“Yo estoy pudiendo hacer esto porque sé quién soy”, deslizó suave Manuel Gonçalves frente al micrófono y dejó al auditorio en silencio unos instantes. Antes, el público que asistió al festejo por los 30 años del Banco nacional de Datos Genéticos había celebrado con risas y se había conmovido con algunas de las anécdotas suyas y de Alejandro Pedro Sandoval Fontana, Mariana Zaffaroni Islas y Martín Ogando Montesano. Todos ellos fueron apropiados durante la última dictadura militar y recuperados tras la búsqueda de las Abuelas de Plaza de Mayo, con el sello de confirmación otorgado por la institución especializada en análisis de compatibilidad genética que ellas crearon. Y de eso hablaron ayer desde el escenario de la sala principal del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, que funciona en la ex ESMA; de identidad y la importancia del análisis de ADN en la recuperación de lo que les fue robado. “La restitución de la identidad de una persona no es solo es saber quiénes fueron tus viejos, sino la posibilidad de empezar a ejercer algo que nos había sido negado, nuestra propia vida. El daño de habernos robado nuestra identidad hizo que por muchos años todos nosotros estuviéramos en el lugar que no nos correspondía”, sostuvo Manuel, que tras conocer su historia se sumó a Abuelas y hoy trabaja en la Comisión Nacional por la Identidad.

La de los nietos fue la segunda mesa de la jornada. En la anterior las protagonistas fueron las Abuelas, responsables del surgimiento del BNDG, y en la posterior estuvieron los científicos y genetistas que se ocupan de las tareas diarias de la institución homenajeada.

La celebración fue inaugurada por la directora del banco, Mariana Herrera. “El trabajo presente y futuro del BNDG tiene una importancia fuerte en la identidad de la sociedad”, remarcó y destacó, a propósito de la coincidencia con la nueva marcha de Ni Una Menos, la continuidad entre “la política feminicida que se desplegó durante la última dictadura cívico miliar” y “lo que sigue sucediendo hoy, que se sigue apropiando el cuerpo de la mujer, sigue habiendo un disciplinamiento patriarcal”. “No se puede enterrar el pasado porque sigue siendo presente. Los nietos buscados son un presente permanente. El BNDG no va a dejar de trabajar hasta encontrar al último nieto”, concluyó. Compartieron la bienvenida el subsecretario de Protección de Derechos Humanos, Brian Schapira, y el titular del centro cultural, Alex Curlan. El secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj, pasó parte de enfermo. 

La presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto, saludó la jornada de aniversario y agradeció a través de un video. No pudo estar presente porque su bisnieta, la hija del nieto que buscó durante más de tres décadas, Ignacio Montoya, cumplió un año. “Ustedes nos dan la última y verdadera palabra, las puertas del BNDG seguirán abiertas para que incluso los hijos de nuestros nietos quieran saber quiénes son”, deseó. Rosa Roisinblit, vicepresidenta del organismo y abuela de Mariana y Guillermo Pérez Roisimblit -quien recuperó su identidad a principios de siglo–, reconoció al genetista Víctor Penchazadeh, vinculado a los inicios del BNDG y sentado en primera fila: “Nos ayudaron mucho, porque nos sabíamos cómo hacer para buscar”, recordó. Delia Giovanola, abuela de Martín Ogando, apuntó que el trabajo de Abuelas “no fue nada extraordinario, nada más que constancia y perseverancia”. Las entrevistó el periodista Gustavo Silvestre.

El diálogo con los nietos estuvo a cargo de su colega Analía Argento, a quien Zaffaroni Islas le confesó que le  “costó muchísimos años” vincularse con su identidad verdadera. A Mariana la secuestraron junto a sus padres, Emilia y Jorge. Ella había nacido en 1975 en Buenos Aires, pero sus padres eran montevideanos. Las Abuelas la localizaron en 1983, pero sus apropiadores se fugaron. El segundo reencuentro sucedió en 1991, BNDG en pie y con algunos años de trabajo. La Justicia obligó a Mariana a someterse al análisis de ADN: “Fui porque me obligaron, así que no sé qué era lo que esperaba. A mí me costó muchísimos años vincularme con mi identidad, pero hoy me doy cuenta lo importante que fue ese momento. Yo no me veía parecida a mi foto de bebé, a la foto con la que me buscaba mi abuela. A mí me decían que no me parecía y yo no me veía parecida”, contó. El tiempo la ayudó a analizar su historia de otro modo: “El hecho de saber que el análisis era casi 100 por ciento seguro dejaba la pelota en mi cancha. No había duda de que yo era hija de Emilia y Jorge, quedaba en mí aceptarlo o no y con los años me di cuenta de que cuanto más resistía, más daño me hacía a mí misma. Soy Mariana, no tiene ningún sentido no serlo”, concluyó.

Sandoval Fontana también se resistió al estudio. Incluso, influido por su apropiador, Víctor Rey, intentó hacer fraguar elementos que la Justicia se iba a llevar de su casa luego de allanarla. Era 2004. “Uno vivía en una burbuja que cuando era atacada se fortalecía. Yo me cerré mucho”, recordó. El análisis indicó, no una sino dos veces, que es hijo de Liliana y Pedro, quienes permanecen desaparecidos. En su caso se sometió en dos oportunidades al cotejo en el BNDG. “Gracias a esa segunda vuelta logramos armar por primera vez un vínculo con mi abuelo”, indicó y concluyó que “el banco es parte de las Abuelas, es su esencia, es la herramienta que posibilitó que todos nosotros hoy estemos acá”.

Ayer fue la primera vez que Ogando Montesano habló en público en Argentina. Vive desde hace varios años en Estados Unidos, desde donde se puso en contacto con Abuelas de Plaza de Mayo para sacarse una duda que durante muchos años en su vida fue casi certeza: que era hijo de desaparecidos. “Quería saber de dónde venía”, recordó. Acudió al organismo cuando sus padres de crianza fallecieron. Sabía, por ellos, que era adoptado. Comprado, en realidad. “Hacía tiempo que querían tener un bebé. No podían y les pasaron un dato. Acudieron a una clínica y me compraron”, sostuvo. Como Manuel, no dejó todavía de llamar mamá y papá a quienes lo inscribieron como hijo propio sin serlo. El ADN le confirmó en noviembre de 2015 que es hijo de Stella Maris y Jorge. Desde entonces nutre una “hermosa” relación con su abuela paterna, Delia, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo.

Gonçalves Granada también sabía que quienes lo criaron no eran sus padres biológicos. Lo que no supo hasta mediados de los 90 fue que su mamá Ana María lo escondió en un placard el día en que un grupo de represores la fue a buscar a la casa en donde se ocultaba. Su papá, Gastón, ya había caído. Los genocidas encontraron a Manuel en el placard, pero no lo devolvieron a su familia biológica. Dos décadas después, acudió al BNDG junto a su medio hermano de sangre, a quien había conocido tiempo antes de verificar ADN mediante que eran familiares directos. “¿Y si no soy’”, recordó ayer que le preguntó. “Pero sí, boludo, sos vos”, le respondió el hermano. Manuel celebró ayer la existencia de esa confirmación científica que le quitó toda duda y le permitió “estar en el lugar en donde tenía que haber estado siempre”.