mapas (los mapas, otro tema repetido en el libro, donde aparecen como fascinantes instrumentos de la colonización). En esos mapas, pueden seguirse las injusticias y los desastres causados por las conquistas europeas. Y es a orillas del mar que se vuelve posible entretejer las historias. Tal vez, parece decir el final, si nos contamos todo, descubramos que las cosas son más complejas de lo que creíamos y que, quizá, esa red narrativa haga posible el encuentro. Y para Gurnah, es por ese encuentro extraliterario que vale la pena escribir.